Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ese pretérito-presente

Autor:

Nelson García Santos

Si hiciera falta un ejemplo para atrapar la virtud cardinal de nuestra Revolución hacia un necesitado en algún punto geográfico de este mundo convulso, bastaría con proclamar a pecho y corazón desbordantes la solidaridad.

Desde cualquier lugar que solicitaran una ayuda jamás faltó ese gesto cubanísimo de tender la mano, más allá del peligro que implique enfrentar un terremoto, un huracán o el virus del Ébola en África, y empuñar, incluso, hasta las armas para defender la dignidad.

Evoquemos solamente la estela de prestigio y amor hacia el prójimo que ha dejado en muchos países la Brigada de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, constituida en 2005 en La Habana por el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.

A ninguno de los miles de cubanos que han participado en diversas misiones se les ha convocado por un decreto, simplemente se les ha explicado sobre la tragedia ocurrida en cualquier rincón y siempre han mayoreado los que enarbolan resueltamente el  hecho de que «pueden contar conmigo».

Recuerdo ese pretérito, renovado con idéntico ímpetu cada vez que hace falta, como ahora por la pandemia del coronavirus, porque aun en esa circunstancia vuelve nuestra gallarda solidaridad.

Trasciende en estos momentos el gesto viril y contundente en el hecho de no cerrar las puertas del país a nadie y el envío de un grupo de especialistas en medicina a Venezuela para ayudar a contener el virus.

Lo que ocurre tampoco resulta nada extraordinario, pues significa la mismísima esencia de la Revolución de no apartar, sino de unir y ayudar a los demás, como resume esa frase célebre de Fidel, sobre la base de no dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos.

Tampoco andamos mirando de qué lado están los gobiernos que nos piden ayuda. En esos trances impredecibles ofrecemos la cooperación sin condicionamientos, pensando siempre en las vidas que podemos salvar sin exigir o pedir nada a cambio.

En mi memoria, como luz de un relámpago, brotó ese pretérito-presente, cuando leí la noticia de que se les dijo sí a las autoridades británicas cuando solicitaron permiso para que atracará en puerto cubano el crucero británico MS Braemar, que trae a bordo cinco casos confirmados con el nuevo coronavirus.

Otros esgrimieron el no, pero nuestra respuesta tampoco podía ser otra, si había enfermos a bordo y existía el riesgo de extenderse a los demás viajeros. Fue un gesto humanitario, viable gracias a la eficacia con que cuenta nuestro sistema de salud, a pesar de las banderillas que siempre le intenta clavar, estérilmente, el vecino poderoso del norte.

Obvio que acá se podían adoptar todas las medidas para el traslado seguro, hospitalario y expedito de los pasajeros y tripulantes del crucero británico, gracias a esa fortaleza de nuestra Salud Pública.

De nuevo relució nuestra tradición humanista y solidaria, esa que sí está al alcance de nuestras limpias manos, y no deja a nadie a la deriva, aunque haya que correr un mínimo riesgo. ¡Qué clase de grandeza!

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