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¿Importa lo que somos o lo que hacemos?

Los seres humanos nacen con un conjunto de órganos que a simple vista sugieren su potencial reproductivo como hembras o machos, y son criados para que se comporten como hombre o mujer. Sin embargo, hay quienes buscan explicar «lo diferente» desde una mirada más dialéctica

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Los seres humanos nacemos con un conjunto de órganos que a simple vista sugieren nuestro potencial reproductivo como hembras o machos.Según esa apariencia, la sociedad nos asigna un género y decide qué entrenamiento recibiremos para comportarnos como niño o niña, futuro hombre o mujer, cantera de padre o madre.

Para perpetuar esa doble herencia biológica y social se nos cría bajo las normas de una conducta sexual «esperable», cuyo ideal ha sido durante siglos el procurarnos una relación estable y monogámica  enfocada hacia individuos «correctos» según nuestra edad, raza, sexo, estatus social y cultura.

Cualquier actitud que disienta de esa matriz puede ser tildada de antinatural, conflictiva, inadaptada o patológica, según el prisma con que se le mire: el de la moral, la cultura, la religión, las ciencias…

Como todo lo que conforma nuestro fértil espacio subjetivo, el comportamiento sexual ha sido estudiado y redefinido decenas de veces sin llegarse aún a un consenso que contemple equitativamente todas sus variantes.

Incluso la forma de nombrar ciertas realidades alternativas muchas veces tiene un marcado carácter de violencia, olvido o trato residual, y utiliza palabras ambiguas o despreciativas como el vocablo inglés queer, (en español «rarito»), dicho así, con ese dejo de inseguridad, para englobar a las personas amaneradas, de figura desproporcionada, célibes por mucho tiempo, travestis, lesbianas, bisexuales, gais, transexuales, parafílicos, y «heteroflexibles», como se ha dado en llamar a quienes se involucran ocasionalmente con gente de su mismo sexo .

Sujeto no, predicado

Sin embargo el término queer  fue rescatado por la academia para nombrar un nuevo intento de  explicar lo diferente desde una mirada más dialéctica. Esa Teoría Queers o TQ surgió en Estados Unidos a inicios de los 90 del pasado siglo y ya tiene seguidores en Europa y América Latina.

Esta corriente se reconoce deudora del psicoanálisis, del filósofo francés Michel Focault y de las luchas feministas y del movimiento gay en todo el orbe, pero va más allá al cuestionar el sistema sexual binario tradicional (hombre/mujer) como exclusivo y discriminatorio. Sus máximas exponentes son Judith Buttler (autora de los libros Problemas de Género y Cuerpos que importan) y Eve Sedgwick Kosofsky (Epistemología del clóset y Entre hombres).

Desde postulados posmodernistas, ellas consideran pertinente discutir las categorías Sexo y Género para despojarlas de esa esencia unificadora asignada históricamente, y hablar mejor de una identidad en constante construcción, una experiencia transitiva en la que pueden darse prácticas sexuales diferentes en contextos sociales y personales distintos.

¿Quién decide entonces qué está bien o está mal? En Historia de la sexualidad, Foucault conceptualiza ese fenómeno como una  experiencia histórica signada por tres ejes: la formación de los saberes que a ella se refieren, los sistemas de poder para regular su práctica y las formas en que los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos sexuados.

La concepción Queer asume el reconocimiento que hacemos de nuestra condición masculina o femenina como resultado histórico-social de una época, como un destino que supuestamente siempre ha estado ahí y con el cual nos identificamos en el devenir de nuestra historia personal mediante actos de interpelación: le pregunto a ese imaginario social quién soy, qué debo hacer, cuál es mi lugar... y trato de ajustarme a ello.

Eso es lo que Judith Buttler cataloga como concepción preformativa del género: actos que al repetirse producen la ilusión de una esencia natural incuestionable, un concepto creado desde la subjetividad y no desde la naturaleza, como se pensaba.

Según esta idea no cabe hablar de individuos «marcados» de la cuna a la tumba, y mucho menos evaluar la supuesta anormalidad de nuestros actos y expresiones sexuales a cada momento.

Más bien llaman a la sociedad a crear metáforas diferentes para pensar el cuerpo como un campo plural, y a colocar en el centro de la discusión la diferencia entre lo que se nos dijo que somos (el sujeto) y lo que en la práctica hacemos (el predicado), para dar más valor a este último.

Por eso tratan de reivindicar significados más dignos para esas palabras que en cualquier lengua designan las diferencias: recuperar el insulto y usarlo para reconocer la diversidad y dejar de condenar a la gente solo por salirse del marco.

Diversidad de tiempo y voces

El español David Córdoba afirma que una construcción sociocultural de la identidad sexual supone arrebatarla a los campos de conocimiento que hoy la monopolizan (medicina, biología, psiquiatría), para llegar a un concepto sociopolítico más complejo, abierto a procesos de rearticulación y redefinición de sus límites.

Pero la obsesión por normar el proceder sexual va más allá de su carácter de práctica erótica. Para Mauricio Lazzaratto «forma parte de la administración de los cuerpos y de la gestión calculada de la vida. Eso es biopolítica, en cuyo nombre se califica a las minorías sexuales como grupos que ofrecen resistencia a procesos de normalización: gente que se niega a ser identificada según sus expresiones o prácticas —dice Beatriz Preciado— porque no hay una, sino multitud de diferencias que aún no encuentran símbolos adecuados en el decir, entre otras razones porque su existencia cuestiona el dualismo hombre-mujer sobre el que funciona el actual saber científico.

El antropólogo Javier Sáez afirma que las investigaciones en sociología, filosofía, historia, literatura, política, antropología o derecho están destinadas a reproducir un modelo dominante donde el sexo es binario, la orientación sexual normal hetero y los autores destacados son hombres.

La corriente TQ en Europa, sobre todo en España, habla entonces de introducir herramientas críticas en la producción científica del momento e incluso en el análisis de la literatura y el arte, pero no para motivar una utilización mediática o estética de lo Queers como objeto de consumo, culto o vanguardia, porque prefieren evitar el riesgo de convertirlo en una nueva forma de segregación.

Lo que se busca es discutir cómo esos sistemas que administran y regulan el cuerpo pueden ser entendidos como motores generadores de desigualdad, explotación y conflictos, y en ese camino propiciar cambios en el imaginario y la conducta social que tributen, a la larga, a la tan necesaria cultura de paz.

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