Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los pródigos sesenta

Autor:

Graziella Pogolotti

Toda Revolución es fuente de derecho. Toda Revolución auténtica tiene raíces en el subsuelo de la historia. Asume en su radicalismo renovador y justiciero la voluntad de extirpar males acumulados a través del tiempo. Por eso al conmemorarse los cien años de La Demajagua, Fidel planteó la insoslayable continuidad de un batallar por la configuración de una nación soberana, clave de una unidad forjada desde abajo que juntaba voluntades, más allá de diferencias de origen y de discrepancias tácticas. Cuando así sucede, la Revolución se constituye en estremecimiento telúrico, capaz de potenciar al máximo el talento y la creatividad de todos y cada uno.

Muy pronto se inició el asedio contra la Revolución de los barbudos. La Constitución del 40 proscribía el latifundio. En la práctica, el texto resultó letra muerta. La promulgación de la primera Ley de Reforma Agraria en mayo de 1959 alentó la subversión. No se caracterizaba, sin embargo, por un radicalismo extremo, autorizaba la tenencia de 30 caballerías. Era mucho mayor en los casos de la ganadería, el cultivo de caña y arroz, cuando los rendimientos sobrepasaban la media nacional.

Los Estados Unidos ofrecían amparo a la subversión interna. La violación del espacio aéreo nacional y la consiguiente confrontación, causante de víctimas en la capital, dio la medida de la existencia de una amenaza real. La necesidad de convocar al pueblo a la defensa del país se volvió imperiosa. En octubre del 59 nacían las Milicias Nacionales Revolucionarias. Combatieron en Girón. Noche tras noche, los obreros se hacían cargo de la protección de sus centros de trabajo. A  los sabotajes se añadiría la organización de grupos de alzados en distintas regiones del país. La lucha más prolongada tuvo su centro en el Escambray. Implicó una enorme inversión de recursos humanos y materiales.

Simbólicamente, el año de Girón fue también el de la Alfabetización, aparejado al desarrollo de la educación de adultos, a la acelerada preparación de administradores, según orientación del Che. Simultáneamente, la Reforma Universitaria diseñaba un gigantesco salto hacia adelante en la formación de científicos, de hombres y mujeres de pensamiento consagrados a las distintas ramas del saber.

Cuba se convirtió en un hervidero de ideas. La Revolución se constituía en ejemplo en los años de despegue del movimiento descolonizador. Al hablar en las Naciones Unidas en septiembre de 1960, Fidel estremeció a la audiencia con su capacidad para develar, con lenguaje claro y directo, los peligros que podían cernirse  sobre los países recién liberados. Instalado en el Hotel Theresa, en pleno corazón de Harlem, recibió a destacados líderes del Tercer Mundo. Estaba comenzando a gestarse el Movimiento de Países No Alineados.

Mientras tanto, como peregrinos de la esperanza, acudían a La Habana personalidades connotadas del arte, la política y las ciencias sociales, procedentes de América Latina, Europa y Estados Unidos. Un espíritu de renovación reanimaba el pensamiento de izquierda. Para muchos, era el modo de curar antiguas lastimaduras. El proyecto socialista no podía desentenderse de su compromiso internacionalista con los pobres de la tierra. Cuando ha transcurrido medio siglo, los conceptos esbozados entonces tienen plena validez.

En noches de sueño escaso, devorábamos libros de diversos orígenes. Nos leímos a Mariátegui, descubrimos a Fanon y a esa extraordinaria precursora llamada Flora Tristán, reconocimos la veta martiana en Mella. Volvimos a los clásicos del marxismo y encontramos los textos  iluminadores de Antonio Gramsci. Repasamos las visiones contradictorias de Lukács, Brecht y Stanislavski. Desde nuestra realidad viviente y palpable, emprendimos una lectura creativa de José Martí. Al acercarnos a Nuestra América, rescatamos la visión de los vencidos. El intercambio de ideas cobraba una intensidad creativa inusitada, a pesar del rigor de la jornada laboral, del cumplimiento de las guardias y de la participación en el trabajo voluntario.

Volviendo la mirada hacia atrás, me pregunto cómo me alcanzaron las fuerzas para hacer tanto, comprometida además con las tareas que emanaban de mi empleo en la Biblioteca Nacional y en la Universidad. Contaba con la sobreabundancia de energía, característica de la juventud. Pero, sobre todo, habíamos dejado de ser sietemesinos. Desde lo más  profundo de nuestras raíces, nacía la pasión por construir un proyecto de país siempre postergado.

El contexto actual se inscribe en el diseño recolonizador del poder hegemónico. El neoliberalismo desborda en su programa y en su práctica concreta conceptos económicos elaborados hace medio siglo por los Chicago boys. Conforma un programa ideológico que ha contaminado la academia, los objetivos de la educación, permea el lenguaje hasta el punto de que con frecuencia empleamos palabras sin tomar la medida de su verdadero alcance. Domina los medios de comunicación, manipula conciencias, fragmenta la visión de la realidad y pervierte el sentido de la historia.

Para hacer frente a la avalancha, tenemos que aprender a utilizar los recursos más sofisticados de la ciencia contemporánea, con el propósito de construir un sujeto crítico. No podemos caer en la trampa de transmitir un mensaje diferente con píldoras prefabricadas que inhiben el ejercicio del pensar. Hay que rescatar una narrativa que evoque a los héroes, sin desdeñar por ello lo más valioso de la memoria popular. No malgastemos el legado martiano mediante la fabricación de fórmulas resabidas, mutiladas del contexto y reducidas a meras abstracciones.

Cuando redactó Nuestra América, Martí estaba escribiendo para todos los tiempos. No subestimemos al interlocutor. «Los pueblos que no se conocen han de darse prisa en conocerse», afirmaba el Apóstol en Nuestra América. Rindamos   homenaje a los héroes de nuestra región, junto al indígena silenciado y al negro solitario que entona su canción. A la luz de la contemporaneidad, nuestro primer mandato tendrá que tocar con las manos las esencias sumergidas que habitan en lo más profundo del día de hoy. Nuestra América constituye para nosotros y para la izquierda latinoamericana un imprescindible texto de cabecera.

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