Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Se buscan héroes

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Cada vez que veo al Che tan suficiente y victorioso tras vaciar la pesada carretilla, quisiera detener el kinescopio y entrar en ese día. Quisiera viajar en el tiempo e interrumpirle, para preguntar cómo vamos a resolver, en la Cuba complicada del siglo XXI, el gran desafío de recuperar el trabajo como rasero de progreso, honradez y decencia.

Uno se inquieta cuando recorre la ciudad un día laboral, y observa racimos de holgazanes bien vestidos en su ocio ganancioso, como reyezuelos del mercado negro, mientras otros cubanos pasan trabajo para trabajar… y hasta para vivir. Se podría escribir una moderna versión de las Memorias sobre la Vagancia en la Isla de Cuba, de Don José Antonio Saco. Y sobre los que marcan tarjeta en un centro laboral, uno se preocupa porque muchos hacen como que trabajan, para que los jefes hagan como que les pagan, con salarios agónicos hoy.

La caída del socialismo europeo, y la consiguiente desarticulación económica y social de Cuba a partir del período especial, junto al obsesivo bloqueo norteamericano y el tiempo en que se han dilatado las trabas estructurales y funcionales a lo interno de la economía, han aletargado la vindicación del trabajo como necesidad cotidiana del individuo y de la sociedad. Así, la «búsqueda» y la «lucha» a cualquier precio marginal han usurpado largo tiempo el espacio de la retribución con arreglo al trabajo.

Ahora que sesiona el 21er. Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, los designios honrosos de Fidel, Che y Lázaro Peña gravitan sobre Cuba y nos piden cuentas de cómo vamos a revertir la injusta pirámide invertida de esta sociedad, y tantas distorsiones y desigualdades en torno a la creación y redistribución de las riquezas.

Este Congreso bien podría ser tan trascendente como aquel 13ro. de 1973, cuando, de la mano de Fidel y Lázaro Peña, se vindicó la ley socialista de distribución con arreglo al trabajo, aquello de que «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo», que aún a estas alturas espera por su feliz plasmación en el proceso de actualización del modelo económico y social de la Revolución, luego de accidentados vaivenes en la política económica del país.

Los congresos obreros no transforman las complejidades de súbito; pero pueden ser espejos para mirarse por dentro como sociedad, en torno a la única clave para desarrollarse y avanzar: el trabajo como pivote de la riqueza y la justicia. Y este 21ro. podría ser la oportunidad para pulsar los criterios de los trabajadores y su movimiento sindical acerca de problemas claves y estratégicos del socialismo, que requieren relecturas y cambios raigales en el proceso de transformación de nuestro modelo, sin aferramientos a dogmas ni a mecanismos ya oxidados por su inoperancia.

Uno recuerda de su niñez en los años iniciáticos de refundar el país, el peso que tenían los héroes del trabajo como Reinaldo Castro, gladiador del machete zafra tras zafra. Esos eran los personajes mediáticos e insignes de aquella mística, hombres humildes y sencillos de pueblo que lo entregaron todo, en el fervor revolucionario.

Pero a la distancia de los años, y del inevitable toma y daca que es una Revolución entre lo que debe removerse y lo que debe refundarse, en un momento muy difícil de nuestra economía y bajo la mordaz vuelta de tuerca de la persecución gubernamental estadounidense, no podemos demorar en ir creando las condiciones para estimular el trabajo, sobre todo en el decisivo sector estatal, el cual ve arreciar las diferencias frente a los atractivos y las seducciones del no estatal.

El camino del socialismo es incierto ý bastante ignoto. Fidel llegó a confesar que ni sabíamos cómo construirlo. Lo cierto es que solo con el trabajo motivante y emprendedor lograremos multiplicar las riquezas, en vez de repartir las carencias y administrar perennemente las crisis.

Para al menos iniciar el despegue después de tantos bajíos económicos, y frente a un cerco exterior implacable,  el socialismo cubano necesita con urgencia estimular y motivar al trabajador, de manera que él vincule la prosperidad con sus resultados. Y precisa de un sindicato con plena autoridad, que sepa asumir la contrapartida ante estilos tecnocráticos, burocratizantes y autoritarios; esos que limitan la plenitud democrática del sistema y frenan sus mecanismos de participación obrera.

Por ahí andan, quizá desganados y sin bríos, los posibles héroes y vanguardias del trabajo de esta era. Solo necesitan los resortes y las condiciones para demostrarlo, con la suficiencia y el placer del Che cuando vaciaba aquella carretilla.

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