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Gerardo Abreu «Fontán» desafió a la dictadura batistiana

Se cumplen hoy 50 años del asesinato del joven revolucionario que dirigía las Brigadas Juveniles del Movimiento 26 de Julio  

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«Cuando lo atraparon, fue torturado salvajemente, pero no dijo ni una palabra, ni un solo nombre, ni una dirección». Han pasado 50 años y Jacinto Vázquez de la Garza todavía se estremece por la bravura de aquel joven.

Aunque nunca conoció directamente a Gerardo Abreu «Fontán», su valor y entrega a la causa de la derrota de la dictadura le llegó en las palabras admiradas de otro héroe, Armando Mestre, también combatiente clandestino y organizador de la célula del 26 de Julio en el actual municipio capitalino de Arroyo Naranjo, muerto en combate frontal contra el batistato.

Gerardo Abreu estaba fichado por las fuerzas represivas de la dictadura batistiana. Foto: Archivo de JR «Fue tan bestial lo que le hicieron: clavarle pinchos, punzones, apretarlo con pinzas y tirarlo en lo que hoy es la Plaza de la Revolución, que solo de pensarlo...», recuerda Vázquez de la Garza, fundador de la Juventud Ortodoxa en 1946 y uno de los más importantes luchadores clandestinos que quedan vivos, quien se de-

sempeñó como diplomático durante muchos años después del triunfo revolucionario.

Para este hombre la figura de Gerardo Abreu representa un ideal de entrega y coraje sin límites, que se ganó especialmente el empecinamiento de los órganos represivos del régimen batistiano, por su vida entregada al movimiento revolucionario y a la lucha. Fontán era negro, pobre, trabajador, honesto, honrado, demasiadas cosas que provocaban odio a los esbirros.

Año de dolor

Febrero despuntaba en otro año de dolor y fervor revolucionario. La agonía de vivir sumidos en la más cruel y sanguinaria tiranía de la historia del país había hecho germinar los más puros ideales de libertad y deseos de transformar aquel mundo saturado de desigualdades e injusticias sociales.

Paradójicamente, con la efervescencia y el ardor insurrecto, sobre todo en la juventud deseosa de construir una realidad diferente, el régimen batistiano intentaba exponer ante el mundo un simulado panorama de pasividad. Pero los jóvenes socavaron la aparente faz de silencio social mediante continuas manifestaciones de rebeldía.

Muchas vidas se perdieron en el intento por desmembrar a la tiranía. Las torturas y el terror deseaban tronchar la esperanza, pero lejos de cumplir con su objetivo, consolidaron la entereza de los que saben amar a la Patria más allá de su vida, de los que comprenden la importancia del sacrificio en pos del bien de la humanidad.

Para aquel segundo mes del año final de la tiranía las Brigadas Juveniles del Movimiento 26 de Julio (creadas por Antonio «Ñico» López en 1955), eran dirigidas por Fontán, joven de probada visión revolucionaria e incuestionable calidad humana.

Su intensa actividad lo convirtió en uno de los hombres mas buscados por los sicarios de la tiranía, quienes definieron su captura como principal prioridad y situaron tras sus pasos a las fuerzas más represivas, convencidos de que una vez eliminado Fontán, extirparían el sostén del Movimiento en la capital.

Jacinto Vázquez de la Garza todavía se estremece por la bravura de Fontán. Foto: Roberto Suárez Así, el joven sensible, pero impetuoso, fue capturado en uno de sus recorridos cotidianos al subir a un ómnibus en la calle Infanta. Su cadáver apareció un día como hoy, hace 50 años, en los alrededores del antiguo Palacio de Justicia, actual sede del Consejo de Estado.

«El ejemplo de hombres como Fontán era lo que más perjudicaba a la tiranía. Revolucionariamente influyó en la actuación de la juventud cubana por las muestras que dio de entereza, de firmeza ante las torturas, de convicción en sus ideas.

«Fontán conocía y aplicaba con maestría las principales precauciones del luchador clandestino. Entre sus virtudes estaban estar dispuesto a sacrificar la vida, y trabajar con inteligencia para conquistar el apoyo de los restantes jóvenes. Tenía que hacer las cosas con habilidad, pero lo más difícil era saber quién es quién, para evitar la infiltración enemiga en las filas de los revolucionarios. Lograr burlar esta amenaza fue uno de sus méritos.

«En realidad la lucha clandestina fue sumamente compleja, porque estábamos constantemente con el enemigo cerca. El riesgo de que te vieran o te pudieran oír estaba latente en todo momento. Siempre nuestra familia se sintió amenazada por el mismo peligro que nos asediaba, sin quererlo, por supuesto. Por esta razón es importante saber actuar en la lucha clandestina, para evitar que te capturen, te torturen o te maten.

«Gerardo Abreu era un muchacho y se dedicó por completo a organizar el movimiento revolucionario en toda la zona habanera, siempre a la vanguardia de los luchadores».

Jacinto recuerda que Fontán tenía fama de alegre y juguetón, y que dedicaba todo su tiempo y sus posibilidades a organizar la lucha. «Atraía a todos con su conducta cotidiana, callada y modesta... La Revolución fue la razón de su franca dedicación.

«Ese odio resultante de ver que un hombre como él, músico, bailador y declamador, era capaz de resistir el dolor inmenso de la tortura sin delatar a sus compañeros ni brindar una sola pista, hizo que la barbarie fuera mucho más espantosa».

Las palabras que sellaron nuestro encuentro con Vázquez de la Garza definieron claramente el legado de Gerardo Abreu, el Fontán del pueblo, para las generaciones que le sucedieron en el empeño por formar un mundo marcado por el espíritu renovador de las nobles ideas.

A la lucha revolucionaria entregó su juventud. Murió con 26 años y solo faltaban meses para que se concretara el triunfo anhelado. Pudo haber vivido y construido mucho más; tal vez se hubiera consagrado como uno de nuestros grandes líderes. No obstante, la proeza de su vida y la vigencia de su ejemplo perduran por haber hecho tanto en tan poco tiempo.

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