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Espero que los lectores me disculpen por citar a Martí, pero no encontré nada mejor que ese verso suyo —«Yo vengo de todas partes...»—, para captar lo que aconteció en la Peña de la Tecla Ocurrente que tuvo lugar ayer.
La Tecla entró hace unos días en su sexto año de travesuras, que casualmente coincidió con el segundo de celebración de las tertulias, primero en la capital y luego en Villa Clara, Santiago de Cuba, Sancti Spíritus, Holguín, Cienfuegos, Matanzas y Pinar del Río.
Nada mejor que realizar un encuentro para repasar planes, cocinar nuevas ideas y de paso festejar. Pero la vida fue más rica, y transformó la reunión en poco menos que un congreso cuando al centenar de ocurrentes capitalinos, congregados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, se unieron otros 50 procedentes de los demás territorios. Así, la Peña de ayer terminó convirtiéndose en un torrente de sentimientos...
¿Milagro? No, habría que mirar hacia otro lado para entender por qué un ocurrente atraviesa la Isla para encontrarse dos horas con un semejante. Habría que reparar, por ejemplo, en la relación de la sección con sus lectores. Ellos la ven como una puerta al espíritu. Por eso la hacen suya y la alimentan con sus ideas, creando un espacio donde no importa ser geniales, sino simplemente ser escuchado.
Un resultado de esa generación colectiva de ideas y proyectos vio la luz en octubre último, cuando la Tecla anunció que seleccionaría, cada año, al ocurrente u ocurrentes de la temporada, a quien o a quienes se otorgaría el premio Duende de Bambú.
A la convocatoria siguió un aluvión de cartas con disímiles ocurrencias, sobresaliendo las que hizo una familia de Holguín, integrada por Alicia Durañona, Lourdes Fornet y Balbina Rodríguez. Ellas son las duendes ocurrentes del 2006, y quizá con los temas que proponen se abra el ciclo vital de iniciativas de la Tecla para el nuevo año.
