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Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

El Páez que siempre es Fito

Es difícil decir algo que ya mis colegas de la prensa no hayan comentado a propósito del reciente concierto de Fito Páez. Empero, no me resisto al deseo de escribir mis opiniones a propósito de la función del pasado lunes en el Karl Marx. Este rosarino siempre tiene una buena excusa para venir a La Habana, ahora fue la de los 30 años de la edición de su disco Giros, aquel emblemático álbum, pletórico en canciones que suenan con idéntica fuerza poética y musical al primer instante en que se escucharon.

En la grabación de dicho material en la década de los 80, junto a Fito participaron Paul Dourge en bajo, Fabián Gallardo en guitarra, el baterista Daniel «Tuerto» Wirtz (fallecido en 2008) y el extraordinario Tweety González en los teclados. Ahora la banda se integra por Mariano Otero (bajo y coros), Diego Olivero (guitarras y coros), Juan Absatz (teclado, guitarra y coros), Gastón Baremberg (batería) y Vandera (guitarras y coros). Varios de ellos tienen también sus carreras independientes y son notables compositores, aunque por acá apenas se les conozca, como acontece en el caso de Mariano Otero.

Lo que más me llamó la atención al escuchar el repertorio de Giros, incluso en el mismo orden que se registran los nueve temas del disco, fue el respeto de la agrupación acompañante por el canon estético utilizado hace 30 años. En tal sentido, no resulta exagerado afirmar que se trata de un trabajo de arquitectura sonora. Así, se recuperan los mismos solos y efectos de los pedales de las guitarras y de un teclado tan utilizado por aquella época como el Yamaha DYX7. Se trata de la reconstrucción de un cuadro sonoro que deja claro que el puñado de piezas de Giros no solo disfruta de absoluta contemporaneidad sino que, sobre todo, evolucionó de tal modo que logró resignificarse.

En sentido general, el setlist del concierto nos rencontró con el Fito Páez más ochentero, con un gran énfasis en los sintetizadores y una mezcla de géneros. Por ese camino, se pudo apreciar el desarrollo musical del artista y que lo ha llevado a asumir por igual elementos del folclore, new wave, rock oscuro y pop brillante, con nítidas influencias de sus padres musicales Charly García y Luis Alberto Spinetta.

Para mí, que he estado en todos sus conciertos en Cuba desde la primera vez que se presentó en el festival de Varadero, gracias a la invitación del querido Pablo Milanés, la gran sorpresa fue apreciarlo ejecutar con destreza el timbal en la pieza A las piedras de Belén, perteneciente al fonograma Ciudad de pobres corazones, poseedora de una intro donde se siente a las claras el influjo de la ritmática cubana, a tono con el impacto que para entonces había recibido Fito al visitar nuestra tierra por primera vez.

Mientras me deleitaba con el concierto, no podía dejar de pensar en el hecho de que en discos como Del 63, Giros, La lala (junto a mi adorado Spinetta), Ciudad de pobres corazones, Ey!, Tercer mundo, El amor después del amor, Circo beat, Abre…, son varios los temas que forman parte del repertorio indispensable en el más selecto cancionero de la música popular de nuestro continente. Igualmente, no puedo dejar de reflexionar sobre la evolución que ha tenido el rock argentino, desde aquellos tiempos lejanos de un grupo como Los Gatos y de éxitos iniciales suyos como Viento dile a la lluvia, original de Litto Nebbia, y La balsa, del propio autor en colaboración con el mítico José Alberto Iglesias, Tanguito, hasta llegar a la actualidad y a un concierto como el de 30 años Giros, donde la fuerza del rock and roll es aplastante pero a la vez están presentes el tango, la chacarera, la baguala…, es decir, ritmos auténticos de la tradición en Argentina. Comparo lo anterior con la evolución del rock hecho por cubanos y me pregunto qué habría pasado si las condiciones para el devenir de dicho género entre nosotros hubiesen sido otras.

Y es que, como se sabe, nadie sería quien es sin su pasado a cuestas y un álbum como Giros resulta impensable de no haber existido alguien como Enrique Santos Discépolo y su genial Yira, yira, cosa admitida por el mismo Rodolfo Páez Ávalos, que para suerte suya y nuestra sigue siendo Fito, alguien consciente de que, como él afirma: «la parte más difícil en un artista es ser el irresponsable riguroso de la tribu».

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