Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La lectura y la médica

Autor:

Luis Sexto

¿Será cierto que hay una cultura literal y una cultura espiritual, como asegura el español José Bergamín? ¿Y cuál sería la más conveniente al intelecto? Si me dirigieran la pregunta no me parece la literal, que podría definirse como el saber referenciado en cada cita o idea ajena, o sabido al pie de la letra. Por decantación, más ahonda y perfecciona la espiritual, que se enraíza y se transforma en esencias de la sensibilidad.

La literal —¿también cultura «de la letra»?— es la más común. Porque del mismo modo que la tela basta cuesta menos, aquella se asimila con menos esfuerzo y tiempo. Y es también la más reductora, porque se especializa en fijar definiciones y fórmulas que se utilizan en lugares y momentos oportunos. Mas, no le anulo su mérito. Al menos prepara para averiguar por dónde suenan las campanas, o si tocan a difuntos, o anuncian el paso de un antiguo leproso o de un arria de mulos.

La cultura espiritual —cultura interiorizada—, evoluciona en cambio desde lo prestado a lo propio, personal, carnal después de un proceso de maceración interna. El conocimiento interiorizado, sirve para comprender por encima del entender, que es instrumento para aprender solo el conocimiento visible sin sobrepasar sus linderos. Y ya en este instante urge definir que la cultura literal es saber; la espiritual, sabiduría, a cuya hondura le repugna, por ejemplo, la prioridad basada en el abecedario: El orden alfabético resulta injusto, porque no acepta las jerarquías éticas, laborales e intelectuales.

Pese a lo dicho, ¿será cierto que el libro de papel, ese medio de interiorización y actualización cultural perecerá? Cuando surgió la radio, también se pronosticó la desaparición de los periódicos de papel, y cuando llegó la televisión, se instrumentó la marcha fúnebre por la probable extinción de la radio y los medios impresos. Al transcurrir las épocas, cada uno ocupó su espacio, y el único problema reside en que a veces se repiten, porque algunos realizadores no saben emplear el lenguaje de cada medio. Falta creatividad. Ya el periódico debe de modificar herética y creadoramente el encabezamiento tradicional de sus noticias, si ya la radio y la TV las difundieron antes.

Suelen los agoreros confirmar con el tiempo que sus pronósticos resultan fallidos. ¿No habrá excesiva petulancia en el mundo intelectual o seudointelectual? Hoy le toca el asedio al libro de papel. Está afrontando los cables de su próxima muerte, bajo las luces de las computadoras. De moda está leer sobre vidrio. Es decir, leer los ebooks, los libros digitales. Por lo tanto, como ahora es el momento de decir: ¡Viva el libro digital!, también hay que anunciar la muerte del otro, del que acompaña a la humanidad desde las primeras grandes civilizaciones.

En mi experiencia, cuando leo un libro digital siento tanta frialdad que imagino estar pasado de moda, incapaz de adaptarme a los hallazgos de la posmodernidad. No obstante, reflexiono. Y a mi parecer, tendrán su espacio, y el mismo destino del resto de los medios: coexistir con el de papel. Tiene el papel tantas ventajas: conduce a la familiaridad  entre el lector y el libro, cuando se palpa, se subraya, se anota, se conserva, se acaricia, y se mira como se observa un cuadro, sin contar que tal vez leer en papel haga menos daño que leer en un ordenador, o en un tablet, como se suele decir.

Lo que me parece más útil en este litigio es aceptar que nadie se vuelve mejor lector, porque se amolde a la última costumbre. Mal lector lo es cualquiera, lea a través de un papel que de un cristal. Y, por otra parte, los lectores de libros no parecen abundar, porque el hábito se empieza a consolidar desde edades tempranas. Esto es, con el ejercicio sostenido. Y justificaciones para no leer sobran. Que me entra sueño, que los espejuelos ya no me sirven, que la picazón en los ojos, que no tengo tiempo… Por ahí, por las rendijas de ese tranque de justificaciones, se disuelve la lectura…

No leer, por tanto, implica ser pobres, pobres de una pobreza que nos empobrece dentro, en nuestro reducto espiritual. Puedo, incluso atreverme a decir, como diría el doctor José de Letamendi, fallecido en Madrid en 1897, que el médico que solo medicina sabe, ni medicina sabe. Y una médica, casualmente, me demostró cuánto sirve la lectura diversa y plural asimilada por el conocimiento que se interioriza. Después de oír mi padecimiento, dijo: Sus síntomas aparecen en La Celestina.

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