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Atletas cubanos salvados de sueños rotos

Algunos creían que no retornarían nunca al deporte, pero lo hicieron gracias a la milagrosa profesionalidad de la medicina cubana

Autor:

Osviel Castro Medel

Esta historia parece irreal: un hombre se partió en dos; se hizo «astillas» varias vértebras de la columna durante un partido de voleibol de los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro, hace dos años.

Intentó un remate y, al quedarle la pelota detrás, se estiró tanto en el aire que prácticamente su cuerpo quedó paralelo a la cancha. Al caer, sintió estallar una bomba dentro de su espalda.

Días después, en Cuba, los exámenes revelaron algo tremendo: Michael Sánchez Bozlueva tenía la cuarta y quinta vértebras lumbares fragmentadas en forma de estallamiento por la región posterior.

«Desde el punto de vista quirúrgico, estimamos que nada podía hacerse, de haberle colocado barra con tornillos transpediculares le hubiéramos limitado para siempre  la movilidad de la columna lumbo-sacra», reconoció Rodrigo Álvarez Cambras, as de la ortopedia cubana y mundial.

Por eso, se recomendó reposo absoluto por 90 días y luego inmovilización hasta el sexto mes. Qué terribles jornadas pasó al principio Michael, paralizado con aquel yeso gigante, que cubría parte de sus 206 centímetros de altura. Pero al cabo del medio año el resultado era estremecedor: «no había mejoría, ni clínica ni radiológica».

En febrero de 2008 la junta médica, dirigida por Álvarez Cambras, llegó a una conclusión durísima después de evaluar aspectos clínicos y estudios complementarios: a pesar del tratamiento conservador realizado, las fracturas no habían consolidado y por tanto existía inestabilidad de la columna lumbo-sacra. Eso lo incapacitaba para el deporte, era el adiós definitivo.

Michael se echó a llorar desconsoladamente al enterarse y al oír la recomendación de «dedicarse a otras actividades» vinculadas a la malla alta; sus padres y el entrenador también. «Tuve deseos de hacer lo mismo», confesaría tiempo más tarde el profesor Álvarez Cambras.

Mientras, el Ruso —como también se le conoce a este voleibolista por el lugar de origen de su madre— declaraba entonces con amargura al periódico Granma: «Tenía muchos sueños que realizar, por ello es muy difícil asimilar este momento después de conocer la opinión de los médicos».

Explicación del milagro

¿Cómo pudo el Ruso volver al terreno con el uniforme glorioso de las cuatro letras?  Algunos detalles que dan respuestas a esta pregunta se dieron a conocer hace tres días en el XX Congreso Internacional Cubano de Ortopedia, concluido la víspera en Bayamo.

En esta ciudad, el Doctor Álvarez Cambras, asombraría con su conferencia «Retorno al deporte», en la que narró apretadamente la intervención quirúrgica aplicada a este atleta nacido en junio de 1986.

Luego de vivir jornadas de aflicción, el eminente ortopédico y su equipo de trabajo decidieron realizar una cirugía. Se buscaba elevar su calidad de vida y quizá, solo quizá, retornar al deporte.

La intervención no fue fácil. «Le insertamos ocho injertos de hueso de nuestro Banco de Tejidos, entre la cuarta y quinta vértebras lumbares, dos de ellos sobre las espinosas, dos sobre las láminas, dos sobre las transversas y dos intersomáticas anteriores». Fue en julio de 2008. No se conocía algo parecido en Cuba.

«Transcurridos ocho meses y medio, al ver que los injertos se incorporaban, le permitimos ir a la altura con el equipo, no a jugar sino a sentir el ambiente del juego con los compañeros.

«Cuarenta y cinco días después, comprobamos que los injertos estaban incorporados al hueso y le realizamos pruebas de estabilidad bajo televisión, por lo que le permitimos salir con el equipo y jugar por breves períodos de tiempo, aumentándolo paulatinamente», explicó el doctor durante su conferencia.

En diciembre de 2008, a solo unos meses del comienzo de la Liga Mundial de Voleibol y después de ver la tamaña disposición del joven, Álvarez Cambras le preguntó: «¿Qué tú crees si le caes a palos a los rusos y a los búlgaros en la Liga Mundial?». Era el permiso para dedicarse a fondo al juego, era la puerta quimérica que se abría, el retorno de un guerrero soñador que ayudó a Cuba a clasificar para la final y a catapultarla al cuarto lugar general del torneo.

Huesos rotos, el corazón no

La de Michael no fue la única novela real descrita en el Congreso Internacional de Ortopedia. En la citada conferencia se narraron brevemente los casos de otros siete atletas salvados de lesiones muy graves por el Servicio de Traumatología del Deporte, creado en el Complejo Ortopédico Frank País, a fines de 1971. Por coincidencia, todos esos deportistas rehabilitados —aunque hay decenas en la lista— fueron campeones olímpicos.

Sus nombres encandilan al escribirlos: Teófilo Stevenson, Alberto Juantorena, María Caridad Colón, Mireya Luis, Iván Pedroso, Lázaro Vargas y Javier Sotomayor.

De Teófilo, tricampeón olímpico y mundial de boxeo, tal vez no se conozca al dedillo que retornó dos veces de las «quebraduras». Primero, en 1974, compitió en el Mundial de La Habana con una lesión infiltrada en el primer artejo del pie derecho y triunfó. Luego, en 1980, ganó la Olimpiada de Moscú, tan solo dos meses después de que los médicos cubanos le atendieran una fractura de dos costillas.

Tal vez más impresionante es el episodio de María Caridad Colón, lesionada con un esguince grave de columna dorso-lumbar, apenas diez minutos antes de la competencia olímpica en Moscú. «Yo la infiltré para quitarle el dolor y le dije: “tira con la vida en el primer envío porque después la jabalina te va a caer en los pies” y así lo hizo. El resultado fue el primer título olímpico de una deportista de América Latina», dice hoy Álvarez Cambras.

¡Qué decir de Mireya Luis! Fue operada en Cuba en distintos momentos de hernia discal lumbo-sacra, de luxación acromio-clavicular del hombro derecho (el de atacar) y de fractura de Patella. Aun con eso, siguió brillando como ninguna otra en el mundo.

Mientras, Alberto Juantorena se convirtió en bicampeón olímpico en 1976, en Montreal, cuando  dos meses y medio antes había sido operado de dos neuromas de Morton, un trastorno doloroso que afecta los espacios entre los dedos del pie.

Más recientes están las gravísimas lesiones de Iván Pedroso y Lázaro Vargas. El primero logró recuperarse de una lesión con ruptura de ambas porciones del biceps femoral y triunfó en varios certámenes luego de la cirugía, entre los que sobresalió el Mundial de Atletismo Bajo Techo de Atenas, celebrado solo ocho meses después de la tremenda intervención.

Y el antesalista capitalino pudo volver al diamante luego de un deslizamiento en home que le dejó «la rodilla en cero». Para el mismísimo Álvarez Cambras, ha sido la «más bárbara lesión de ese tipo que he visto en mi vida».

Claro, ninguno de estos astros se habría podido salvar si en 1970, Fidel no se hubiera interesado por nueve figuras destacadas del deporte que no pudieron retornar después de las lesiones.

«Recuerdo que el Comandante en Jefe nos citó, en presencia del compañero García Bango, presidente del INDER; de Celia Sánchez y de Manuel González Guerra, presidente del Comité Olímpico Cubano, y nos plantea la necesidad de crear un centro altamente especializado en trauma del deporte. Para eso hicimos un periplo de 45 días por México, Japón, la antigua Unión Soviética, Italia, RDA, Francia y España», relata sobre aquellos inicios el reconocido especialista.

Si algo reafirmaron los ortopédicos del Frank País y de Cuba desde aquella época es que la recuperación de un deportista de alto rendimiento no puede ser igual a la de una persona común.

«Uno de nuestros secretos radica en seguir entrenando la otra parte del cuerpo no lesionada. Así se hizo con las extremidades inferiores de Michael», manifiesta el Presidente de la Sociedad Cubana de Ortopedia y Traumatología.

El otro secreto está en los propios atletas; en su afán de vencer cualquier prueba.  Sus éxitos milagrosos pueden resumirse en una sentencia: se les quebraron los huesos, pero no el corazón, un órgano que, en ellos, late sin pausas en cualquier parte del cuerpo.

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