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Joven campesino cubano es salvado mediante seis operaciones quirúrgicas sin costo alguno

El muchacho, de 18 años, fue golpeado por un buey y estuvo grave

Autor:

Juan Morales Agüero

Foto: Juan Morales Agüero LAS TUNAS.— La gente de campo asegura que no hay como el amanecer para desgarrarle las entrañas a la tierra. Ramón Ramírez tiene solo 18 años de edad, pero bien que lo sabe. Por eso hoy dejó la cama con la fresca para pasarle la cultivadora a su finca de la granja Los Cocos, en la zona de Montes Grandes, cerca del poblado tunero de La Posta.

Toma el aguijón y pincha la corva de un buey. «¡Marineroo!», regaña. Ahora es Mulato el recalcitrante: se enredó una pata en la cadena de tracción. Lo punza una, dos, tres veces... «¡Mulatoo...!», recrimina. Como respuesta, el animal lanza una patada contra la garrocha del arado, que a su vez, impacta con fuerza en el abdomen del muchacho. Ramón se dobla de dolor y cae. El conocimiento se le esfuma.

Pasado un buen rato vuelve en sí. Se incorpora con dificultad, pero apenas puede mantenerse en pie. ¡Y ni un alma por allí para ayudarlo! La casa —¡ay!— dista un kilómetro. «Tengo que llegar», piensa, mientras otea la distancia. Emprende la marcha dando tumbos. Se derrumba y se levanta. Cuando está de nuevo a punto de desmayarse, distingue a los lejos a Lorenza, parada junto al brocal del pozo.

«¡Mamá, ayúdame, corre, que un buey me dio!» —le grita desde el alma.

UNA MADRE

«Ramón llegó más blanco que un papel —recuerda Lorenza—. El pobre, no podía ni sostenerse después de una caminata así, tan golpeado. Casi a rastras lo llevé hasta la casa y lo acosté. Luego corrí a avisarle al padre, que estaba trabajando en otra finca, no muy lejos. Arrancamos con él para el consultorio.

«La doctora lo examinó y no le halló en ese momento nada serio. Le puso una duralgina y dijo que lo observáramos. Entonces regresamos. Por la madrugada por poco me muero del susto. Fui a darle una pastilla y me lo encontré tan pálido que casi perdí el resuello. Lo senté en un taburete y ahí mismito se me desmayó. Le eché un grito al vecino pidiéndole ayuda y vino ligero con una yunta de bueyes y un carretón. Así lo sacamos hasta el terraplén. Y de allí en un coche hasta La Posta, donde le pusieron un suero. Y luego en una ambulancia del SIUM hasta el Pediátrico.

«Llegó casi muerto al hospital. Los médicos nos hablaron claro al papá y a mí sobre su gravedad y esas cosas científicas que yo no sé explicar, porque no las entiendo. Ya sabe, para prepararnos, por si acaso. Eso sí, dijeron que harían todo lo posible para que no ocurriera lo peor. «¡Imagínese cómo me puse! Tuvieron que hacerle seis operaciones. Pero lo salvaron. Mírelo cómo está ahora de bien. ¡Y hasta preguntando por sus bueyes!

DETALLES QUIRÚRGICOS

Según cuentan los especialistas, el accidentado ingresó en el Hospital Pediátrico Mártires de Las Tunas con fuertes dolores abdominales. Enseguida lo transfundieron, porque traía la hemoglobina en siete. El examen físico recomendó tratamiento quirúrgico. Entonces lo llevaron de urgencia a la mesa de operaciones...

«... donde encontramos que tenía unos 800 mililitros de sangre líquida libre en la cavidad abdominal —precisa el doctor Alberto Dóllar, uno de los cirujanos—. También un enorme hematoma detrás del estómago con alrededor de un litro y tres cuartos de líquido coagulado. Eso nos alertó de la existencia de un trauma directo sobre el páncreas, algo poco frecuente, porque esta glándula se encuentra situada en lo profundo del abdomen».

Los cirujanos exploraron la zona y no detectaron nada anormal en el sistema de conductos. Entonces decidieron cortar el sangramiento y suturar, amén de colocar un drenaje en el área lesionada como garantía de que lo que se generara allí saliera al exterior. Después Ramón fue remitido a terapia intensiva con el diagnóstico de pancreatitis aguda. Pero en los diez días siguientes el líquido drenado aumentó.

«Lo operamos de nuevo y comprobamos que la sonda ya no estaba en su sitio, tal vez por algún movimiento brusco del paciente —recuerda el galeno—. Era esa la causa de la acumulación de líquido. La restituimos a su lugar. Tres días después, Ramón empeoró. Las condiciones del abdomen no eran las mejores. Resolvimos intervenirlo por tercera ocasión, ahora para desviar hacia el intestino delgado las secreciones de la glándula lesionada. Al poco tiempo el volumen de líquido drenado nos pareció otra vez inaceptable. Sospechamos que se hubiera ido la sutura entre el páncreas y el intestino. Así, para explorar, sobrevino la cuarta operación, que, por fortuna, no evidenció complicaciones».

El drama de Ramón continuaría, empero. Como hubo que transfundirlo tantas veces con sangre proveniente del banco —sin la misma capacidad de coagulación que la original—, comenzó a sangrar al más leve contacto, fundamentalmente en el tórax. Lo llevaron por quinta vez al salón, ahora para colocarle una sonda en la cavidad pleural que extrajera la sangre. Al mismo tiempo, por una vena se le reponía el líquido perdido. A las 48 horas se le reprodujo el sangrado. Tuvieron que apelar a la sexta intervención, que detuvo definitivamente la contingencia.

«Ramón fue atendido por un equipo multidisciplinario —agrega el experimentado especialista—. Cirujanos, anestesiólogos, intensivistas, angiólogos... Sí, a un costo elevado en recursos. En cualquier otro país su familia no hubiera podido asumirlo. Pero estamos en Cuba, ¿eh? Y aquí lo más importante es el ser humano. No solo lo salvamos, sino que ya está fuera de peligro. ¿Quiere hablar con él?».

GENIO Y FIGURA

Tendido boca arriba sobre su cama hospitalaria, Ramón parece meditar acerca de su pasado inmediato. Una enorme cicatriz le cruza verticalmente el abdomen casi adolescente. Es de pocas palabras este muchacho flaco, cetrino y desgarbado, a quien un buey díscolo estuvo a punto de hacerle la peor jugarreta de su vida.

Cruza una mirada cómplice con el doctor Dóllar, por quien experimenta un afecto que desborda la mera gratitud. Junto al lecho del convaleciente, sus padres sonríen. Mientras conversamos, afuera llueve a cántaros. La sedienta piel de la ciudad absorbe gota a gota el maná. Ramón no está ajeno a la llovizna. Sabe lo que eso significa y los ojos campesinos le brillan.

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