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La viejecita querida

Regresa Antonio Maceo a Costa Rica, procedente de Cuba, donde entró con el pasaporte de Ramón Cabrales, su cuñado, y se movió siempre de manera clandestina, y enseguida le informan que Mariana, su madre, ha muerto en Jamaica, el 27 de noviembre de 1893. Aún bajo el efecto de la dolorosa noticia, le llega un ejemplar del periódico Patria, que en Nueva York dirige José Martí, y halla en sus páginas el artículo en el que el Apóstol rinde homenaje a la «viejecita querida». Lee el texto de un tirón y vuelve luego sobre lo leído para detenerse en aquellos párrafos que evocan los días de la guerra. Escribía Martí en Patria:

«Y amaba, como los mejores de su vida, los tiempos de hambre y sed, en los que cada hombre que llegaba a su puerta de yaguas podía traerle la noticia de la muerte de uno de sus hijos». Llega además una carta de Martí. Habla también sobre la madre muerta y dice: «Vi a la anciana dos veces y me acarició y me miró como a un hijo, y la recordaré con amor toda mi vida».

Cuando Maceo tiene ánimo, escribe a Martí: «¡Ah, qué tres cosas! Mi padre, el Pacto del Zanjón y mi madre que usted, por suerte mía, viene a calmar un tanto con su consoladora carta. Ojalá pueda usted con sus trabajos levantar mi cabeza y quitar de mi rostro la vergüenza de la expatriación de los cubanos y de la sumisión al gobierno colonial».

Bolívar, pero Dumas también

De padres dominicanos, Mariana Grajales Cuello nació en Santiago de Cuba, el 8 de julio de 1815, aunque otras fuentes aseguran que el nacimiento ocurrió el 26 de junio de 1808. En 1831 contrajo matrimonio con Fructuoso Regüeiferos. De esa unión, que se interrumpe con la muerte de este, nueve años después, nacen cuatro hijos, y diez nacen de su relación con Marcos Maceo. De ellos, los primeros cinco, incluido Antonio de la Caridad, el futuro Titán de Bronce, fueron bautizados con el apellido Grajales, como hijos naturales de Mariana. La situación de la pareja cambia cuando fallece la esposa de Marcos y pueden Marcos y Mariana contraer matrimonio.

Mariana sería para Marcos una formidable ayuda en el  fomento de la finca de su propiedad. Inclinará a los hijos a cooperar en el trabajo agrícola, inculcándoles un profundo sentido de respeto y obediencia al padre. Cada uno de ellos, según su edad, tenía señalada su ocupación en el predio, mientras que Mariana, poco a poco, consolida una posición rectora en el hogar, aunque no deja de consultar con Marcos todos los problemas a fin de asumirlos de mutuo acuerdo. Los que los conocieron recordarían a la pareja «consultándose las dificultades, felices en expansión hogareña, juntos sobre el dolor y la felicidad».

Sus biógrafos la describen como una madre tierna y bondadosa, pero también inflexible en todo lo relativo a la disciplina. Era una casa en la que se comía y dormía a horas fijas y de la que nadie podía estar fuera pasadas las diez de la noche. Una casa ordenada y limpia en la que Mariana vigilaba la pulcritud en la vestimenta de los que la vivían.

Hija de mulatos libres, Mariana debe haber recibido alguna instrucción, las llamadas primeras letras quizá. Es evidente que tuvo de sus padres una rigurosa formación ética que supo transmitir a sus hijos. Una formación que se complementaba con la lectura en voz alta que en el atardecer, después de la comida, hacía una de las hijas para todos los de la casa. Libros en los que se hablaba sobre Bolívar y Louverture y entre los que no faltaban las novelas de Dumas. Las canciones con las que arrullaba a sus hijos estaban impregnadas de cubanía, y que 50 años después, el Titán repetía alguna de ellas de memoria.

Liberar a la patria o morir por ella

El 10 de octubre de 1868, Céspedes se alza en armas contra España. Dos días más tarde, Marcos Maceo manda a su hijo Miguel a una tienda cercana donde se ha concentrado una tropa insurrecta. Su jefe es un viejo amigo de los Maceo Grajales y recibe de ellos una valiosa donación de armas, caballos y dinero. Sin pensarlo dos veces, Antonio, José y Justo deciden incorporarse a la insurrección, y Mariana pide a su prole que, arrodillada ante una imagen de Cristo, juren que liberarán a Cuba o morirán por ella.

En definitiva, todos se irían a la manigua. Mariana, que pasaba ya de los 50 años, presta servicio en improvisados hospitales y prodiga cariño y cuidados a los heridos. «Aquella santa mujer suplía el puesto de una madre ausente», escribía el patriota Fernando Figueredo.

Son numerosos los pasajes que ilustran el patriotismo de esta mujer de quien el pasado sábado 27 se cumplieron 128 años de su deceso y que fue exaltada como Madre de la Patria.  Es el 7 de agosto de 1877 y Antonio es gravemente herido en el combate de Potrero de Mejía. En el hospital de sangre, varias mujeres se lamentan y lloran por estado del herido. Dice Mariana: «Fuera, fuera faldas de aquí. ¡No aguanto lagrimas!». Y antes, cuando en 1869 recibió Antonio su primera herida de guerra, pide Mariana a Marcos, el más pequeño de los suyos: «Y tú, empínate para que también puedas pelear por tu patria». Solo cuatro de sus hijos vieron el fin de la dominación española en Cuba.

Exilio

Sobreviene, en febrero de 1878, el Pacto del Zanjón y Mariana sale de Cuba, en compañía de María Cabrales, la esposa de Antonio, para avecindarse en Jamaica. Martí, que la visitó en Kingston, se refirió a sus manos de niña para acariciar a quien le hable de la patria, y la evocó vestida siempre de negro, pero era «como si la bandera la vistiese». La describía «con un pañuelo de anciana en la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible en la mirada y en el rostro, cuando se hablaba de las glorias de ayer y las esperanzas de hoy».

Quiere Antonio que su madre se vaya a vivir con él a Costa Rica. Mariana se niega. Se ha adaptado a Jamaica, donde la acompaña su hijo Marcos, pese a haber padecido allí pobreza y la vigilancia constante del espionaje español. Está enferma. Sufre de una enfermedad renal, una nefritis degenerativa con dolores, fiebre y vómitos, padecimiento que se complica con una congestión pulmonar. Pidió, en sus momentos postreros, que, una vez liberada de España, llevaran sus restos a Cuba.

En la mañana del 22 de abril de 1923 los restos de Mariana fueron exhumados en el cementerio católico de Saint Andrew, en Kingston. Ese mismo día, a las cuatro, partía con destino a Santiago de Cuba el cañonero Baire, de la Marina de Guerra cubana, con las reliquias a bordo. Ya en tierra santiaguera se expusieron en el Ayuntamiento, donde recibieron el homenaje de la población en una extraordinaria demostración de dolor. Se le inhumó en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia.

«Es la mujer que más ha conmovido mi corazón», escribió Martí cuando supo de su muerte. De Antonio había dicho: «De la madre más que del padre viene el hijo. Maceo fue feliz porque vino de león y de leona».

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