Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un voto por la honestidad

Autor:

Juan Morales Agüero

La honestidad es un valor imprescindible cuando se pretende pasar ante la sociedad como persona ejemplar y decente. Se manifiesta cada vez que asumimos posiciones de respeto por la verdad y la justicia, con independencia de que en ese ejercicio de rectitud moral figuren amigos o parientes. Ser legítimamente honesto es quedar bien con uno mismo, pues refleja cómo se pone en práctica aquello que se predica.

Una votación —por intrascendente que pudiera parecer— constituye un excelente contexto para demostrarnos cuán honestos somos. Todos hemos asistido alguna vez a reuniones laborales en las que se ha sometido al sufragio de los presentes la asignación de un bien material a alguien o la aprobación de un informe de balance. El acto de votar suele devenir, en esos casos, mera formalidad y expresión de rutina.

El formalismo llega a su clímax cuando el conductor de la reunión se dirige a los presentes para solicitarles tomar partido: «Ahora, compañeros, vamos a someter a votación el informe. Los que estén a favor que lo expresen levantando la mano». Los brazos se elevan en señal de asentimiento.

Algunos desconciertan. Luis, tan hipercrítico en los debates, empina el suyo y, sin pudor, vota contra sí mismo. Josué también está «de acuerdo», a pesar de que acaba de llegar y ni siquiera conoce qué se acaba de discutir. Roberto había cuchicheado a sus vecinos de asiento sus dudas sobre ciertas cifras, pero, aun así, alza la diestra para aprobarlo.

Luego, por puro trámite, inquiere: «¿En contra?». Nadie. Y prosigue: «¿Abstenciones?». Nadie. Entonces, sin mirar apenas para el auditorio, anuncia, triunfante: «El informe queda aprobado por unanimidad». Una ovación lo premia. Entre quienes se desollan las palmas de las manos de tanto aplaudir están... ¡Luis, Josué y Roberto! Después, en el pasillo, despotricarán contra lo que ellos mismos aprobaron.

Lugares hay donde algunos «votan» sobre un asunto —nominación para asistir a un evento, selección de un obrero destacado, elección para un estímulo importante...—, no como se lo dicta su concepto de la justicia, sino como reaccione la mayoría. «Yo sí que no me busco problemas», justifican luego en el pasillo su proceder estos artistas de la simulación.

En otros espacios votan por la primera propuesta que se haga pública. ¡Como para salir rápido del paso! O  patrocinan al candidato de más carisma y popularidad del colectivo, en perjuicio del más íntegro y exigente. Confunden, a sabiendas, un premio al mérito con una pasarela de simpatías.

Los hay que alzan su diestra para afianzar un distorsionado concepto de la amistad. Eso a contrapelo de que su protegido no sea un modelo en materia de ejemplaridad. Y hasta se topa uno con quienes actúan por temor a represalias de sus jefes, a pesar de que nadie en posesión de un cargo tiene facultades para pedirles cuentas a sus subordinados por esa causa.

En las votaciones casi nunca se recurre a la abstención. Sin embargo, es una opción válida a la que se apela cuando ninguna propuesta se ajusta a nuestro parecer. Abstenernos es lo honesto cuando carecemos de elementos para opinar a favor o en contra sobre un tema. Es una oda a la decencia.

Me pregunto que si quienes asumimos el derecho al voto en reuniones, chequeos, foros y asambleas no estaremos inconscientemente conscientes de que esa falsa unanimidad —tan deplorable cuando no es auténtica— constituye una censurable expresión de doble moral que refleja cuán escasa anda la valentía política entre quienes la practican.

No es esta una conducta susceptible de ocultarse bajo la alfombra. Es una práctica que, con facha inofensiva, le hace un flaco favor al país en materia ideológica. En efecto, algunos cubanos han perdido de vista que al solicitarse un voto determinado se activan valores tales como la honestidad, el patriotismo, la valentía y la responsabilidad.

Sí, se precisa de honestidad para proclamar lo que se piensa; patriotismo para elegir lo que el momento necesita. Responsabilidad para actuar según los deberes y normas establecidas. Y valentía para desafiar miradas torvas, intimidaciones solapadas y marginaciones mezquinas.

Al clausurar el 9no. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, el 4 de abril de 2010, el General de Ejército Raúl Castro Ruz hizo alusión al tema. «La unanimidad absoluta generalmente es ficticia y por tanto dañina. La contradicción, cuando no es antagónica como en nuestro caso, es motor del desarrollo. Debemos suprimir, con toda intencionalidad, cuanto alimente la simulación y el oportunismo».

Se irrespeta quien no obre acorde con sus ideas. Votar en contra de la opinión propia por no navegar contracorriente deviene absurdo de lesa dignidad. «El hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado», dijo José Martí. Un brazo en alto debe encarnar siempre certeza absoluta y acto de conciencia. Votar sin convicción es como botar ética y moral al basurero.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.