Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En el centenario de Alicia

Autor:

Graziella Pogolotti

El pueblo la nombra Alicia, así, simplemente, como a un familiar cercano, sin necesidad de acudir a epítetos. De ese modo la despidieron, hace apenas un año, saliendo a las puertas de sus casas para saludar el cortejo, en muestra de respeto y gratitud. Singular fenómeno, teniendo en cuenta que el ballet clásico es una manifestación artística confinada en todas partes en espacios minoritarios, dado el alto precio de los espectáculos y el empleo de un lenguaje expresivo sujeto a códigos de comunicación estrictos.

Sabían todos que su proyección había alcanzado talla universal, reconocida como una de las grandes personalidades danzarias del siglo XX. Pero había mucho más. Nacida en Marianao, en un mundo ajeno al medio artístico, sintió desde la primera infancia el llamado  poderoso de una vocación que habría de hacerse destino y sentido de la existencia.

En la escena cubana subsistía tan solo el teatro vernáculo. Sin disponer de espacios propios, los teatristas empezaban a tantear otros caminos. La danza estaba por completo ausente. Tal y como lo describe Alejo Carpentier en La consagración de la primavera, la institución Pro Arte ofrecía clases de ballet para que las muchachas de buena sociedad adquirieran modales y prestancia en el andar de buenas anfitrionas, una vez consolidada su carrera matrimonial.

En ese contexto se forjaron los sueños de Alicia y Fernando Alonso. Había que buscar otros horizontes. Las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial habían llevado a Nueva York a algunos maestros de la coreografía universal. Allí, en el Ballet Theatre, Alicia se fue abriendo paso. Empezó desde abajo. Segura de sí se preparaba en silencio para el desempeño de papeles protagónicos. Cuando llegó la oportunidad, estaba lista para el gran salto. Pudo revelar de un golpe su talento deslumbrante y su dominio técnico. Acosada por una vocación indoblegable, luchó contra la adversidad. Siguió bailando a pesar de sus retinas laceradas. Aprendió a dominar el escenario desde la penumbra de sus ojos.

Suele afirmarse que la danza constituye un desafío ante la ley de la gravedad. Sin embargo, es mucho más que un ejercicio calisténico. Dueña de la capacidad casi milagrosa de flotar en el aire, Alicia dotaba de expresividad, de un lenguaje autónomo, a todos los músculos de su cuerpo. Mediante gestos y movimientos se construyen personajes imbricados en la confrontación de pasiones. Las largas jornadas de férreo entrenamiento conducen a la representación escénica, momento único e irrepetible en el que la creación artística cristaliza en la comunión entre el intérprete y su destinatario. Es un instante efímero que deja huella profunda en la sensibilidad, la conciencia y la memoria del espectador. Por suerte, gracias al cine, las nuevas generaciones podrán seguir descubriendo en Alicia algunas de las realizaciones supremas del ballet.

Alicia sostuvo siempre que la identidad del cubano se expresa, ante todo, a través de la danza. Algo de cierto hay, puesto que se nos reconoce en todas partes por el andar y la gestualidad. Hubiera podido disfrutar plena realización en una exitosa carrera personal.

Junto a Fernando sintió el apremio de un compromiso mayor.  Había que dejar siembra entre nosotros y ofrecer al pueblo la posibilidad de abrir horizontes hacia formas de creación artística que le resultarían cercanas, a la vez que incorporaba rasgos de cubanía a los códigos internacionales del ballet. En condiciones muy adversas, fundó la compañía Alicia Alonso.

Recuerdo todavía algunas de aquellas funciones. Ante un público escaso, el talento de la intérprete se desplegaba a pesar de las insuficiencias del conjunto acompañante. El anuncio de un porvenir latente se reveló cuando, privada de la magra subvención por la dictadura de Batista, la FEU convocó a una representación en el stadium universitario. Allí, por primera vez, la acogió el pueblo.

Llegó enero del 59. Eran días febriles y noches sin sueño, porque se vivían tiempos de fundación. A pesar de las inmensas tareas acuciantes, por mediación de Antonio Núñez Jiménez, Fidel encontró un instante, en madrugada de desvelo, para un primer acercamiento a los animadores del ballet. Se implementó entonces un diseño novedoso de desarrollo que articulaba la formación de la compañía, un sistema de enseñanza y una activa gestión del público más allá de los espacios de las instalaciones teatrales tradicionales. Hubo que vencer arraigados prejuicios homofóbicos para nutrir elencos masculinos.

De los sectores más relegados del pueblo surgieron talentos. Con ese respaldo la compañía no tardó en alcanzar merecido reconocimiento internacional. En Cuba, el ballet estaba dejando de ser arte de minoría. La semilla germinó. La danza conquistó un público fervoroso y fidelísimo. Por su contribución a la cultura nacional, en el centenario de su nacimiento, Alicia permanece entre nosotros.

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