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El guionista que nunca existió

El texto incluye opiniones, información acerca de la vida, la obra y las concepciones estéticas del destacado escritor gallego

Autor:

Juventud Rebelde

«Nada me gustaría tanto como ayudar a hacer la primera gran película cubana», es una frase que corresponde a una carta enviada al escritor José Antonio Portuondo por el escritor gallego Lino Novás Calvo (1905-1983).

Novás Calvo abandonó su aldea natal, As Granas dos Sor, para emigrar a La Habana en 1912, donde desplegó un sinnúmero de oficios: mozo de limpieza, cortador de caña, boxeador, contrabandista, carbonero y taxista.

A los 23 años, cuando laboraba en una fabrica de sombreros, decidió enviar El camarada, un temprano poema, a la Revista de Avance. Cuando este texto fue leído por Francisco Ichaso, uno de sus editores, no solo le facilitó un empleo en la librería Minerva, sino que incentivó sus inquietudes y le introdujo en el medio cultural capitalino. Ya en marzo de 1929, la prestigiosa publicación incluía cinco poemas de Novás Calvo, ilustrados por Jorge Mañach. Poco después, la sección Letras tuvo en él a uno de sus mas activos críticos literarios. Crecer y desarrollarse en la Isla, para Novás Calvo fue un proceso imborrable en el cual el cine ejerció un papel determinante.

Su faceta como periodista le permitió ser enviado a España como corresponsal del semanario gráfico Orbe, en cuyas páginas aparecieron numerosos reportajes, crónicas y entrevistas en torno a temas de actualidad política, cultural y social de su país. Novás Calvo aprovecha este tiempo para investigar en la biblioteca del Ateneo de Madrid y colaborar en notorias publicaciones como Revista de Occidente y la Revista de Estudios Históricos, sin olvidar la exitosa serie de relatos policiales aparecida en el Diario de Madrid.

Su interés por el séptimo arte no decreció y solicitó al escritor Antonio Jiménez Caballero, fundador de La Gaceta Literaria, en la cual también publicó sus textos, que le proveyera de contactos para la formación de un Cine Club en La Habana. Los nueve años de la estancia española, decisiva en la trayectoria de Novás Calvo, estuvieron marcados por la intensidad de su actividad periodística y la madurez alcanzada en la escritura, a lo cual se añadieron traducciones de la narrativa vanguardista. Con la Guerra Civil puso su talento a disposición de la República, aunque, acusado injustamente de traidor, estuvo a punto de ser condenado al fusilamiento.

A su regreso a Cuba en 1940, Novás Calvo, despojado de su fe política y dominado por el escepticismo, atesoraba una considerable cantidad de obras importantes publicadas, entre ellas: la biografía novelada Pedro Blanco, el negrero (1933), distinguida por algunos como la cima de su creación literaria y una de las grandes novelas escritas en lengua española, y Un experimento en el barrio chino (1936). Ejerció el periodismo con renovados bríos en los periódicos Noticias de hoy e Información y desempeñó las funciones de subdirector de Ultra, revista de la Institución Hispanocubana de Cultura, mientras halló tiempo para colaborar, sobre todo, en Orígenes y Bohemia, para la cual realiza traducciones del inglés y el francés. El volumen La luna nona y otros cuentos (1942), le posibilitó obtener el Premio Nacional de Cuento, otorgado por el Ministerio de Educación, un año después de ser acreedor al Premio Nacional Alfonso Hernández Catá por su magistral relato Un dedo encima, en el cual un solar habanero es escogido como escenario del drama de uno de esos olvidados que Buñuel no tardaría en inmortalizar en la pantalla.

El relato La noche de Ramón Yendía, sobre un chofer convertido en informante de la policía machadista por determinadas circunstancias que le condujeron a la traición, quien se cree perseguido por los revolucionarios en medio de la insurrección popular de agosto de 1933 y emprende la huida, suscitó cierta comparación con la del joven protagonista de la noveleta El acoso (1956), de Alejo Carpentier, refugiado en un teatro donde se ejecuta un concierto. Lino Novás Calvo, quien con Pedro Blanco, el negrero, anticipó ese concepto de lo «real maravilloso» desarrollado por Carpentier en su obra, compartió con el escritor cubano la amarga suerte de que el cine que tanto les apasionó le diera la espalda.

Las noveletas No sé quién soy (1945) y En los traspatios (1946), así como la compilación de sus cuentos Cayo Canas (1946), fueron otros títulos suyos. En la referida carta al intelectual cubano, de fecha 26 de febrero de 1947, este gran narrador de las letras cubanas expresó: «Días pasados he estado hablando con Manuel Alonso, que es el único que tiene aquí algo con que hacer cine. Es un crimen que no hagamos grandes películas cubanas con tantos elementos humanos buenos. Pero una película cuesta cara y el capital no se arriesga con locos como nosotros. Hace poco hicieron aquí una porquería llamada Embrujo antillano que costó 117 000 pesos. Es una vergüenza. Pero así es. No parece haber mucho chance por ahora. Nada me gustaría tanto como ayudar a hacer la primera gran película cubana. Mira a ver si consigues por ahí un productor».

Otra misiva cursada entre ellos en diciembre de este año contiene otras referencias sobre el cine, a lo cual responde Novás Calvo: «Esa es otra de mis pelotas. Hace días trabé relaciones con el Indio Fernández y con Figueroa, y ellos quieren hacer películas cubanas. Si lo hacen (están haciendo María la O, pero no por cuenta propia, y no les gusta) contarán conmigo. Tienen algunos propósitos a mi ver equivocados. Uno de ellos, una película violenta sobre la discriminación racial en Cuba. Para empezar, eso es un disparate. También quieren hacer Finlay, pero en esto yo no podré asesorarlos, porque no soy especialista, y trasmitiré el encargo a algún otro. Por mi parte, quería reunir un grupo de escritores, artistas y músicos y, cooperativamente, hacer entre nosotros una buena película cubana, como muestra y principio. Pero ya se ha creado el salado sindicato de “técnicos” y “artistas” y nada se puede hacer sin ellos —y desde luego, nada se puede hacer con ellos que valga la pena».

La toma de posesión de la directiva del Sindicato de Trabajadores del giro cinematográfico fue efectuada en los últimos días de febrero de 1947, en el Teatro Nacional. Al año siguiente, Lino Novás Calvo reincidió en abordar el tema del cine para ejemplificar, junto a la radio, las dificultades para acceder a esos medios «en manos de provincianos, analfabetos, cínicos y resentidos», que le negaron la entrada por carecer de «sentido dramático». Escribió de nuevo a Portuondo: «El cine es un instrumento más poderoso que ningún otro que pueda usar el escritor de creación y el artista. Se podría hacer cine cubano. Le he dado vueltas y he estudiado sus aspectos, y sé que se podrían hacer películas buenas que no costarán más de cien mil pesos; y se podrían hacer buenas con cincuenta mil. El cubano tiene una extraordinaria flexibilidad y un don histriónico portentoso. Se podrían coger los actores y las actrices a puñados de la calle. Pero cada vez que se intenta algo, cae en manos de mediocres figuradotes la dirección, y todo se malogra».

Cuatro años más tarde, a fines de 1951, la Productora Fílmica Cubana (PROFICUBA), adquiriría los derechos de filmación del cuento de Lino Novás Calvo titulado ¡Y baila y baila y baila!, que apareció en el número correspondiente al 22 de abril de la revista Bohemia.

Con el propósito de disponer de un material literario tan prestigioso como punto de partida, los gerentes de esta compañía no escatimaron presupuesto para comprar también los derechos de su excelente novela breve En los traspatios (1946), retrato cotidiano de una familia pobre y desesperanzada. Sorprendió a los críticos y sedujo a los cineastas esa suerte de estructura cinematográfica empleada para eslabonar los distintos pasajes, y el detalladísimo diseño de los personajes, dotados de vida propia en los que el lector puede, incluso, identificar la fisonomía y hasta el tono de voz de conocidos intérpretes del cine de la época, ante todo del mexicano, que atravesaba su Edad de Oro.

La frustración experimentada por el escritor ante la posposición indefinida de las filmaciones —que nunca llegarían a realizarse—, le condujeron a escribir estas líneas premonitorias: «Lo de las películas, por desdicha, no es oro todo lo que reluce. Para mí se reduce a 200 pesos. Y no por culpa del productor, sino por el pobre mercado que tenemos, y un fantástico sindicato que se lo lleva todo y no deja hacer nada. Además, las concesiones, ¡ay! las concesiones».

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