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Criterios sobre Aerovaradero

La doctora Ada Caridad Cabezas (O’Farril No. 265, entre Cortina y Juan Bruno Zayas, Víbora, La Habana) no comprende cómo la entidad Aerovaradero (carga), que cumple tan importante servicio de envío a Cuba de paquetes desde el exterior, tenga tan deficiente atención al público, en su agencia de Lombillo y Buenavista, en La Habana.

«Cuando vienen los paquetes —señala—, deben avisar por teléfono o correo. Y no lo hacen. El cliente está obligado a averiguar, y ahí comienza la odisea:

«Existe el teléfono 883-1768. Da timbre sistemáticamente y no lo levantan. Tuve que ir personalmente y hacer la cola de información, en la acera y al sol. Aunque hay lugar con asientos y bajo techo, los custodios no quieren que se formen problemas, y entran solo algunos de los clientes que tienen turno para recibir paquetes.

«Cuando finalmente entré, el empleado que da la información me dijo que había mucha demora, que me mantuviera llamando. Le dije que el teléfono da timbre y no lo levantan. Entonces me explicó que es uno solo para todo y le bajó el volumen al timbre.

«Le recordé que solo se podía recibir información personalmente hasta la 1:00 p.m. y le pregunté por qué entonces no podían responder al teléfono. Su respuesta fue que tenía otras cosas que hacer. Esto me ha ocurrido en tres ocasiones. Y por supuesto, debo dejar de trabajar como muchas otras personas solo para indagar.

«Ese servicio bien que lo cobran, y muy bien. Al menos debían satisfacer al cliente dándole la información y la atención adecuadas. Pero no lo logran: solo hay disgustos y quejas. Debían sentir un poco de “afecto” profesional hacia sus clientes, y aunque por razones ajenas a ellos existan demoras, la población se sienta atendida correctamente», concluye.

Entre el susto y el disgusto

A sus 90 años, Enriqueta Eulogia Ricardo Peña pensaba que ya nada en este mundo podía asombrarla. Pero la vida fue más terca…

La anciana reside en calle Julio Diéguez No. 28, reparto Santos, Las Tunas. «Al fallecer mi esposo —relata—, quedé con una chequera vitalicia por la entrega de las tierras que poseíamos en San Agustín de Aguaras, Holguín.

«En marzo de este año se presentó en mi casa una funcionaria del Instituto Nacional de Asistencia y Seguridad Social en el municipio de Las Tunas. Alegó que venía a recoger mi chequera pues yo aparecía como fallecida».

Tal fue el susto que Enriqueta se llevó, que debió permanecer tres días en cama. Pero la hija se personó en el Inass municipal y allí le explicaron que eso se resolvería en abril.

«Ya han transcurrido varios meses —añade la señora— y mi hija va mes tras mes a las oficinas y no ha podido recuperar la chequera». La respuesta más reciente se recibió antes de que Enriqueta se decidiera a escribirnos: no le entregaban el talonario porque la lectora no disponía de una representación  —léase una carta que firmaran Medicina Legal, abogados, etc.— para cobrar la chequera…

¿Debe solucionar Enriqueta un problema que, según lo contado, ella no creó? ¿Qué puede decir al respecto el Inass?

Carretones «sin conciencia»

La ciudad de Santa Clara tiene un excelente servicio de limpieza y recogida de desechos cuya expresión más visible son las calles casi pulcras. Con esa idea comienza su carta Ramón Rodríguez Díaz, profesor de la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas.

Pero ese estado de cosas tiene un enemigo, alerta el lector: «De un tiempo para acá las calles por donde transitan coches, dedicados a brindar el servicio de transporte público, prácticamente se han convertido en una alfombra de estiércol. Hace meses o un año esta situación no existía».

A la alarma que ello suscita, añade Ramón otro motivo de preocupación. En una reciente emisión del programa En voz alta, transmitido los jueves por el telecentro local, comparecieron dos funcionarios y, al responder la llamada de un televidente inquieto por este hecho, dijeron que era un problema de conciencia de los carretoneros y que las autoridades no pueden resolver este asunto.

Ramón considera que perfeccionar nuestro justo sistema social exige resolver problemas pequeños y grandes y procurar las causas. Yo agregaría: ¿no se están aplicando allí disposiciones contenidas en la Ley de Seguridad Vial y otras normativas sobre la recogida de las heces de los caballos?, ¿puede Santa Clara brillar gracias al esfuerzo callado y permanente de sus hijos, mientras ciertos indolentes miran ese ejercicio de decencia por encima del hombro?, ¿estará la sistematicidad con que parece ocurrir lo denunciado por Ramón, afectando la capacidad de ponerle freno a la indisciplina? En calle Principal No. 23, entre Segunda y Tercera, reparto Sakenaf, Santa Clara, el lector aguarda una respuesta.

 

 

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