Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Historias para contar

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

La historia de mañana tiene ya nuevos protagonistas. Hacedores de vida, luz, paz y esperanza. Han perdido sus nombres para llamarse voluntarios porque de esa forma llegan a aliviar los pesares que palpitan en las zonas rojas.

En su mayoría son jóvenes. Se sabe por la agilidad con que limpian, friegan, lavan, acercan los medicamentos y comidas… Basta con mirarlos por la hendija del alma, la única zona del rostro que muestran para encontrar respuestas a ¿por qué salir del confort del hogar y desafiar al mortal virus?

Entre tantas motivaciones coinciden la necesidad de saberse útiles, de apoyar en una batalla que ha puesto de rodillas al orbe, de tender sus brazos para levantar a esta Isla que no entiende de desamparos…

Algo así cuenta Lil Laura Castillo, quien guardó en casa su traje de payasita para crecerse sobre un escenario desconocido. El primer día casi rueda escaleras abajo con el bulto de ropa listo para higienizar y que no la dejaba ver dónde pisaba. Se reinventó cada minuto para que la añoranza por los suyos no pesara demasiado.

Ya en la noche prefería amortiguar el cansancio al narrarle vía WhatsApp a sus hijos, padres y alumnos las aventuras de la jornada. Ha prometido que Lily Alí, su personaje favorito, también se hará vocera de esas horas complejas cuando el nasobuco le permita mostrar su nariz roja.

Similar ha sucedido con Grettel Marín. Ha descubierto la beca de su universidad forrada de pies a cabeza. Un inicio de curso escolar diferente, pero no por eso inolvidable porque ha entendido el valor del tiempo para el descanso. «Es escaso», insiste.

Incluso, ha conocido el precio de un buen argumento para cambiar los turnos de fregado. «Muy pesado», alega cada vez que la interrogan. Prefiere limpiar hasta el último centímetro del área que de tanto cloro ha perdido sus colores originales.

Forman parte del presente y lo serán del futuro Daniel Camellón, Laura Concepción, Gretel Crespo…, quienes ya suman dos veces como voluntarios o la tropa de profesores que han seguido por tercera ocasión a Gil Rodríguez, el inquieto muchacho de Cristales, una comunidad rural de Jatibonico, y que se han mantenido casi todos estos meses a tiempo completo en el instituto politécnico Armando de la Rosa, hoy centro de aislamiento en Sancti Spíritus.

No han precisado que se les insista. Opinan que cada experiencia es única en aprendizajes para enfrentar la vida, sobre todo cuando desde una de las camas les agradecen por estar en el momento exacto cuando los miedos intentan paralizar las horas.

También se habla y se hará de la dosis de ingenio que nacen de esas edades, donde el cansancio jamás agota. De la coreografía viral montada cuando los pacientes dormían en la universidad espirituana. Costaba mover los pies, mas se volvió en ritual para arrugar las máscaras que impiden conocer a plenitud los rostros.

Igualmente, están quienes reciben a los recién llegados para ocupar espacio en ese centro de aislamiento con una manualidad. Después de las extensas jornadas, tejen. Cada punto sostiene la fe en la victoria.

Varias de esas huellas incentivarán los debates en las clases de mañana y se recapitulan en internet o estados de WhatsApp. No hay pesimismos, ni tristezas… Afloran preocupaciones por el número de casos sospechosos y positivos; atípicos horarios y posturas, bien en esquinas de pasillos, sobre literas o entre pasos de escaleras para responder las encomiendas académicas digitales porque el ser voluntarios no exime de evaluaciones; las despedidas a los sanos con abrazos imaginarios; los juegos a distancia con los menores y las expresiones de confianza a la familia que los espera en casa…

Son ya más de 2 440 jóvenes en el país que con sus entregas voluntarias premian a Cuba. Cómplices de entretejer nuevos pasajes de vida, con solo mirar a sus ojos encontramos lo que los une en la escritura de esta nueva parte de nuestra historia.

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