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Soluciones, no parches

Pedro Manuel Rodríguez Sánchez (Edificio 64., apto A-6, Reparto ICP, Manzanillo) cuenta que en esa ciudad bañada por el Golfo de Guacanayabo es crítico el desabastecimiento de agua.

«Ahora mismo el circuito 1 tiene un déficit grave, el ciclo está extendido en los circuitos 6 y 7, y cuando llega el agua, esta tiene tan poca presión que no llega a las plantas tres y cuatro de los edificios del Reparto ICP».

Manifiesta el remitente que la población envejecida, con enfermedades crónicas como hipertensión arterial y otras, no puede acarrear el agua escaleras arriba hasta las plantas superiores. Llega un momento en el que la situación se hace desesperante, sobre todo cuando las personas no pueden abastecerse de agua ni para beber, y los días pasan.  Y cargar el agua de los pozos es peligroso.

En medio de una pandemia mortal de COVID-19, expresa, no lavarse las manos provoca el pánico de enfermar y fallecer, lo que es una amenaza real, nada exagerada. El agua es una necesidad perentoria, lo demás puede soportarse, pero esto no.

«La única respuesta posible es acabar de resolver este problema», plantea. Las réplicas discursivas lo único que hacen es multiplicar el estado de ánimo adverso. No puede ser que la estrategia del acueducto sea de parcheo: cuando sale el problema lo tapo. Así no.

«Hace falta una intervención inteligente al asunto. Si hay que priorizar algún recurso en divisas, no caben dudas, hay que invertirlo en este objetivo vital urgente. No puede ser que el acueducto de Manzanillo, un sueño que desveló a Fidel, se desvanezca de esa manera en un momento como este», concluye.

Cuando el agua sucia se desborda

Una tarde de este octubre, allá en Calle 6 no. 20, en El  Batey, municipio tunero de Jesús Menéndez, Samuel Grave de Peralta notó mientras se bañaba que el agua no se iba por el tragante y se acumulaba cada vez más.

Buscó a alguien que destupe fosas, quien hizo el trabajo con apenas una cinta de cinco metros. Al concluir, el hombre le aseguró que ya no estaba tupido y en un rato debía bajar el nivel del registro. Cobró y se fue. Y cuando Samuel intentó bañarse, el agua albañal retornó impúdicamente. El sistema de desagüe de su casa se había saturado, y el hedor se expandía.

Tras el fracaso con el plomero barrial, Samuel reportó el problema a Acueducto y Alcantarillado el sábado 9 de octubre. Y el lunes 11 llegó a su casa la brigada a cargo de las tupiciones del alcantarillado local, un sistema que data de los años 20 del siglo XX, sin muchas inversiones posteriores ante el crecimiento demográfico del pueblo.

La brigada estatal usó una herramienta parecida a la del plomero particular, con solo un metro más. La cinta no resolvió, y se fueron mientras las aguas negras subían en la bañadera y Samuel profería consigo mismo palabras más sucias que ese detritus.

Se concluyó que debía venir un carro especializado de la provincia. Pero este no contaba con combustible para el viaje. A resignarse y no perder la fe…

«Continué informando mi situación —dice—, pues es muy incómodo tener este hedor las 24 horas, además de no poder usar el baño para hacer nuestras necesidades. Estamos bañándonos mi esposa, los niños y yo en un cuarto…

«El viernes 22 se personó el director municipal de Acueducto y Alcantarillado, asegurando que ya el carro estaba previsto para que el lunes 25 (fecha en la que redacto esta nota) o a más tardar el martes 26 sin falta estaría para resolver mi situación y la de decenas de casos similares en la zona».

Esa tarde el director de dicha entidad le informó a Samuel que el carro venía, pero se rompió en Puerto Padre por irresponsabilidades de sus conductores. Que si lo arreglaban debía trabajar allí dos o tres días para luego venir.

«Mi decepción llegó a su clímax —afirma—. Mi enojo e impotencia se potenciaron, y muchas interrogantes pasaron por mi mente. ¡Cuánta incompetencia! ¡Cuánta falta de respeto hacia el pueblo! ¡Cuánta falta de empatía, pues nadie ha venido a ver con sus propios ojos y oler con su propia nariz el mal que me aqueja!», concluye Samuel.

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