Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los detalles que marcan la frontera

Autor:

Nelson García Santos

Sobre el efecto positivo de la cultura del detalle en todos los ámbitos de nuestra sociedad se ha escrito y hablado por rastras, para incentivar la pasión en función de lograr que todo salga lo mejor posible.

De cierta manera, para resumirlo en pocas palabras, el reto está en proceder con la ética del cuidado, que no necesita recursos, sino responsabilidad y sentimiento para definir, así no más, una entrega material y espiritual decorosa.

¿Quién no ha visto en un reparto o barrio una cuadra limpia y embellecida con jardines, mientras al lado otra ofrece una imagen de abandono? Siga usted, amigo lector, agregando ejemplos, que no tengo la menor duda de que ahora mismo le acaban de saltar un montón-burujón en su memoria sobre dónde se aprecia la cultura del detalle, y dónde no.

Si hago ese breve recordatorio es compulsado por el hecho de que ahora, en tiempos de la letal COVID-19, y como nunca antes, ese don de ser cuidadosos podría marcar la frontera entre la posible muerte y la vida.

¡Quién lo iba a decir, caray! Nadie, por supuesto: sorprendió este virus al mundo y, de paso, alertó que no estamos tan blindados como pensábamos, a pesar del desarrollo tecnológico en función de la ciencia.

Lo difícil, debemos admitirlo, resulta que estamos ante un virus que amparado en simples detalles se propaga a la velocidad de un rayo, y lo espinoso está en que esa situación requiere de un cambio de hábitos de las personas, al parecer imposible de lograr de ahora para ahorita, lo cual ha conspirado y conspira a su favor.

No se trata solo del distanciamiento social, el uso del nasobuco y el lavado frecuente de las manos, una trilogía vulnerada a cielo abierto y bajo techo por ese impulso de las costumbres que suele ocasionarnos una terrible mala jugada.

Hay otros detalles que saltan a la vista en plena calle. ¿Ejemplos? Una gran mayoría que deja caer el nasobuco sobre el pecho para ingerir cualquier alimento mientras cruzan palabras con otras personas a corta distancia, o lo convierten en un tachino para guardarlo en el bolsillo.

Qué decir de esos que aun hoy siguen con el besuqueo hasta con los niños en plena vía pública. O los que se acomodan pegados en los bancos o en las sillas para hacer tertulias. O los dependientes que hablan sobre los alimentos y dejan arrimarse a varias personas al mostrador donde se vende. O los cotorrones coleros que sueltan su muela insulsa con alaridos de bocina.

Pero, en el colmo de los colmos, cuando sensatamente alguien llama la atención sobre esas incorrecciones, siempre aparece un mentecato, uno que habla pero no piensa, con su cacareo de «De algo hay que morirse, compadre». ¡Le zumba!

Entonces, tenemos que ser supermeticulosos en el enfrentamiento a la pandemia y no olvidar un instante lo vital que resulta tener muy, pero muy en cuenta los detalles, para cerrarle el paso a lo invisible y blindar la vida.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.