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Posada Carriles: verdugo impune

El ministerio fiscal exigió prisión para Posada Carriles y condena para el gobierno de Estados Unidos 

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Mirta Rodríguez, madre de Antonio Guerrero, uno de nuestros Cinco Héroes presos en cárceles norteamericanas, y María Morales, hija de una de las víctimas del sabotaje al avión de Barbados. Una larga trayectoria criminal acompaña al terrorista Luis Posada Carriles. Así quedó demostrado en la segunda sesión del juicio político que la juventud cubana realizó contra el asesino, quien integra el ala paramilitar de la Fundación Nacional Cubano-Americana.

En 1994, Posada Carrilles, junto al terrorista Gaspar Eugenio Jiménez Escobedo, reclutó, financió, entrenó y abasteció al mercenario salvadoreño Francisco Antonio Chávez Abarca, autor de bombas en instalaciones turísticas en Cuba y México, quien además, por mandato de Posada, hizo lo mismo con el también salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, lo que ha reconocido públicamente el acusado en varios medios de prensa de Estados Unidos, como la entrevista realizada por el periódico The New York Times, publicada los días 12 y 13 de julio de 1998.

Posteriormente, en los años 1997 y 1998, tuvieron lugar otros hechos terroristas contra instalaciones turísticas de nuestro país, realizados por mercenarios reclutados por Posada Carriles.

Él es el autor principal de las acciones ejecutadas por el terrorista salvadoreño Otto René Rodríguez Llerena, entrenado directamente por el acusado.

En el Juicio Político en el Tribunal Antiterrorista: La Juventud Acusa a Luis Posada Carriles y al gobierno de los Estados Unidos, prestaron testimonio la teniente Isis Madrazo Armenteros y el teniente Roberto Vázquez Estrada, ambos peritos del Laboratorio Central de Criminalística, quienes explicaron acerca de los artefactos explosivos utilizados en las acciones terroristas ocurridas en la década del 90 en el país.

Ellos expusieron que los medios e implementos fueron sometidos a peritajes criminalísticos. Esos análisis demostraron que en todos los hechos se emplearon dispositivos de pequeño tamaño, con explosivos potentes, controlados por relojes digitales, fáciles de armar, que requieren un mínimo de entrenamiento para su uso, con similares medios de enmascaramiento y principios de funcionamiento.

Los especialistas significaron que, en la totalidad de los casos, se aplicó el mismo modus operandi: la contratación de mercenarios centroamericanos que entraban al país en calidad de turistas, cometían los actos y se marchaban antes de ser descubiertos.

Destacaron que esas acciones tuvieron como fin atentar contra la industria turística o lugares de gran interés social, para hacer colapsar este sector de la economía y crear una imagen de desestabilización política interna.

El teniente coronel Roberto Hernández Caballero, jefe de sección del Departamento de los Delitos contra la Seguridad del Estado del Ministerio del Interior, aportó elementos de la participación de la Fundación Nacional Cubano-Americana en planes terroristas y su vinculación con Posada Carriles.

«En 1993 fue reclutado el agente Frayle, Francisco Godoy Alvarado. Entre ese año y 1995, recibió orientaciones de filmar y marcar con GPS y en mapas, diferentes objetivos económicos de importancia en la costa norte del territorio, para ejecutar en ellos acciones terroristas.

«Como medio de comunicación, entre otros, le dan un celular, que cuando investigamos su número, nos percatamos de que fue rentado por José Hernández Calvo, directivo de la Fundación».

TESTIGOS QUE PUDIERON MORIR

Chang Álvarez Albo pudo haber muerto hace diez años. Un día en que se encontraba en el hotel Comodoro dejaron allí un artefacto explosivo que él llegó incluso a tomar en sus manos y llevar para su casa.

«Yo tenía 13 años, recuerda. Éramos alrededor de 40 niños con nuestros padres, que íbamos a participar en una competencia de ajedrez. Un poco antes de empezar la partida, estábamos jugando fútbol con una jabita de nylon que tenía forma de pelota, y que hoy sé que era una bomba.

«La abrí y vi que tenía una calculadora. Le separé lo que parecía plastilina, que no era más que C-4, y se la metí en el bolso a mi mamá porque tenía miedo de que me la quitaran. Luego de la competencia, la llevé para mi casa. Un tiempo después, cuando se estaban transmitiendo los juicios, vi que aquello que estaban poniendo en el televisor era exactamente lo que yo tenía en mi casa. Aquello hubiera sido un desastre si hubiese explotado. Hoy día no pudiera estar parado aquí haciendo esta declaración. La bomba estaba a solo un metro del salón de juego, con una pared de cristal por el medio».

En 1997, Jorge Hernández Seara trabajaba como custodio en el hotel Meliá Cohíba. Ese año, manos terroristas colocaron allí tres bombas; dos de ellas explotaron.

«La primera fue el 12 de abril, en la discoteca Aché, hoy Habana Café —relató. Al principio no entendíamos qué había pasado. Después de las investigaciones pudimos conocer que esa madrugada, después de haber cerrado el local, había estallado una bomba en el baño. Si hubiera sucedido 30 minutos antes, habría sido una desgracia, pues allí había más de 400 personas».

Según palabras del testigo, el 30 de abril, en el piso 15 del hotel, una camarera y un jardinero hallaron la segunda bomba en una maceta en el lobby de los ascensores. Estaba programada para explotar el primero de mayo.

«Qué habría pasado si explota, no solo para nuestra instalación, sino para la población que ese día colma la avenida Paseo para desfilar», se preguntó el testigo.

La tercera bomba estalló el 4 de agosto en el lobby. Fue colocada bajo un butacón que se fragmentó totalmente.

«Por suerte —concluyó Jorge Hernández— los huéspedes comienzan a bajar alrededor de las ocho de la mañana. De todas formas tuvimos pérdidas, pues a los daños materiales, hubo que sumarle el que algunos turistas se fueron y otros no quisieron entrar. Incluso, los ataques ocasionaron temor en nuestros trabajadores».

Marisol Vizoso Ramírez. Marisol Vizoso Ramírez recordará siempre la explosión ocurrida en el hotel Nacional. Tenía 21 años y estaba sentada en el lobby de la instalación, al lado de las cabinas del teléfono.

«Llegó un señor y se sentó, llevaba un paquete que no vi en ese momento. Me hizo unas preguntas acerca de la galería de pintura del hotel, y le respondí que no sabía. Después se fue. Acto seguido hubo una explosión, y no supe qué había pasado. Me quedé muy aturdida».

Como consecuencia de este hecho, la joven sufrió heridas en el lado izquierdo de la cara, por la cual recibió siete puntos, además de una perforación timpánica que aún padece.

Nicolás Rodríguez Valdés era barman de La Bodeguita del Medio aquel día. Todavía sufre de problemas en la audición, provocados por el estampido de la bomba que colocó allí el terrorista salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León.

«Yo lo atendí porque no se sentía bien de salud. Le serví refresco y un licor, sin saber que en ese mismo momento estaba colocando la bomba. La puso detrás de una nevera de exhibición que está en el bar, donde se sientan los comensales», recordó.

«En el momento de la explosión el salón estaba vacío, aunque aún quedaban personas en el piso superior. Yo estaba a dos o tres metros. Si hubiera explotado antes, hubieran ocurrido varias muertes, porque el salón estaba lleno».

Santiago Eliseo Álvarez Viera. Santiago Eliseo Álvarez Viera, trabajador del hotel Copacabana, recuerda a Fabio Di Celmo como su amigo. «Vivía en el hotel y casi era un trabajador más. Nos ayudaba a limpiar la piscina, a recoger... regularmente nadaba con nosotros. Era un muchacho muy noble, muy sencillo».

El día de la explosión, Santiago cargó al herido y lo montó en el carro que lo trasladó al Hospital Cira García.

«Yo estaba a unos diez metros del lugar donde explotó la bomba, en el lobby. Estaba en un cenicero. Cuando vi la herida de Fabio sabía que iba a morir.

«Casualmente había pocas personas, pero acababa de pasar por allí una señora con dos niños pequeños. Solo falleció Fabio, pero pudieron ser más, porque es un lugar que siempre está lleno. Los clientes se detienen a tomar café, refresco... Incluso la cajera estaba allí, a unos metros».

LA MANIOBRA DE UN MAGNICIDIO

En el Paraninfo de la Universidad de Panamá debían estar sentadas aquel día unas 1 500 personas. Pero se esperaba que la cifra se duplicara, por la expectativa que despertaba la presencia del presidente Fidel Castro.

El Informe de Criminalística señala que el tipo de explosivo que se usaría es demoledor. Es común en misiones militares y destruye medios blindados, techos y paredes en 200 metros a la redonda.

«Había un nivel de argumentación y material probatorio suficiente de los delitos que se imputaban a Posada y a los otros cinco cómplices», dijo el especialista en Derecho Penal, Francisco Javier Fernández Guerra.

«Se les acusó de posesión de explosivos. Y en el caso de Posada también de delitos contra la República, porque tenía documentación falsa cuando entró al país. Además, de transgredir la seguridad colectiva, pues no se trataba de un atentado personal, sino que morirían miles de personas».

La fiscal preguntó al testigo cuáles eran las principales pruebas contra Posada Carriles, a lo cual contestó que se contaba con la más evidente: la denuncia de Fidel realizada ante los medios de comunicación de todo el plan que se fraguaba para realizar el magnicidio.

«Ellos fueron apresados dos horas después de que el canciller, Felipe Pérez Roque, le diera a las autoridades panameñas toda la información. También fue decisivo el hallazgo del maletín con los elementos para elaborar las bombas, en un solar cercano a la casa de José Manuel Hurtado, el chofer de Posada, quien declaró que habían hecho en el carro el posible recorrido de la delegación cubana en ese país».

Fernández Guerra recordó que el juicio se realizó el año siguiente. «Fue muy impactante para todos los que estuvimos allí, por la gran desfachatez, irrespetuosidad y carácter agresivo, no solo de los encartados, sino de integrantes de la Fundación Nacional Cubano-Americana que pagaron los abogados y la campaña mediática.

«En el juicio se probó absolutamente todo lo que se imputó. Los fiscales hicieron una magnífica exposición de sus argumentos, demostraron las maquinaciones de los abogados de la defensa, que intentaron incluso en el caso de Posada inventarle una enfermedad para llevarlo de la cárcel de alta seguridad a una clínica.

«Al final, la sentencia de Posada Carriles fue de ocho años. Los otros encartados también fueron condenados. Yo tengo la percepción personal, la cual fue compartida por todos los que estuvieron allí, entre ellos algunos familiares de los mártires de Barbados, que estaban seguros de su futura liberación, por una u otra forma.

«La reacción fue de una tranquilidad absoluta, ellos sabían que esa sentencia era inejecutable», apuntó.

IMPUNIDAD PARA EL TERRORISTA

«Detrás de toda esta actuación está la impunidad, el interés y la voluntad de no encausar a su terrorista. Hay una doble moral, hay hipocresía en relación con el terrorismo», afirmó Rogelio Polanco Fuentes, especialista en Relaciones Internacionales, al referirse al reciente juicio realizado a Posada Carriles en El Paso, Texas.

El también director de JR significó que no hay dos tipos de terrorismo. «Mientras Estados Unidos acude a las guerras, destruye naciones, crea cárceles y campos de concentración para impedir lo que considera el terrorismo contra su país, Cuba acude de nuevo a la ley, a la justicia y a la verdad. Ese es el valor de lo que estamos haciendo.

«Posada Carriles está en Miami y no tiene el grillete electrónico que debía llevar. No posee restricciones para hacer lo que ha hecho siempre. El gobierno norteamericano hace con esto una demostración de estímulo al terrorismo. Este proceso es un insulto a las víctimas de Cuba y del pueblo norteamericano».

CONCLUSO PARA SENTENCIA

«A esta sala de justicia hemos venido en nombre de un pueblo que no ha cesado de luchar un solo día por su libertad y su dignidad, y contra el cual, de manera despiadada se han venido cometiendo atroces actos terroristas.

«A este tribunal hemos venido a discutir algo más que la libertad de un acusado, al que no le alcanza la vida para pagar todo el daño que ha causado a tantas generaciones de cubanos y latinoamericanos».

Fiscal Dyxán Fuentes Guzmán. Así expresó el fiscal Dyxán Fuentes Guzmán al dar lectura a sus conclusiones finales en el juicio seguido contra Luis Posada Carriles y la administración norteamericana.

El representante del ministerio público recordó que aún están latentes en la memoria de nuestro pueblo la invasión mercenaria, los asesinatos a milicianos y alfabetizadores, las guerras bacteriológicas, la colocación de bombas en entidades turísticas y muchos otros crímenes.

«Latente está también la estela de impunidad con que actuó el terrorista más connotado del hemisferio occidental, y me refiero a Luis Clemente Posada Carriles. Las administraciones norteamericanas son responsables de la instrumentación, organización y planificación de cada uno de sus actos.

«No quieren recordar que él fue formado en sus propias escuelas, que se volvió un experto en explosivos, que está directamente vinculado a la CIA, que fue jefe de la división de contraespionaje de los servicios de inteligencia venezolanos, y participó en la tortura y en la muerte de numerosos opositores políticos.

«Tampoco quiere recordar el imperio que fue la CIA la que, comprometida con la actividad terrorista de Posada, lo rescató de Venezuela y lo puso a trabajar en El Salvador, en la operación Irán-Contras. Y que fue el autor del sangriento atentado al avión de Barbados, donde murieron 73 personas».

El licenciado en Derecho aclaró que existen instrumentos legales para condenar a Posada Carriles. Mencionó la Resolución 1373 de 2001 del Consejo de Seguridad de la ONU, que el propio gobierno de Estados Unidos promovió, además de los tratados sobre terrorismo de que es parte, como el Convenio Internacional para la Represión de los Atentados Terroristas Cometidos con Bombas, en vigor desde el 13 de mayo de 2001, y el Convenio para la Represión de Actos Ilícitos contra la Seguridad de la Aviación Civil, en vigor desde el 26 de enero de 1973.

«Pero para condenar a este terrorista no bastan las normas jurídicas —señaló—, hace falta también voluntad política. Pero aunque esto no ocurra, el pueblo cubano, en todo su derecho, exige prisión para Luis Posada Carriles, y condena la actitud de todas las administraciones norteamericanas que lo han apoyado hasta este momento».

El mundo no puede sobrevivir sin justicia

«Cuando el 4 de septiembre de 1997, desde mi cuarto en el Hotel Copacabana, escuché la explosión, bastante fuerte, no pensé jamás que mi hijo Fabio estaba herido de muerte», afirmó Giustino Di Celmo en su comparecencia.

Giustino recordó que llegó a Cuba como empresario en 1992, y que en 1993 su hijo menor, Fabio, le pidió encargarse de los negocios en la Isla.

«Eran los años del período especial. Yo no podía entender por qué un país tan grande como Estados Unidos, bloqueaba a uno pequeño por haber hecho una Revolución Socialista.

«Fabio me dijo un día: “te has fijado que aquí ningún niño está sin comer, sin zapatos”. Y yo le dije: “ese es el socialismo”. “Entonces quiero ser socialista”, me contestó.

«Él organizó un equipo de fútbol con niños de los barrios habaneros, porque amaba mucho ese deporte. También le salvó la vida a una pequeña que estaba enferma del corazón, y así lo reconocieron los médicos, porque actuó con mucha rapidez para llevarla al hospital.

«Luego de los sucesos del Copacabana, leí en un periódico italiano una declaración de Posada Carriles en la que decía lo siguiente: “Fabio, ese italiano que estaba en Cuba, se encontraba en el puesto equivocado, en el momento equivocado; por lo tanto, yo duermo como un bebé”.

«Esa expresión es una prueba importantísima. Otra prueba evidente contra Posada Carriles salió a la luz en el proceso que se hizo aquí, en Cuba, con toda la legalidad internacional, contra el salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, quien colocó la bomba. Han pasado casi diez años, y yo espero todavía justicia. Pienso que un día, el gran país del norte hará justicia, porque el mundo sin justicia no puede sobrevivir».

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