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Ciencia para miles de agricultores cubanos (+ Galería de fotos)

La irrupción de otros miles de pequeños productores en los campos cubanos precisa de una ciencia más participativa, no basada en la oferta, sino en la demanda

Autores:

Abdul Nasser Thabet
Marianela Martín González

El científico aplica sus fórmulas, cultiva in vitro, se vale del microscopio para lograr semillas más resistentes a plagas y enfermedades. El guajiro, amén de los avances tecnológicos, todavía espera señales de la naturaleza para atender sus cultivos.

Cualquiera diría que se trata de saberes contrapuestos, distanciados e independientes el uno del otro. Pero en realidad asistimos a fortalezas que, de fundirse, contribuirían a la reanimación de la agricultura cubana, urgida como nunca antes por los reclamos de la eficiencia.

Y es que no sería posible validar los resultados científicos sin la contribución de los campesinos, como declaró a este diario el investigador agrícola Humberto Ríos Labrada, único cubano que ha recibido el premio medioambientalista Goldman.

Este científico quiso obtener calabazas ricas en vitamina A y tal satisfacción no la encontró a la vuelta de la esquina, ni en una parcela del instituto al que pertenecía. En Batabanó, en la provincia de La Habana, a casi 50 kilómetros de donde vive, obtuvo variedades no menos nutritivas que las deseadas.

«Allí los guajiros me abrieron los brazos y sembraron las semillas como saben hacerlo; comencé a aprender y pude decir cuáles eran las mejores. Ahí se formaron las variedades Marucha y Fifi», asegura el dueño del Nobel verde.

Gracias a la comunión del conocimiento académico y el adquirido sobre el surco, se benefician en el país cerca de 500 000 productores. Sin embargo, Ríos Labrada señala la falta de un enfoque que abandone los lastres de la filosofía positivista y la reemplace por otra constructivista.

«El enfoque que se necesita debe partir de la identificación y percepción, donde participen los distintos actores sociales. Sobre los decisores políticos debe caer la responsabilidad de implementar los descubrimientos».

Sostiene que existe cierto desgaste de algunas instituciones científicas al carecer del presupuesto  necesario y tratar de cubrir la oferta de una agricultura homogénea que ya no existe en la Isla.

«Ahora son miles y miles de personas las que deciden qué se va a sembrar. Por tanto se precisa de una ciencia más participativa; no basada en la oferta, sino en la demanda».

El investigador compara la cadena de valores (producción, mercado, consumo) con algo tan natural e incontrolable como la fuerza de gravedad. Por eso sugiere que para la buena salud de esta sucesión debe existir un cuerpo de científicos asistente, el cual no debe estar supeditado al mismo marco regulatorio de la cadena.

«Aquí pagan los servicios técnicos los mismos que fijan el marco regulatorio. China y Vietnam, que han emergido en la agricultura, lograron separar estas funciones, reforzando los avances científicos en la producción, comercialización y consumo de alimentos».

Advierte que la mayoría de los servicios tecnológicos son pagados por varios ministerios y no por las empresas.

El gran dilema de Cuba, según Ríos Labrada, son los consumidores, pues debían contar más.

«Existen países donde los consumidores juegan un papel mucho más activo. Deciden en qué momento producir, cuándo hacerlo y hay muchos donde el cómo producirlo se somete a debate, pues hay gente que se opone a los transgénicos».

El Doctor en Ciencias Alejandro Falcón, investigador auxiliar del Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA), al referirse a la conexión entre ciencia y actores sociales, principalmente los productores, asegura que la falta de alimentos del agro en Cuba no se debe a la carencia de investigaciones científicas, sino al éxodo sufrido en el campo en los últimos casi 20 años.

Falcón advierte que ahora más que nunca se está tratando de acercar a los productores y los científicos, pero realmente no todo marcha como debería en aras de aumentar los rendimientos por área y diversificar la agricultura con la aplicación de todo el potencial de la ciencia y la técnica.

«También sucede que cuando un científico termina una investigación, si se la publican y se la premian ahí puede quedar su propósito. Las empresas deberían presentar sus intereses investigativos a las instituciones científicas.

«Por otra parte, fuera más motivador y redituable que las empresas financiaran la aplicación y extensión de los productos resultantes de la innovación tecnológica. Ahora costean esos procesos los ministerios de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, y el de Educación Superior».

Cuba debe aumentar su producción agrícola en condiciones climáticas adversas y suelos severamente afectados por la erosión, la salinidad y otros problemas, un reto en el cual los científicos están llamados a desempeñar un papel estratégico.

Ejemplos de cómo la comunidad científica cubana se moviliza para responder a estas urgencias pueden encontrarse en diversos lugares del archipiélago, e incluso no pocos han trascendido nuestras fronteras. La Doctora en Ciencias María Caridad Nápoles ha liderado un producto que hoy se inserta en el mercado mundial con resultados promisorios.

La investigadora titular del INCA desarrolló un biopreparado a base de bacterias que habitan en el suelo, capaces de asociarse con las plantas leguminosas y formar nódulos en sus raíces, dentro de los cuales fijan el nitrógeno del aire y se lo incorporan a la planta de una manera asimilable.

«De esta forma no es necesario utilizar el fertilizante químico nitrogenado, cuyos precios son muy altos en el mercado mundial».

La investigadora señala que a las plantas les resulta muy complejo asimilar el nitrógeno acompañante de la atmósfera, ya que tienen un triple enlace difícil de romper, por eso se aplica el fertilizante químico. En este caso, las bacterias del Azofert tienen la capacidad, a través de una encima que portan, de romper este triple enlace y brindárselo a las plantas en la forma en que lo necesitan.

«A diferencia de otros inoculantes, Azofert presenta altas concentraciones de factores de nodulación, moléculas determinantes en el proceso de esta simbiosis».

Este biofertilizante está diseñado para ser empleado en la mayoría de las especies de leguminosas de interés económico (soya, frijol, habichuela, maní y otras de pastos y forrajes).

La probada calidad y eficacia de este producto netamente cubano no solo ha sustituido importaciones sino que puede comenzar a aportar ingresos al país, debido a su reciente incorporación al mercado internacional.

«Hace seis años que tenemos un contrato de licencia de tecnología con una importantísima empresa argentina, líder en la producción de inoculantes en Latinoamérica y el mundo: Rizobacter Argentina. Esta empresa exporta a Europa, Estados Unidos y Canadá, por lo que resulta sumamente importante que hayamos logrado introducir el Azofert».

Enraizador ciento por ciento cubano

El acercamiento entre la academia y el conocimiento empírico ha permitido que campesinos como Tomás Pino, socio de la cooperativa de créditos y servicios Raúl Hernández, en Jaruco, La Habana, no quedara al pairo ante la escasez de un producto estadounidense que tenía como función catalizar el enraizamiento de sus posturas.

Actualmente Tomás logra que prendan sus esquejes de frutales con un producto netamente cubano llamado Pectmorf, obtenido por investigadores del INCA encabezados por la Doctora en Ciencias Agrícolas Inés María Reynaldo, jefa del grupo de productos bioactivos de esta institución.

El insumo puede utilizarse para plantas ornamentales y frutales. Existe desde la década de los 90, pero en el vivero de Tomás empezó a aplicarse desde el año 2005, teniendo en cuenta que en el país había dificultades económicas para importar los enraizadores.

Los residuos de la industria de cítricos son la materia prima fundamental del Pectimorf, el cual se obtiene a partir de un procedimiento muy sencillo y bastante económico.

«Pretendemos que para el año 2011 el producto se esté aplicando en la gran mayoría de las provincias del país.

Ya está aprobado en la empresa de cultivos varios de Jiguaní, en el vivero y biofábrica de Bayamo. Tuvo la anuencia también en el vivero de Jagüey Grande, en la empresa de cítricos de Ceiba del Agua, en La Habana. Tenemos previsto, además, que se empiece a utilizar en un vivero de una CCS de Holguín, otro de Las Tunas y una empresa de cítricos de Ciego de Ávila», afirma la principal autora del producto bioactivo.

El interés de generalizar el Pectimorf se evidencia en los estudios realizados en Guantánamo. Leuyanis Ramos Hernández, investigador de la universidad de esta provincia, afirma que realizaron pruebas en el territorio sobre el comportamiento del producto, porque las condiciones climáticas no son las mismas que donde ya se ha probado el enraizador.

«Tenemos un problema, el único vivero que hay en Guantánamo es en el que trabajamos, el cual queremos fomentar. Estuvo a punto de perderse por la carencia de los productos para echarlo a andar. El Pectimorf es una alternativa que parece nos dará buenos resultados».

El traje a la medida

Julio Calzadilla, un guajiro bien conocido en Las Tunas por tener en sus predios el polígono provincial de semillas de ese oriental territorio, asegura que el problema con la producción de alimentos en el país no es porque se carezca de la ciencia, ni mucho menos de voluntad para aplicarla.

«Lo bueno de la ciencia actual es que tiene bien en cuenta al productor. Usa sus conocimientos y ofrece soluciones sin cañonas, pues las propuestas científicas no siempre son válidas para la totalidad de los agricultores.

«Los científicos se han dado cuenta de que cuando un guajiro dice: eso no rinde o no se logra, es cierto. Nadie tira piedras contra su propio tejado».

Para este hombre que trabaja la tierra junto a su esposa, la ingeniera agrónoma Yennis Ramírez, el mejor laboratorio es el montón de secretos que los padres y abuelos transfieren a los más jóvenes.

No obstante, la pareja de productores admite que las 13, 42 hectáreas que poseen en la finca Las Y de Calzadilla, en la localidad de Manatí, comenzaron a ser eficientes cuando la ciencia y la técnica llegaron a sus predios hace cerca de tres años, con el Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL).

«Este proyecto es conducido por el Instituto Nacional de Ciencias Agropecuarias (INCA) y tiene como propósito la búsqueda de métodos descentralizados y participativos para innovar, producir, distribuir y comercializar los alimentos», explica Yennis, quien apunta que ahora en su casa y por sus alrededores se come más y mejor, pues antes solo sembraban frijol negro y colorado, y ahora cuentan con 83 variedades de ese tipo de grano.

Fíjate si soy feliz —acota Calzadilla— que aunque me den una mansión en el centro de la capital no la cambio por mi finca. Aquí produzco cultivos varios, tabaco, flores, tengo nueve variedades de gladiolos. También crío cerdos, vacas y chivas. No tengo que salir a buscar casi nada fuera de mi propiedad.

En las Y de Calzadilla radica el polígono provincial de suelos de Las Tunas. Es allí donde muchos productores tuneros y de otros lugares de la Isla entrecruzan sus experiencias con expertos del INCA y los institutos de Suelos y Sanidad Vegetal para manejar las tierras.

En 2009, esta finca sirvió de escenario para impartir un taller donde, de conjunto con especialistas de la Universidad de Las Tunas y productores, evaluaron el comportamiento de distintas variedades de semillas.

«Fíjate si hay que hacer alianzas entre el conocimiento tradicional y la ciencia moderna para lograr mejores semillas, que en mi finca puede que se den cinco tipos de simientes que a dos o tres kilómetros de aquí no se logren. Esas semillas se obtienen en laboratorios, pero si no hay voluntad y rigor en la disciplina tecnológica del campesino jamás se le dará su verdadero valor», remarca la ingeniera Yennis.

Tengo lo que tenía que tener

«Gracias a hacer lo que de verdad se necesita, yo en mi finca tengo de todo. Se dice dondequiera que hay que respetar la rotación de las tierras si queremos comida, y no todos aplican ese principio de la ciencia, que además tiene propuestas de qué cultivo rota detrás del otro, para aprovechar los nutrientes y hasta los químicos que se le aplican a la cosecha anterior», señala el productor tunero Miguel Ángel Rubio.

Su finca es también de referencia al contar con una producción diversificada, donde todo está pensado, hasta el pasto a partir del kingras-OM22 y la caña de azúcar con que endulza la comida de los cerdos que cría de manera convenida con la Agricultura en su localidad.

Muy cerca está el día en que Rubio logrará autobastecerse de aceite de girasol, gracias a una máquina trituradora de las oleaginosas semillas, que gestiona con la ayuda de otro campesino.

«El problema de la elevación de la eficiencia, la productividad y los resultados económicos del sector agropecuario en general, no se deben a la falta de innovación tecnológica, aunque su aplicación pudiera ser más eficiente».

Advierte que en la productividad del campo inciden factores naturales, institucionales, regulatorios y legales, educativos, culturales y de preparación y calificación del personal que labora en el surco.

«Los campesinos también se ven desmotivados por la falta de aperos de labranza. Igualmente el campo está siendo golpeado por el envejecimiento de su fuerza productiva».

La ciencia crea, pero a la hora de aplicar es donde se traba el paraguas, estima Maikel Bonachea, un productor villaclareño que conoce muchas variedades de arroz, pero prefiere sembrar aquellas que le reporten más cantidad, aunque la calidad no sea la suprema.

«Hay soluciones para mejorar la producción de café y arroz y, sin embargo, seguimos importando ambos renglones. Hace falta crear y aplicar. No se pueden engavetar los resultados. Es un crimen que gastemos en proyectos de investigación y luego no les saquemos provecho».

Para 2011 el país importará alrededor de 17 000 toneladas de café a un costo de cerca de 45 millones de dólares. La demanda de arroz importado será de 400 000 toneladas, a un precio de 500 dólares cada una, según informaron fuentes del Ministerio de Economía y Planificación.

Estas cifras invitan a desempolvar las investigaciones que podrían impulsar la producción de estos rubros. Como dijo el Doctor en Ciencias Alejandro Falcón: «La culpa de que no haya alimentos suficientes no la tiene la ciencia», pero si esta se aplicara con la misma devoción con que los científicos buscan las soluciones, las áreas cultivadas fueran más eficientes.

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