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Carlos Bastidas, periodista

Varios periodistas no cubanos subieron a la Sierra Maestra durante la lucha contra la dictadura del general Fulgencio Batista. El norteamericano Herbert L. Mathews, editorialista de The New York Times, fue el primero: anunció al mundo, en contra de las mentiras del Gobierno cubano, que Fidel Castro estaba vivo y combatía en las montañas orientales. Después vinieron, para mencionar solo a los latinoamericanos, el uruguayo Carlos María Gutiérrez, que devendría una de las figuras más significativas del periodismo en el continente, y el argentino Jorge Ricardo Masetti, que a partir de su estancia en la Sierra escribiría un libro sensacional, Los que luchan y los que lloran, considerado en su momento la mayor hazaña individual del periodismo de su país. Cuando Masetti llegó a la Sierra, llevaba ya un mes en las montañas el periodista ecuatoriano Carlos Bastidas Argüello.

De todos ellos, Bastidas fue el único que no alcanzó a ver el triunfo de la Revolución. El 13 de mayo de 1958, hace hoy 60 años, en el bar Cachet, en el Paseo del Prado habanero, un agente de la Policía batistiana, después de golpearlo, lo fulminó con un tiro en la cabeza.

Ganado por la revolución

Masetti apuntó en Los que luchan y los que lloran su encuentro con el ecuatoriano. Fue una noche. El argentino se disponía a ingerir su magra pitanza, la misma de los combatientes de la guerrilla, luego de haber recorrido el campamento, cerca de Jibacoa, en el corazón de la Maestra, cuando llegó Carlos Bastidas en compañía del entonces capitán Delio Gómez Ochoa.

—¿Tú eres el argentino?— preguntó. Cuando Masetti se le acercó para estrecharle la mano, calculó que tendría a lo sumo 22 años de edad. «Me alegro de encontrar un colega», dijo Masetti.

Escribe en su libro el después fundador de Prensa Latina:

«Pese a que la oscuridad era total nos quedamos levantados hasta la madrugada, fumando y charlando sobre la guerra que nos había juntado en ese momento, para comer potaje sentados en el suelo y beber agua de un cubo común, mientras a lo lejos se escuchaban las descargas nocturnas de los encuentros y se percibía el terror de los guardias de Batista batiendo constantemente la manigua desierta. Bastidas había subido a la Sierra hacía cerca de un mes. Y no se decidía a volver. No había mandado una sola crónica a su diario y aún no había realizado ningún reportaje. Simplemente miraba y participaba de todo. Su espíritu juvenil había sido ganado por la revolución y vivía como un  revolucionario más. Hablaba constantemente, salpicando de risas cualquier relato. Creo que aún seguía hablando cuando me dormí».

El hoy general de brigada retirado Enrique Acevedo tenía 14 años de edad cuando conoció a Bastidas en la Sierra Maestra. Lo menciona en su libro Descamisado. Acevedo, pese a su edad estaba ya incorporado a la guerrilla. Contaría el militar a un periódico de Ecuador:

—Entrevistó a Fidel, a Camilo, a alguna gente, al Che no. Todo eso se perdió. Entonces me dijeron: Encárgate del periodista, llévalo donde te dé la gana menos a la armería, que es un lugar secreto… Conseguí un par de caballos y nos fuimos a La Habanita porque le conté que ahí vivía un patriarca que tenía tres esposas. Era un hombre de 50 y pico de años, pero de gran vitalidad y atendía a las tres. Bastidas quería conocerlo y lo fuimos a ver, conversamos con él. Quedó maravillado con ese harem que tenía el viejo.

«Después lo llevé a varios lugares, en la Escuela de Reclutas sacó varias fotos. Bueno, en esos cinco días nos hicimos muy buenos amigos…».

Vida de Bastidas

No era la lucha contra Batista el primer suceso importante al que, como periodista, asistía Carlos Bastidas. Había «cubierto», en 1956, la invasión soviética a Hungría, y con posterioridad la caída de Gustavo Rojas Pinillas, en Colombia, y el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Fue apresado en este país por el contenido de sus reportajes y, por igual razón, se le negó la entrada a la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo. Parece que quería escribir un libro sobre dictadores defenestrados.

Fue corresponsal de la agencia de noticias norteamericana AP y de los periódicos  Diario de Ecuador, de Quito, y El Telégrafo, de Guayaquil. Cursó la enseñanza preuniversitaria en Carolina del Norte y también en Estados Unidos se graduó como periodista en la Universidad de Northwester.

Apunta Masetti en su reportaje que Bastidas tenía un carnet de la Casa Blanca que lo acreditaba como periodista, y quería viajar a Washington a fin de promover una acción de la OEA contra Batista.

Escribe Masetti:

«Bastidas había estado en Estados Unidos algún tiempo y le costaba trabajo creer que los yanquis fueran capaces de hacer lo que estaban haciendo aquí. Creía que con una buena propaganda se podría presionar al Departamento de Estado para que ordenara el cese de los bombardeos…».

Con fina ironía, concluye el argentino: «Sí… era muy joven».

Nació el 21 de enero de 1935, en la ciudad de Milagro, y tenía siete años cuando, con su familia, se instaló en Quito, la capital ecuatoriana. Cursó estudios con los Hermanos de La Salle y en el Colegio Americano antes de trasladarse a Estados Unidos. Fue alumno del periodista Alejandro Carrión. Comenzó muy joven en el periodismo. Tenía 14 años cuando dirigió el periódico Vida Estudiantil. Para esa publicación realizó su primera entrevista, nada menos que a José María Velasco Ibarra, entonces presidente de Ecuador.

Ya en la Sierra Maestra, con el seudónimo de Atahualpa Recio colaboró con Radio Rebelde.

Se hallaba todavía en la montaña cuando, en la reunión de Altos de Mompié, el 3 de mayo, la dirección del Movimiento 26 de Julio ratificó a Fidel Castro como Comandante en Jefe del Ejército Rebelde y secretario general de la organización y le confió la conducción política y militar de la guerra tanto en las montañas como en las ciudades.

En La Habana, Santiago y otras urbes del país, arreciaba la lucha clandestina y la represión se hacía sentir con saña, mientras que el Ejército preparaba una ofensiva de envergadura contra la Sierra.

Versiones

Ya en la capital, Bastidas visitó la Asociación de Reporters de La Habana y el Colegio Nacional de Periodistas, situados en el mismo edificio de la calle Zulueta. Estuvo además en la Embajada ecuatoriana, donde hizo entrega de documentos y varios rollos fotográficos al embajador Virgilio Chiriboga. Se alojó en el hotel Pasaje, en el Paseo del Prado, porque se lo había recomendado un hijo de la propietaria del establecimiento hotelero a quien había conocido en la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata.

Un hermano de este lo acompañaba la noche de los hechos y fue testigo de su muerte. Caminaron desde el hotel hasta el bar Cachet donde Bastidas debía encontrarse con algunos militantes del Movimiento 26 de Julio. Ya allí, alguien grito: «¡Oye, ecuatoriano!». Bastidas se delató al volverse para responder. Un agente del Buró de Investigaciones de la Policía Nacional lo tiró al piso con un puñetazo certero y le disparó a la cabeza y al pecho. Salió enseguida del local y se marchó en el auto patrullero en que había llegado. Era el cabo Orlando Marrero Suárez, alias Gallo Ronco,  hombre cercano al general Pilar García, jefe de la Policía Nacional. Había estado implicado un año antes en el asesinato del exsenador antibatistiano Pelayo Cuervo Navarro.

El Negociado de Prensa y Radio de la Policía mintió sobre los hechos. Dijo que al producirse una reyerta en el bar Cachet, el mencionado Marrero Suárez acudió al lugar y vio a una mujer que salía del baño dando gritos de auxilio porque era perseguida por Bastidas que terminó agrediéndola. Añadió que Marrero, identificándose como agente policial, sacó la pistola reglamentaria con ánimos de atemorizar al agresor y un disparo lo hirió de muerte. El comunicado de la Cancillería ecuatoriana afirmaba que la versión policial estaba rodeada de circunstancias oscuras. Habla de la necesidad de «prestar ayuda a una mujer que pedía ayuda por la actuación un tanto brusca del señor Bastidas y luego se aluden motivos políticos: gritos subversivos a favor del señor Fidel Castro —que dicen haberse oído— para terminar afirmando que en esos momentos se produjo una reyerta en el curso de la cual se le escapó un tiro a uno de los agentes que provocó la muerte del citado ciudadano ecuatoriano».

La enérgica protesta del embajador Chiriboga dio pie a una nueva versión policial. Bastidas pasado de tragos quiso agredir con un cuchillo al policía y este se vio obligado a hacer disparos de emergencia para que se detuviera. Uno de ellos, de manera casual, lo alcanzó en la cabeza.

En verdad, no hubo bebidas alcohólicas, mujer agredida ni reyerta. De alguna manera supo la Policía de la estancia de Carlos Bastidas en la Sierra Maestra y le pasó la cuenta. Marrero Suárez fue juzgado y absuelto. Abandonó el país tras el triunfo de la Revolución.

El último periodista

El cadáver de Bastidas fue conducido al necrocomio. Tres días después la directiva del Colegio Nacional de Periodistas recuperó los restos y les dio sepultura en el panteón de la Asociación de Reporters, en el Cementerio de Colón. En 1988 fueron trasladados con honores al Panteón de los Veteranos de la Independencia. Se dice que su padre afirmó: Que sus restos descansen en el país que él escogió. Fue el último periodista asesinado en Cuba.

En 1958, cuatro días después del asesinato, le rindieron homenaje los periodistas de su país. Usó de la palabra el escritor Justino Cornejo, su profesor de Literatura en el Colegio Americano de Guayaquil. Expresó:

«Casi es imposible hallar jóvenes que amen las cadenas, que gusten de la opresión, que sirvan a los diabólicos intereses de la tiranía, que ofrezcan la ardiente pedrería de sus venas para engalanar las sienes de los Césares envanecidos.

«De ahí que Carlos Bastidas Argüello, último exponente quizá de la bravura esmeraldeña legendaria, anduviera buscando la ocasión de inmolarse por la libertad humana».

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