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Heroína en el kindergarten

Si por el título pensaron que les voy a hablar de un acto de valentía, se equivocaron de plano. Es una de las aberraciones que casi las hace impensables. Un niño de cinco años llegó a su aula de kínder con los bolsillos de un jacket llenos de docenas de bolsitas con dosis de heroína, de la droga, y fue enseñando los 50 saquitos mortales a sus condiscípulos. Un error de su padrastro, llamado Santos Roman, a quien le pertenecía la prenda de vestir comprometedora y fue capturado cuando acudió presuroso al centro infantil para recuperar la «mercancía». El Connecticut Post reportó que el niño fue puesto bajo la custodia del Departamento de Niños y Familias, quien lo entregó a la abuela. Sucedió en Bridgeport, estado de Connecticut, Estados Unidos, y no es un hecho aislado.

El uso y abuso de drogas ilegales y de medicamentos adictivos es una de las «tragedias americanas» que no ha encontrado respuesta adecuada en las políticas oficiales ni por parte de la sociedad, a pesar de que les sobran estudios sobre el tema, muchos de los cuales tratan el problema en la niñez y la adolescencia.

La influencia de la familia, el uso de drogas en el hogar y la violencia intrafamiliar y en la comunidad, son factores nada desdeñables en la conformación de la sociedad estadounidense. Tiene profundas raíces, al punto que EE.UU. es el mayor consumidor de estupefacientes o narcóticos del mundo. A veces, de los medicamentos que hacen adicción se pasa a las sustancias ilegales, o viceversa —en inglés, la palabra drugs se utiliza por igual para la medicina que para la droga, así que deben ponerle el apellido de legales o ilegales, según sea el caso.

El pequeñín de Bridgeport, que por supuesto no fue identificado, estaba bajo la custodia de un padrastro narcotraficante, y de no existir su abuela o tener esta algún problema de conducta o de insolvencia económica, el niño pudo haber ido a parar a una familia suplente, donde no pocas cosas ocurren. Lo hemos visto en decenas de películas o seriales policíacos y responden no a una ficción, sino a un reflejo o copia de terribles realidades.

A finales del pasado año, un estudio de la Oficina de Control del Gobierno (Government Accountability Office-GAO), al que tuvo acceso la cadena ABC News, daba datos escalofriantes de los sufrimientos a que son sometidos niños y adolescentes en hogares adoptivos temporales, y no es despreciable la cifra de quienes se encuentran en esa condición: 450 000 en todo el país. En cinco estados —Florida, Massachussets, Michigan, Oregon y Texas— se pesquisó que miles de esos muchachos habían recibido altas dosis de medicamentos prescritos por psiquiatras, incluso por encima de los niveles permitidos por la Administración de Alimentos y Medicamentos. Muchos de ellos, decía el reporte, recibían más de cinco drogas diferentes al mismo tiempo, y entre los pacientes a los que se les suministraban psicotrópicos estaban incluso bebés de menos de un año.

En esos estados, el informe de GAO incluía que más de 375 millones de dólares se gastaron en medicinas durante el año 2008, y de acuerdo con los centros de servicios de Medicaid y Medicare, que son seguros de salud para los estadounidenses que puedan pagarlos, solo en un año Medicaid había gastado 6 000 millones de dólares y, de ellos, el 30 por ciento en medicamentos psiquiátricos.

Atención, amor, cariño, alimento, educación, cuidados verdaderos, son algunos de los catalizadores frente a situaciones a todas luces catastróficas, que están llevando a ese país a un abismo donde se despeñan valores humanos y con ellos la sociedad. Difícilmente el niño de Bridgeport goce de esas ventajas, cuando un padrastro irresponsable pone la droga a su alcance. Ojalá no ruede por la escalera que podrían depararle unas leyes donde la familia verdadera no tiene cabida y, entonces, caer en los efectos de las drogas «legales».

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