Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El libro sagrado de la Patria

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Desde ya, pero sobre todo en los próximos días, los cubanos estaremos convocados a uno de los exámenes más trascendentes de la nación. El nuevo proyecto constitucional, el cual ya ha atravesado las primeras rondas de valoración en las máximas estructuras del país, se dirige ahora hacia su momento más importante y decisivo: el análisis que emanará del pueblo, de donde deben surgir los principales criterios que le darán forma definitiva.

El proceso que todos viviremos guarda varios elementos que lo convierten en único. No se hace con tropas extranjeras condicionando el debate constitucionalista, como ocurrió con la Ley de Leyes aprobada al nacer la República y que tuvo en uno de sus artículos, por dictado foráneo, la onerosa autorización para ejercer la Enmienda Platt. Mucho menos se realiza bajo la presión de gobiernos extranjeros, ya sea directamente o través de organismos internacionales para disfrazar las maniobras coloniales.

Los cubanos vamos a este debate en un pleno ejercicio de soberanía. Y esa otra peculiaridad se conecta con las esencias y propósitos de la fecunda tradición constitucionalista cubana. Desde los escritos del padre Félix Varela hasta la Constitución de 1976 —pasando por la de Guáimaro y los distintos cuerpos legales que le siguieron, incluida la Carta Magna de 1940— no hubo acto trascendental, en materia de emancipación nacional, que no se sustentara en un cuerpo de leyes o buscara su apego a un marco legalista, que respetara e hiciera valer los derechos de la ciudadanía.

Cada Constitución ha sido hija de su tiempo, y como tal ha recogido la nobleza, preocupaciones e incluso las contradicciones de su momento. Esta, cuyo anteproyecto ya se analiza, tiene un marco temporal que la distingue en grande de las demás, sobre todo de la más cercana.

Si la de 1976 se aprobó también por participación popular, en aquel momento la economía del país no tensionaba del todo la vida cotidiana de los cubanos, ni provocaba los más disímiles cambios hacia el interior de las relaciones personales dentro de la sociedad como ocurre actualmente desde la desaparición del campo socialista. Al mismo tiempo, en el 76 parecía bien remoto el cambio generacional que ya vivimos desde hace algunos años.

Por esas razones, entre otras muchas más, el proceso para la nueva Constitución entraña una mirada hacia el presente, pero también —y nos atrevemos a asegurar que es lo más importante— hacia el futuro del país. Por ello debatir el nuevo proyecto implica un acto de responsabilidad y madurez ciudadana. Sería funesto que una persona se dirigiera al debate sin antes haber estudiado el documento. También sería adverso formalizar las discusiones al grado de que se gane en apariencias de orden, pero se pierda realmente en autenticidad.

Muchas propuestas se harán; pero desde este momento hay una que nos parece esencial. Si una debilidad ha tenido la que hoy honrosamente nos acompaña, es su no debida divulgación y conocimiento dentro del pueblo. Sabíamos que teníamos una Constitución, pero no la conocíamos a cabalidad ni tampoco los grados de protección hacia la ciudadanía, que mandaba en sus artículos.

No en balde ella fue, durante buen tiempo, una especie de «rara avis» en librerías y puntos de venta de periódicos y revistas. Pero es que aún en la actualidad no pocos ciudadanos —sin acceso a internet— pasan trabajo para encontrarla. Y esa dificultad, unido a una cultura jurídica no acorde a los niveles de instrucción del país, les ha abierto las puertas a unos cuantos desaguisados que se han tenido que vivir en materia de institucionalidad y respeto a la ciudadanía, sobre todo en los últimos tiempos y que ha a todas luces han ido en contra del espíritu de la Constitución.

Poco favor le haríamos a la importancia de este momento y a esa hija que nos está por nacer, si al final ella se convierte en ente desconocido y soslayado en la sociedad. En cambio, el mayor acto de respeto sería que la nueva Carta Magna nos acompañe siempre en cada acto, incluso en los más mínimos, en honor a lo que ella es desde este instante: el libro sagrado de la Patria.

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