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Juan Gualberto

Los que lo conocieron hablaron hasta el cansancio de su simpatía extraordinaria, su atractivo indudable, su ancha sonrisa.El cubano de a pie lo veía como uno de los suyos; un criollo campechano, de palabra precisa y comentarios agudísimos y a veces demoledores. Con el paraguas y el tabaco que le eran característicos, ya fuera Representante a la Cámara o Senador, nunca dejó de ser un hombre de pueblo, y como militó siempre en la oposición vivió con austeridad y murió en la pobreza. Era, dicen, un hombre que hipnotizaba.

El dictador Gerardo Machado hizo lo imposible por atraérselo. Le confirió la Orden Carlos Manuel de Céspedes en el grado de Gran Cruz, la más alta condecoración que concedía la República. Le pidió que en diálogo con el machadista Orestes Ferrara buscara una solución al conflicto nacional, y decidió que fueran él y Doña Manuelita, una andaluza a quien Juan Gualberto Gómez conoció en España y a la que hizo su esposa, los que plantaran la ceiba en el Parque de la Fraternidad que sería abonada con tierra de todas las repúblicas americanas. El dictador pretendía exaltar de esa manera lo que no necesitaba demostración alguna: la trayectoria patriótica de Juan Gualberto y su condición de hombre de confianza de José Martí para la organización de la guerra de independencia.

Cuba entera acogió con entusiasmo el propósito de distinguirlo con la Orden Carlos Manuel de Céspedes, recibida de manos del propio Machado en acto solemne que tendría lugar en el Teatro Nacional, el 10 de mayo de 1929.

¿Claudicaba el viejo patricio? Lejos de hacerlo, aprovechó la ocasión para reafirmar sus principios, y cara a cara dijo al dictador que aceptaba la Orden porque los honores no se pedían ni se rechazaban, y que nadie se llamara a engaño por eso porque «Juan Gualberto con Gran Cruz es el mismo Juan Gualberto sin Gran Cruz».

El incidente de la ceiba lo contó hace 40 años en esta misma página el narrador Leonardo Padura. Un día llegó a la casa que tenía el matrimonio en Lealtad 106 una ceiba raquítica, sembrada en una lata de manteca. Como quiera que la terminación del parque y el Capitolio se demoraba indefinidamente, Doña Manuelita, temiendo por la vida de la ceiba, decidió llevarla a Mantilla y trasplantarla en el patio de la casa que allí poseían.

«Tiempo después, cuando por fin estuvo terminado el Parque de la Fraternidad, listo para la plantación de la simbólica ceiba, los emisarios del Gobierno fueron a visitar a Juan Gualberto y a su esposa. Pero la andaluza —como buena andaluza— recordó con satisfacción los dos metros de altura que ya había alcanzado su ceiba y mandó a decirle al Presidente que se buscara otra pues esa ceiba ya no salía de su casa. Ella se había encariñado con el árbol y no se lo daba a nadie…».

Juan Gualberto fue solidario con la decisión de su esposa. Y, concluía Padura, «la ceiba que debió haber sido sembrada en el Parque de la Fraternidad, sigue en pie, en el patio de Villa Manuelita». Allí estaba al menos en 1984.

En cuanto al diálogo encaminado a la búsqueda de una solución nacional, Juan Gualberto fue diáfano y terminante desde el comienzo. La solución, dijo, pasa por la renuncia de Machado y su salida del poder.

Machado buscó la manera de vengarse y redujo a 162 pesos mensuales la pensión de 500 que con carácter vitalicio había otorgado a Juan Gualberto el Congreso de la República. Ciento sesenta y dos pesos que no siempre podía cobrar porque, las más de las veces, decían que no había dinero.

El hermano mulato

«Mi corazón usted se lo sabe de memoria, como no tiene más que verse el suyo», escribe José Martí a Juan Gualberto.El gran amigo, «el hermano mulato» del Apóstol, es uno de los grandes periodistas cubanos de todos los tiempos. Apenas dejó transcurrir un día sin llenar una cuartilla en blanco. Una anécdota lo retrata de cuerpo entero. Está preso en el Castillo del Morro por su bregar independentista, sufre privaciones sin cuento y escribe a un amigo para que le mande con urgencia diez centavos para comprar papel, pues no tenía una sola hoja para el artículo del día siguiente.

Hijo de esclavos, nació libre porque su progenitor, por 25 pesos, compró el vientre grávido de la madre. Recibió una excelente educación primaria y tenía 15 años cuando sus padres lo enviaron a París. Al abrazarlo en el puerto habanero, su padre le dijo: «Hijo, quiero y a Dios ruego que cuando regreses seas un buen carruajero». Porque el adolescente de mente privilegiada iba a Francia a eso, a formarse como carpintero de coches en la fábrica de monsieur Binder. Pero Binder vio como nadie la inteligencia de su pupilo y recomendó a los padres del muchacho que procurasen darle estudios académicos. Lo matricularon entonces en la escuela preparatoria de ingenieros. No sería en definitiva carruajero ni ingeniero. En 1875 sus padres lo conminan a regresar a Cuba, pues se les hace imposible seguir costeando su estancia en París. Pero Juan Gualberto no regresa. Se hace periodista. Sería el flamante corresponsal de diarios suizos y belgas. El «bichito» del periodismo lo gana para siempre.

Poseía un estilo suelto y claro y un extraordinario poder de síntesis. Sobresalió en el artículo de fondo y fue un agudo cronista parlamentario. Se destacó como orador y fue un polemista brillante.

Agente secreto

Conspira contra el régimen colonial y pasa dos años encerrado en los calabozos de Ceuta. Cuando regresa a La Habana aboga abiertamente en la prensa por el separatismo y lo envían de nuevo a la cárcel. Martí preparaba ya la «guerra necesaria» y Juan Gualberto es su agente secreto en la Isla. A él dirige, en 1895, la orden de alzamiento para el inicio de las hostilidades. Se alza en armas el 24 de febrero; fracasa la maniobra del grupo del que forma parte y Juan Gualberto y otros cabecillas se entregan al enemigo.

Lo condenan de nuevo. Tras un largo peregrinar por prisiones españolas lo sepultan en el castillo de Hacho, de donde, tras dos años de encierro, logran sus amigos que se le traslade a la prisión de Valencia. El 1ro. de enero de 1898 se posesiona en La Habana el gobierno autonómico y se dispone el indulto de todos los presos políticos. Llega Juan Gualberto a Nueva York. Cesa la soberanía española sobre la Isla y sobreviene la intervención militar norteamericana. En la Asamblea del Cerro exige Juan Gualberto la plena determinación de los cubanos, sin supeditación a un poder extranjero. Al interventor Leonardo Wood le desagradan la actitud inconmovible y la lengua dura y larga del patriota.

En 1900 lo eligen delegado a la Asamblea que elaborará la Constitución de 1901. Impone Washington la Enmienda Platt a los delegados y Juan Gualberto es el abanderado contra el injerencismo. Dice que aceptar la Enmienda equivale «a entregarles la llave de nuestra casa para que puedan entrar en ella a todas horas, de día o de noche, con propósitos buenos o malos». Su actitud hace que Wood lo defina como «un negrito de hedionda reputación, tanto en lo moral como en lo político».

Se instaura la República. Se opone al presidente Estrada Palma: lo considera representante de los mismos intereses que impusieron la Enmienda Platt. Es contrario a la reelección del mandatario, hecho que provocará que los liberales se alcen en la llamada Guerrita de Agosto. Guarda prisión en el Castillo del Príncipe junto con otros cabecillas liberales. Sobreviene la segunda intervención norteamericana. Se opone a José Miguel Gómez pese a que su partido, el Liberal, está en el poder. Se opondrá también al conservador Menocal cuando da la «brava» de 1917 y provoca la insurrección liberal de La Chambelona. Se opuso asimismo a Zayas y, como se dijo, a Machado.

Siempre juntos

Juan Gualberto nació en el ingenio Vellocino, en Sabanilla del Comendador, Matanzas, el 12 de julio de 1854, hará pronto 169 años. Murió en Mantilla el 5 de marzo de 1933, sin poder ver el derrumbe de la dictadura machadista. Sus últimas palabras fueron «Martí, Cuba».

Su tumba, en la Avenida Fray Jacinto y calle 8, en la necrópolis de Colón, y en la que reposan asimismo los restos de sus padres y de su esposa, lleva un sencillo epitafio. Dice: «Siempre juntos» y sobre ella la palabra «Clausurada»,  lo que indica que nadie más puede ser enterrado en ese sitio.

Hasta allí peregrinará hoy una representación de los periodistas cubanos, en sentido homenaje a ese periodista mayor.

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