Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Refuta, pero no argumenta

El pasado 12 de junio la lectora Susana Aymerich (Calle 4 número 505, apartamento 7, Vedado, Ciudad de La Habana) reflejaba aquí la tristeza que sintió al visitar con una nieta y dos biznietos el Parque Zoológico de 26, en la capital:

«La situación de los animales es deprimente. Los pocos que ya existen se ven hambrientos y sedientos. Las lagunitas donde están algunos patos, y la de los cocodrilos, están llenas de basura, papeles, latas, botellas. Y es una nata verde, donde apenas se ven los cocodrilos. En varios lugares había una fetidez insoportable. El parque de diversiones tiene casi todos los aparatos rotos, la vegetación abandonada y hay jaulas que han perdido los herrajes, ya sin animales».

Al respecto, responde Juan A. Cepero, director del Zoológico de 26, que «lo que se publicó dista de la realidad», y acto seguido refiere que «nos reunimos con los trabajadores, los cuales lamentan la opinión de la compañera Susana, la cual nos expresó que ella no había caminado todo el recinto por su avanzada edad, pero que era su opinión». Manifiesta también Cepero que en el Consejo de la Administración Provincial «ex-plicamos que lo que se había publicado no era la situación real del parque».

Con el debido respeto para el director del Zoo: si bien Susana luego expresó que no recorrió todo el parque, hizo señalamientos concretos de problemas observados por ella. La respuesta de Cepero a este diario solo se ciñe a recalcar de manera general que lo publicado dista de la realidad, pero no refuta con argumentos los detalles señalados por la lectora.

Ahora nos escribe la destacada cantante cubana Lourdes Torres (Virtudes 628, altos, esquina a Gervasio, Centro Habana) para narrar una experiencia bastante similar a la de Susana.

Refiere Lourdes que sintió tristeza cuando llevó al Zoo de 26 a un niño colombiano hijo de una amiga, que estaba de visita en Cuba con su familia:

«El Zoo es un lugar desolado. En la Isla de los Monos, después de mucho mirar logramos ver uno. Los cocodrilos, de los que había tantos, apenas se ven. En las demás jaulas de monos, en tres o cuatro de ellas, apenas uno en cada una. Ni rastro de gorilas. En el antiguo foso del elefante lo único que hay es una pirámide de excrementos. Donde estaban las grandes aves, no hay nada. En otras, solo alguna que otra cotorra y unos pavos reales pequeños».

Lourdes apela a la comparación con el Zoo que ella visitaba hace muchos años. Y quiere comprobar si es cierto lo que le dijo una joven que estaba allí con su esposo e hijo. Ellos visitan con relativa frecuencia el Zoológico, y más de una vez, en las mañanas, han visto cómo alimentan a los animales con pollitos vivos, ante los ojos de los visitantes. «No soy testigo, solo lo comento, pues de ser cierto es horrible que un niño presencie eso», dice.

Orden en la ciudad

Desde Bayamo, capital de la provincia de Granma, escribe Bárbaro Bernal (Máximo Gómez 86), para «hacer un llamado a las autoridades urbanísticas de mi querida ciudad, donde resido hace ya muchos años».

Le duele a Bárbaro ver, después de tantos esfuerzos de esas mismas autoridades y del propio pueblo para mantener a Bayamo alegre, hermosa y con tanta historia, que se autorice a personas en pleno centro histórico a fundir un trozo de hormigón para construir rampas de acceso a los garajes de sus viviendas, en lugar de demoler el contén, y reconstruirlo como técnicamente está establecido.

«Concretamente, señala, hablo de por qué autorizar algo que técnicamente es un soberano disparate, pues además dificulta el trabajo de limpieza de Comunales».

De paso, Bárbaro llama la atención en cuanto a elevar el rigor de los inspectores sobre aquellas personas a las que, en afán de resolver sus problemas, poco les importa montar un ventanal de aluminio o una puerta metálica en zonas reservadas para el uso solo de madera.

Es muy respetable la inquietud de Bárbaro, que puede ser la de muchos cubanos que ven transgredir las normas del centro histórico de más de una ciudad, mientras tantos esfuerzos se hacen, por otra parte, para conservar el patrimonio nacional.

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