Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cincuenta años del Loquito

Una llamada telefónica del joven y brillante crítico Axel Li, que tiene en su haber estudios muy profundos sobre la caricatura cubana, me puso sobre aviso y sin reparo ni pudor voy a tomarle la delantera: El Loquito, de René de la Nuez, cumple ahora 50 años.

De todas formas, ya la profesora Ana Cairo se había anticipado a Axel y a mí con Viaje a los frutos —Ediciones Bachiller, La Habana, 2006— título en que, sin pretensiones de exhaustividad, compiló voces e imágenes sobre Fidel Castro desde 1953. Libro plural en sus textos y miradas, nacidos en muy diversas circunstancias, que revela las interrelaciones de Fidel con la comunidad de intelectuales y da al lector la oportunidad de disfrutar, reunidos por primera vez, testimonios de la simpatía, la suspicacia, el fervor y la confianza que acompañaron al Jefe de la Revolución desde su irrupción en el panorama político cubano.

Depara el volumen no pocas sorpresas. En sus páginas está la introducción de Jorge Mañach a la edición clandestina de La historia me absolverá (1954), cartas que Virgilio Piñera y José Lezama Lima dirigieron al líder del Movimiento 26 de Julio e interesantes aproximaciones a su figura y a su pensamiento escritas por Alejo Carpentier, Alfredo Guevara, Marcelo Pogolotti, Cintio Vitier, Eusebio Leal, Gabriel García Márquez... Poemas de Che Guevara, Nicolás Guillén, Justo Rodríguez Santos, Nancy Morejón, Ángel Augier y Fernández Retamar. Carilda Oliver Labra fecha su Canto a Fidel en marzo de 1957. Le sigue el de Pura del Prado, en mayo del propio año. Carilda escribió el suyo cuando, tras la entrevista que hiciera a Fidel el periodista norteamericano Herbert Mathews, que subió a la Sierra Maestra, se obtuvo la confirmación de que el Comandante rebelde estaba vivo. Su poema, manuscrito, llegó también a las montañas y se hizo público al leerse en la inauguración de la emisora radial del III Frente Oriental Mario Muñoz, el 3 de septiembre de 1957. El de Pura del Prado, que al igual que Mañach, Rodríguez Santos y otros escritores incluidos en el libro de Ana Cairo, terminó abandonando el país, se publicó originalmente en Patria, órgano del Movimiento 26 de Julio en Nueva York, el 25 de octubre de ese año. La vibrante y conmovedora Marcha triunfal del Ejército Rebelde, de Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) no apareció hasta el 18 de enero de 1959, en la segunda parte de la Edición de la Libertad de la revista Bohemia.

Viaje a los frutos incluye una selección de imágenes del Comandante en Jefe. Fotos, caricaturas, carteles, dibujos. Encontramos el retrato de José Luis Fariñas, insuperable, y los de Raúl Martínez y Cabrera Moreno. Se aprecia el primer cartel de la Revolución Cubana, obra de Eladio Rivadulla, y aquel otro de Juan Ayús, con fotografía de Korda y la leyenda de «Comandante en Jefe: ¡Ordene!» que hizo circular la UJC en los días de la Crisis de Octubre. No falta el reclamo publicitario: Fidel, que reposa junto a un árbol, con su mítico fusil de mira telescópica al lado, se deleita con un habano. «Cuba siempre está en mis labios», se lee a la izquierda de la imagen, anuncio de los tabacos H. Upmann. Caricaturas de Massaguer, correspondientes a 1959. La caricatura escultórica en yeso, de Tony López (1955). Una caricatura de David publicada en Bohemia, el 3 de enero del 54, como parte de una galería de «Las figuras más destacadas de 1953». Es en este contexto que aparecen en Viaje a los frutos, de Ana Cairo, dos dibujos de René de la Nuez que tienen a El Loquito como protagonista.

HACERSE EL LOCO

¿Recuerdan a El Loquito? Es uno de los personajes más populares del caricaturismo cubano. Un ente de ojos estrábicos y nariz de cucurucho, tocado invariablemente con un gorro de papel periódico que aunque no hablaba decía con lucidez luciferina aquello que la dictadura de Fulgencio Batista pretendía ocultar con la represión y la censura. El Loquito hacía alusiones que el pueblo sabía traducir e interpretar. Si el personaje leía en la prensa el anuncio de una «Gran oferta, 33,33 por ciento de rebaja», se hacía evidente que lanzaba una advertencia contra los chivatos batistianos, a los que se les pagaba 33 pesos con 33 centavos por su deplorable proceder. O que recomendaba moverse con cautela ante la censura de prensa cuando, delante de una florería, veía un cartel que decía: «Dígalo con flores». En otro dibujo, El Loquito coloca muy juntos los dedos índice y pulgar de una de sus manos; sostiene algo pequeño. El texto dice: «Un granito de arena»; un llamado a colaborar con la lucha insurreccional. En otro, ve llegar un ómnibus de la ruta 30, que hacía el recorrido entre el reparto La Sierra, en Marianao, y el centro de La Habana. Mensaje clarísimo: está próximo el triunfo de la Revolución.

Dice la doctora Adelaida de Juan, en su libro Pintura cubana: temas y variaciones —Unión, La Habana, 1978— que al igual que El Bobo, de Abela, El Loquito, de Nuez, lleva un nombre que indica su condición de necesario engaño a la autoridad. Uno se «hace» el bobo, el otro, el loco, y en su aparente ingenuidad y simpleza esconden su firme posición. Puntualiza la mencionada ensayista: «Hacerse el bobo (o el loco) representa coloquialmente al hombre inteligente que se ve obligado a enmascarar su ingenio. En esto se diferencian del primer símbolo republicano del pueblo, el Liborio, de Torriente». Liborio crece en una época de grandes decepciones políticas, carece de esperanzas, no tiene fe en que su situación cambiará un día; está amargado, se ve a sí mismo como una víctima. No se ven así El Bobo ni El Loquito. Señala Adelaida: «Tienen armas de combate, reflejo de la lucha revolucionaria de sus épocas respectivas».

Nuez quiso buscar su Liborio, esto es, un personaje que simbolizara al cubano de su tiempo. Pero a diferencia del de Torriente, que siempre le pareció pasivo y aguantón, quería a un personaje más vivo. Un día, al pasar en un ómnibus frente al Hospital de Dementes de Mazorra, se le ocurrió El Loquito. La lucha en la Sierra Maestra había comenzado, la dictadura acentuaba la represión y el personaje, con su locura, diría la verdad de lo que sucedía en el país, lo que no siempre podía ser dicho por la prensa.

Tenía entonces el dibujante 20 años de edad y en San Antonio de los Baños, su ciudad natal, había publicado sus primeros dibujos. Era la misma localidad donde nació Abela, el creador de El Bobo, y en la que coincidieron artistas como Posada, Peroga, Jesús de Armas y Manuel Alfonso, que fue el iniciador del humorismo gráfico en dicha villa. Cuando ideó El Loquito, Nuez disponía ya de un espacio semanal fijo en Zig Zag, la publicación humorística cubana más importante del momento. Al comienzo, no devengaba pago alguno por sus cartones, pero eso resultaba secundario para el joven dibujante, que agradecía la posibilidad de publicar en dicho semanario y de relacionarse con algunos de los más destacados humoristas de la época.

José Manuel Roseñada, director de Zig Zag, acogió de inmediato a El Loquito, que no revelaría sus verdaderos propósitos en sus primeras salidas en público. Al comienzo hizo solo locuras, cosas sin mucho sentido y fue cayendo paulatinamente en lo político. Así creó sus claves. Su creador tenía una ventaja sobre el resto de sus compañeros de redacción: se hallaba vinculado al 26 de Julio y era enlace del coordinador provincial del Movimiento. Así, conocía muy bien las noticias de la Sierra Maestra y de la lucha clandestina en las ciudades, y a partir de ahí, El Loquito también las sabría.

OTROS PERSONAJES

Fue un personaje que prendió en la conciencia colectiva. Gracias a él su creador se vio envuelto en situaciones verdaderamente conmovedoras, como cuando un día de 1958 recibió en Zig Zag a un grupo de masones que lo visitó al creerlo en peligro. Por una de esas casualidades de la vida en una caricatura El Loquito aparecía con un gesto que ellos identificaron como una señal de auxilio masónico y allí estaban para ofrecerle su ayuda.

Otros personajes de Nuez calaron asimismo en el público. El Barbudo tiene su antecedente en las propias caricaturas de El Loquito, anteriores a 1959, en las que aparece Fidel. Después del triunfo de la Revolución ese personaje atraviesa etapas en las que se enriquece y deviene símbolo del pueblo cubano. Es un hilo conductor dentro de la caricatura del artista: lleva la voz del pueblo y la Revolución, y Nuez ha querido verlo como el masculino de la Flora, de René Portocarrero.

En la misma línea está otro personaje suyo, Mogollón. Apareció antes de la promulgación de la ley contra la vagancia (1971) como una forma de crear en la población el rechazo hacia el vago, y cuando al fin apareció la ley el pueblo quemó su imagen en todas las provincias. Lo curioso es que Nuez se había propuesto, aun con la ley en vigencia, seguir utilizándolo. No pudo hacerlo dada la reacción popular. Si la gente lo había quemado, Mogollón ya no existía y lo hizo desaparecer con la misma alegría con que lo concibió. Al día siguiente, en las páginas del periódico Granma aparecía otro personaje, de apellido Mogollones, que no era propiamente un vago, pero pertenecía a la misma familia, un sujeto indolente, apático, indiferente al esfuerzo ajeno. Ya el pueblo había enterrado a Don Cizaño, otro personaje suyo, símbolo de la prensa burguesa. El día en que el Gobierno Revolucionario nacionalizó las publicaciones que quedaban aún en manos de la burguesía, los estudiantes se echaron a la calle con un ataúd. Dentro iba Don Cizaño. Se hizo imposible entonces que su creador siguiera utilizándolo.

También El Loquito perdió su razón de existir. En enero de 1959 Fidel remitió a la dirección de Zig Zag una carta en la que felicitaba al colectivo del semanario, y muy especialmente a El Loquito, por la posición mantenida durante la lucha. Poco después, sin embargo, los propietarios de Zig Zag comenzaron a entrar en contradicciones con la Revolución y empezaron los problemas entre Nuez y Roseñada. Las diferencias hicieron crisis en mayo. Obreros armados desfilaron por las calles para expresar así su decisión de defender la Revolución hasta las últimas consecuencias y Roseñada se opuso a que Nuez llevara los trabajadores con sus armas a su caricatura. Entonces el artista se fue del semanario, donde ya le pagaban muy bien sus dibujos, y El Loquito reapareció en las páginas del periódico Revolución. Tenía a Don Cizaño de contrafigura.

Con los días, El Loquito perdió sentido. La Revolución estaba en el poder y el personaje no tenía que decir en clave lo que podía gritar a voz en cuello, no debía burlar ya ninguna censura. Sus sueños se habían hecho realidad, y dejó de salir.

Hoy El Loquito parece ingenuo a su creador. En lo estrictamente profesional, le enseñó, a lo largo de meses, a resolver problemas de dibujo en un espacio muy reducido. Se apreciarán sus cambios si se revisa, en orden cronológico, la colección de Zig Zag; variaciones no en cuanto a la idea y filosofía del personaje, sino en relación con el dibujo y las soluciones. Un monumento a El Loquito se erigió en las afueras de San Antonio de los Baños. Está en la historia.

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