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Somatón sobre el Somatón

Esteban Labrada, director de la Empresa de Administración Vial y Diagnóstico Automotor (FICAV) del Ministerio de Transporte, responde a la queja de Pedro Monterrey —reflejada aquí el 1ro. de febrero— sobre los servicios del Centro de Revisión Técnica Automotor de Ciudad de La Habana, conocido como «El Somatón».

Entonces, Pedro relataba que fue el pasado 26 de enero a dicho centro, con el interés de reservar turnos para inspeccionar vehículos de la entidad que representa, pues la certificación que le permite circular a esos automotores caducaba al siguiente mes. Pensando que resolvería en una semana para «el somatón», como ha sido habitual, se sorprendió cuando le dijeron que estaban dadas las reservaciones hasta el 31 de marzo, y las de abril se comenzarían a dar en febrero, en una fecha aún indeterminada.

Quien le atendió allí, le comunicó que desde agosto de 2008 está rota y paralizada una de las dos plantas dedicadas a la inspección. No pudieron aclararle hasta cuándo era el contratiempo, pues arguyeron dificultades con el financiamiento.

Pedro razonaba que, si con las dos plantas a plena capacidad el servicio siempre estaba saturado, al punto de que no pocas veces se incumplía el programa semanal, ahora todo se complicaría más. Y connotaba que nadie se había pronunciado públicamente acerca del «cuello de botella», que provoca un elevado porcentaje de vehículos circulando ilegalmente, so pena de tener que paralizar el escaso parque automotor de que disponen muchas entidades, con la consiguiente afectación a los servicios y la economía.

El lector sugería también, dado que las autoridades competentes continúan imponiendo multas al infractor que ande con certificaciones ya vencidas, que FICAV gestionara una prórroga para los certificados, teniendo en cuenta ese «cuello de botella».

Al respecto, precisa el director de FICAV que la afectación del Centro de Revisión Técnica Automotor de Ciudad de La Habana fue debido a una tormenta eléctrica. Y ya arribaron al país las partes, piezas y agregados para revitalizarlo, por lo cual el mismo debe estar a plenitud en el transcurso de este primer semestre de 2009.

Sí aclara que, cuando Pedro se presentó en el centro, «este tenía todas las capacidades del mes de marzo y de abril disponibles; y aún hoy (20 de febrero) ningún turno ha sido solicitado». Ello desmiente lo que le dijeron allí al cliente.

Aunque reafirma que, antes de la rotura, en una semana se podía solicitar el turno y hacer la inspección, Labrada precisa que, de acuerdo con los procedimientos vigentes de FICAV, los turnos deben solicitarse 45 días antes del vencimiento de la revisión técnica. «La fecha de vencimiento de los certificados se conoce y no hay por qué esperar cinco días antes de solicitar el turno», afirma.

Además, FICAV atiende de forma diferenciada a las empresas que tienen grandes flotas de vehículos si estas lo solicitan, agrupando los mismos de forma organizada, para prestarle el servicio y así no afectar la producción y la economía del país.

En cuanto a la sugerencia de Pedro de que FICAV gestione una prórroga para los certificados, aclara el funcionario que ello no está entre las funciones o atribuciones de esa entidad.

Aun con todo, Labrada reconoce que en esa empresa se han registrado deficiencias organizativas y de control, que han afectado la calidad del servicio, lo cual «se ha corregido con firmeza». Y acto seguido lo ejemplifica:

Se han aplicado diferentes medidas disciplinarias: dos separaciones definitivas de la entidad, dos rebajas a cargos de inferior categoría y remuneración, además de la pérdida de la estimulación por un año, y diez cambios de puesto de trabajo por pérdida de requisitos, entre otros.

A como sea

Las indisciplinas sociales nos van minando y siembran el caos si no se les pone coto por las autoridades correspondientes. Cuando la impunidad se va adueñando de los espacios, y no aparece quien deba poner orden y rigor, los ciudadanos comienzan a sentir que están solos y desguarecidos ante tales excesos, y optan por hacerse de la vista gorda, salvo los inclaudicables de siempre.

Uno de esos incansables es Abel Miquelez González, vecino de San Nicolás 360, apartamento 7, entre San Miguel y San Rafael, municipio capitalino de Centro Habana.

Relata Abel sus lamentables experiencias en la salida de los microbuses ruteros que por cinco pesos rinden el trayecto Dragones y Galiano-Santiago de las Vegas. Allí en el parque El Curita, sobre todo en horas tempranas de la mañana, estudiantes ya creciditos, vistiendo sus uniformes, sistemáticamente violan el derecho de quienes hacen la cola.

Introducen a gran cantidad de sus condiscípulos, y montan descaradamente por delante de personas que llevan tiempo aguardando por su turno. En ocasiones lo hacen violentamente, atropellando a su paso lo que sea, sin importarles las quejas de los afectados.

Abel se pregunta lo que muchas personas en otras paradas de nacimiento de diferentes rutas: ¿Por qué no están, a esas horas difíciles, los agentes de la autoridad para neutralizar y controlar esos conatos? ¿Qué hacen los inspectores del transporte? Si en los años más difíciles del período especial, cuando el transporte agonizaba, se crearon sistemas de control para preservar el orden de las colas, ¿por qué volver más atrás en el tiempo, ahora que la situación va mejorando?

El otro valor

Con un dinerito que le había enviado su hija del exterior, Julio Carreras salió de su hogar, allá en Manuel Ascunce 9, San Cristóbal, en Pinar del Río. Fue a hacer unas compras, y de regreso se dispensó una meriendita en el quiosco de Juanito.

Llegó a su casa, a cien metros del quiosco. Y al palparse los bolsillos, se percató de que el vuelto de la compra, en billetes, no estaba. «Me volví loco», confiesa ahora. Volvió presuroso al quiosco de Juanito, y le preguntó si había visto un paquetico de dinero que se le podía haber caído cuando fue a pagar la merienda.

Juanito lo miró fijo, y entró a su casa, para momentos después salir, junto a su hija, con el dinero. ¡Qué alegría sentí!, confiesa. Como en todo pueblo chiquito, el suceso implicó a todos. La vecina de al lado le dijo que ese dinero se lo había encontrado «un mulatito». Y la hija de Juanito, el del quiosco, le dijo: ese debe ser de Julio, que fue el último que merendó aquí.

Julio es feliz no solo porque recuperó su dinero, sino por constatar que hay siempre personas honestas en este mundo. Agradece a Juanito el del quiosco y a su hija, pero sobre todo, a ese mulatito que bien hubiera podido seguir su camino con el dinero y no hacer público el hallazgo. Al final, Julio pudo constatar que al descubridor, ese que no cedió ante la más cómoda tentación, le dicen Tata en el pueblo. Quizá Tata no tenía ni una peseta en el bolsillo. Qué decencia...

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