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Tras la eterna juventud

En la búsqueda de la inmortalidad algunos gastan fortunas para encontrar el elixir con el cual vivir eternamente lozanos. Lo intentan todo, sin descartar el uso de sangre fresca

Autor:

Julio César Hernández Perera

Se dice que el ser humano es el único ser vivo que tiene conciencia de que va a envejecer y a morir. Es un destino no deseado, porque lo añorado por nuestra especie desde tiempos remotos es tener vida sin límites.

Para alcanzar tal propósito grandes personajes de culturas muy antiguas consumían pociones secretas o apelaban a la momificación, construían imponentes pirámides u otras edificaciones que reverenciaban la inmortalidad. Existir sin límites y sin envejecer inspiró mitos y leyendas como la de la piedra filosofal, las panaceas universales o el elixir de la vida y la fuente de la juventud.

Algunas de estas leyendas llegaron a mezclarse con hechos reales de la historia, como la del explorador español Juan Ponce de León y su tripulación, quienes arribaron a la Florida, en Norteamérica, en 1513. Se ha llegado a decir que ellos «descubrieron» esos territorios mientras buscaban la fuente de la juventud: un manantial de agua mágica capaz de revertir el proceso de envejecimiento y de curar todas las enfermedades.

En tiempos de modernidad parece que la civilización humana no renuncia a la lozanía sin fin. La aspiración no solo es vista en películas y novelas: mientras la tecnología y la Medicina avanzan y asoman nuevos patrones estéticos, la civilización desafía a la muerte de disímiles maneras.

La parabiosis

Una de las técnicas experimentales que en nuestros días auxilia a muchas investigaciones científicas contra el envejecimiento es la parabiosis. Aunque puede ocurrir naturalmente con los hermanos siameses —el término se define como la coexistencia física de dos seres vivos pegados artificialmente—, fue descrita por primera vez en 1864 cuando el francés Paul Bert unió a ratones de laboratorio a través de suturas en la piel, los músculos o la pared abdominal.

En sus experimentos, el investigador galo pudo comprobar cómo ambos animales compartían la misma circulación sanguínea, ocurriendo un intercambio rápido y continuo de células y factores sanguíneos a pocos días de ser unidos, algo que en etapas posteriores pudo ser confirmado.

Se ha llegado a demostrar que cuando se realiza la parabiosis entre un ratón joven y otro de mayor edad, este último «rejuvenece», o sea, mejoran sus parámetros sanguíneos, su densidad ósea y hasta recobra algunas funciones neurológicas superiores. Lo opuesto ocurre en los animales más jóvenes, quienes se vuelven más lentos en su metabolismo e intelecto. Es como si se invirtieran los papeles.

Auxiliados, además, con métodos modernos de biología molecular, en el presente se ha llegado a probar —de manera experimental— la existencia de elementos circulantes en la sangre y su efecto sobre diferentes tejidos. Se sabe, por ejemplo, que en la sangre circulan moléculas capaces de regular la grasa corporal, de reducir la hipertrofia del corazón asociada al envejecimiento, así como favorecer la restauración de la médula espinal y activar o inhibir la regeneración del músculo esquelético en dependencia de lesiones sufridas por el cuerpo.

El constante develamiento de factores que circulan en la sangre y sus efectos en diversos órganos y tejidos abre nuevas preguntas acerca de los mecanismos moleculares y celulares que pueden tener notable impacto en la salud futura del ser humano.

Vampiros del siglo XXI

Asombra entonces que en la actualidad se den hechos que obvian las demarcaciones de lo éticamente aceptado. La comunidad científica y médica, por lo general, rechaza tales transgresiones.

Ilustrativo de lo que está pasando es el «experimento» llevado a cabo por una empresa norteamericana llamada Ambrosia, donde se incumplieron algunas pautas éticas durante una investigación relacionada con la salud de seres humanos. La empresa fue fundada en 2016 por el doctor Jesse Karmazin y cuenta con una clínica en California y otra en Florida.

En un ensayo recién culminado por esta empresa y muy polémico desde su aplicación inicial, participaron 150 personas sanas —con edades entre los 35 y los 80 años de edad—, a quienes se les transfundió plasma obtenido de la sangre de personas entre 16 y 25 años. La participación en este estudio requirió de algo más que voluntariedad: ¡los participantes debían pagar 8 000 dólares para sentir un supuesto rejuvenecimiento!

Muchos sospechan que el experimento haya sido un truco para ofrecer una lucrativa terapia injustificada. Entre los participantes se hallaba el multimillonario estadounidense Peter Thiel, notable inversor de Silicon Valley que ganó su fortuna con inversiones tempranas en conocidas empresas como PayPal o Facebook, y a quien se le cataloga como un polémico personaje por tener gran proximidad con el actual presidente estadounidense Donald Trump.

Como otros millonarios que han manifestado preocupación por su propia mortalidad, esta persona no escatima recursos para comprar juventud, aunque sea a costa de sangre de pobres.

La idea de la inmortalidad continúa siendo tan quimérica como lo era en los inicios de la civilización. Algunos están dispuestos a pagar con creces para verse eternamente jóvenes. Por lo pronto hay más interrogantes que certezas. Algo, sin embargo, está en firme si se habla de prolongar la juventud: la práctica del ejercicio físico y una adecuada alimentación nos pueden mantener en la frescura por largo tiempo.

Algunas fuentes consultadas:

Hofmann B. Young Blood Rejuvenates Old Bodies: A Call for Reflection when Moving from Mice to Men. Transfus Med Hemother. 2018; 45:67–71.

Müller, T.Ewige. Jugend made in Silicon Valley. Ästhet Dermatol Kosmetol 2016; 8:11.

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