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Una cubana ha guardado durante 45 años una carta que tiró al mar una holandesa

Nieves Sánchez Arzola ha conservado ese documento durante 45 años. La carta fue encontrada en 1964 al norte de La Habana

Autor:

Juventud Rebelde

MATANZAS.— Esta es una historia triste y linda a la vez. Una cubana atesora desde 1964 una carta que fue tirada al mar desde Holanda, quizá varios años antes, teniendo en cuenta la larga travesía desde la nación europea hasta su recalo en nuestras costas.

Nieves Sánchez Arzola ha conservado ese documento durante 45 años y cada cierto tiempo relee la carta con la nostalgia de no haberse comunicado con la remitente.

No llegó en una botella, como en los viejos tiempos de marinos enamorados o de románticos poetas. Cuántos avatares sorteó el pequeño tubo plástico (20 centímetros de largo por siete de diámetro) en las encrespadas olas del Océano Atlántico.

Digamos que flotó cientos de kilómetros hasta ser encontrado en una playa de Puerto Escondido, al norte de la provincia de La Habana. El pequeño tubito con una de sus tapas de color rojo llamó la atención de dos mujeres, quienes lo vieron entre las rocas de una playita.

«En realidad el frasco lo encontramos juntas Juana, mi mamá, y yo; tenía dos cartas idénticas, pero la otra se la regalé en aquella época a un vecino que curioseaba y no sé qué hizo con ella», asiente Nieves, a quien le inunda cierta nostalgia por su silencio de tantos años.

Sin motivo para no escribirle, fue pasando el tiempo y ahora lo hace con la esperanza de que esté viva Dinie Brands, quien siendo una adolescente holandesa de 14 años lanzó al mar una amistosa misiva dentro de un tubito que le compró a la Cruz Roja de Holanda. El texto aparece en inglés, español, holandés y francés, con su dirección particular, nombre y edad.

«En primer lugar para entrar de esta curiosa manera en contacto con niños de otros países y, en segundo lugar, para ayudar a la Cruz Roja de mi país en sus numerosas obras humanitarias. ¿Sabes en realidad dónde está situada Holanda? ¡En Europa! Nuestro país linda con Alemania y Bélgica», dice la carta de Dinie.

«Perdona no haberte escrito antes y pido a Dios que estas letras lleguen a ti con todo mi amor; conozco que Holanda es una nación desarrollada, con ciudades hermosas llenas de canales», escribe Nieves por el correo tradicional.

«A veces nuestros ríos y canales se hielan y entonces podemos patinar. Son frecuentes también las nevadas. A nosotros nos encanta jugar con la nieve, pero a los mayores en general les molesta. ¿Existe en tu país también una Asociación de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja?».

«Como debes saber, nuestra isla es tropical, con un clima más bien caluroso y húmedo, donde nunca nieva, y por supuesto, Cuba también cuenta con su Cruz Roja», plasma Nieves en una hoja de papel con el corazón sobresaltado de optimismo por el posible contacto con Dinie.

«Nosotros los niños de Holanda nos esforzamos por ayudar a otras personas. Para eso existe aquí una Cruz Roja Juvenil. Oye, amiguito o amiguita: ¿QUIERES ENVIARME UNA POSTAL DE TU PAÍS O CIUDAD, con un sello bonito? Si lo haces, yo trataré de enviarte otra a ti».

Además de la respuesta de Nieves, viaja hacia Holanda una postal de la playa de Varadero.

«¿Mandarás las tarjetas pronto? Porque tengo mucha curiosidad por saber adónde ha ido a parar esta carta. Y, por favor, procura sobre todo escribir tu nombre y dirección con mucha claridad. Recibe un afectuoso saludo de Dinie».

El frasco, con dos tapas a presión en sus extremos, permaneció protegido con celo por Nieves y su esposo, Rubén Cabrera, lo cual permite que se encuentre en perfecto estado de conservación a pesar de su antigüedad.

Ojalá Dinie haya enviado su carta alrededor de los inicios de la década de 1960, pues se han dado casos insólitos, como la epístola de amor lanzada al mar en una botella que llegó con un retraso de 85 años, escrita por el soldado británico Hughes a su esposa Elizabeth, mientras él combatía en la Primera Guerra Mundial.

Esa correspondencia no la recibió la amada, sino su hija, de 87 años, gracias a un pescador que encontró la botella en el río Támesis y viajó hasta Nueva Zelanda para entregársela personalmente.

Esas son las sorpresas de estos aparentes gestos ingenuos que la vida pone al azar del mar y que suscitan historias tristes, conmovedoras y que no son solo de tiempos épicos de veleros y marinos solitarios.

Muchas personas desean lo inesperado con estas cartas tiradas a la inmensidad del mar con el propósito de que germine una nueva amistad o un gran amor.

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