Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fiesta con lágrimas en la memoria

Vivencias de una descendiente de un héroe de la Gran Guerra Patria que se radicó en Cuba

Autor:

César Gómez Chacón

«CRÉANME cuando les digo / tengo la esperanza de que los rusos también amen a sus hijos…».

Fue a mediados de los 80 cuando escuché por primera vez la canción Los rusos, de Sting. Era bella la música y hermoso el intento del roquero inglés por aliviar las tensiones de la Guerra Fría. Sin embargo, cómo era posible que alguien dudase del amor de los rusos —que entonces eran los soviéticos— por sus hijos.

Faltaba saber un poco de historia…

María

María Alexandrovna lee la carta que acaba de recibir. Es de su Sasha y tiene fecha del 25 de julio de 1942.

«Mi querida Marusia, hijos míos…». La joven madre no puede seguir leyendo.

—¡Está vivo! ¡Vuestro papá está vivo, queridos míos! —Los niños no entienden su alegría con lágrimas. Al percatarse, María se incorpora, se arregla el vestidito mil veces remendado, y esconde su húmeda mirada. Seriosha y Zina han comprendido, pero Zhenia (el pequeño Evgueny)…

—¡Está vivo, Zheniuska, papá está vivo en el frente…!

Lo que no sabe María es que el 4 de agosto, mientras la carta recorría el sinuoso camino desde el frente hasta sus manos, una bala fascista atravesó el pecho de su Sasha. Alexander Sherguin murió como un héroe.

Natasha

Natasha Balashova camina despacio junto a la hilera de mármoles marcados con nombres en ruso. De pronto se detiene, se inclina y lee atentamente: Evgueny Sherguin. Un par de lágrimas mueren antes de nacer en sus ojos. Las seca una extraña ventisca, esta primavera habanera de 2007.

Natasha debió haber venido al mundo en el Moscú de su familia, aquel frío diciembre de 1941, pero vio la luz por primera vez en Sverlovsk, en los Urales de la evacuación. Natasha fue una hija de la guerra. De su vida, y sus recuerdos conversamos largamente hace dos años:

«Los niños de mi generación nacimos en un momento muy difícil, pero nos dieron tanto amor… que yo no recuerdo haber sufrido la guerra. En el 43 regresamos a Moscú, y a mí me parece todavía estar escuchando al vecino de abajo, que cada noche le gritaba a mamá que apagara las luces. Era tan gracioso… Yo nunca comprendí que en ello nos iba la vida, la oscuridad era para confundir a los bombarderos nazis.

«Me encantaba mirar a los soldados que pasaban cantando hacia el frente. Jugábamos entre las barreras de hierro y las alambradas antitanques.

«El 9 de mayo del 45, el día de la victoria, yo me veo todavía parada encima de la mesa del comedor, y mi mamá cosiéndome un vestidito de seda azul. Ahora sé que era tela de un paracaídas; y que las cortinas de mi casa eran de lona de tiendas de campaña. Nací con la guerra, pero viví rodeada de felicidad».

María (15 años después)

No pudo contener nuevamente las lágrimas. Con la mirada enrojecida por la emoción y el esfuerzo, María Alexandrovna dijo al silencio de aquel inmenso cementerio:

—Sasha, querido, vine con Zina, nuestra hija, a la tierra donde descansan tus restos, pero no pudimos encontrar tu tumba. Discúlpame querido mío…

La viuda educó a sus hijos en el ejemplo del héroe. El menor, Evgueny Sherguin, el Zhenia nacido durante la guerra, heredó de Sasha lo mejor: la sensibilidad y la bondad. Creció mimado y querido por todos.

María vivía orgullosa de él, y Evgueny era todo lo feliz que se puede ser en la juventud. Conoció a Olga, y se enamoraron a primera vista. El llamado al servicio militar lo llevó a servir en otra ciudad. Aun así, un año después de la boda, Olga dio a luz a su hijo Mijaíl. Evgueny pudo verlo una sola vez, poco antes de partir hacia su destino.

Natasha y María en el mismo lugar

Natasha Balashova conoció al hombre de su vida una noche junto a una fogata.

«Yo tenía 22 años y nos habíamos ido al campo, a descansar. De pronto sentimos la algarabía y vimos a unos muchachos. Yo dije: «Recogemos y nos vamos», entonces alguien me aclara: «Natasha, son cubanos». De esa manera conocí a mi esposo. A Cuba me trajo el amor».

Más de tres décadas le sirvieron a Natasha para multiplicar su familia cubana y convertirse en una abuela feliz. Sumó a ello su incansable actividad como promotora de la cultura y la historia de su país natal. Orgullosa de sus orígenes, Balashova se ganó entre sus amigas el apodo de Bolchevique, porque nunca dejó de actuar «como una verdadera mujer soviética».

«Muchas de nosotras llegamos aquí muy jóvenes, con el inmenso deseo de brindarlo todo a la Revolución Cubana, que era, junto al vuelo de Gagarin, nuestra mayor inspiración».

Fue también por esos primeros años de la década de los 60, cuando Evgueny Sherguin, el hijo del héroe de la Gran Guerra Patria, se encargó de escribir a María Alexandrovna sobre el lugar adonde le habían destinado:

«Hola mamá. Estoy bien, vivo y saludable. Pero todavía no nos podremos ver por mucho tiempo. Escucha por radio todas las informaciones sobre Cuba, allí estaré. Dile a Olga que no se preocupe… Besos a Misha. Te envío una foto tomada en el barco donde estamos viajando. Ah, ayer rondaba sobre nosotros un avión americano. Es muy molesto ver un avión extraño sobre la cabeza de uno».

En ese instante, con la misiva de Zhenia entre las manos, María Alexandrovna recordó nítidamente aquel otro momento, dos décadas antes, cuando recibió la última carta de su esposo. Esta vez no lloró de alegría. En su interior devino la preocupación del instinto materno.

Meses más tarde, un escueto certificado del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética le informaba sobre la muerte de su hijo en un accidente automovilístico en Cuba, el 19 de febrero de 1963, mientras «cumplía su deber como soldado internacionalista». María Alexandrovna murió a los pocos años, absorta en sus tristes recuerdos, y sin ver tampoco la tumba de su hijo.

El memorial y la bolchevique

Varios kilómetros al oeste de La Habana, se encuentra el Memorial a los Combatientes Soviéticos Internacionalistas caídos en Cuba, unos 80 militares que ofrendaron sus vidas en los años peligrosos y definitorios, entre 1962 y 1964. La mayoría de ellos eran hijos de los héroes de la Gran Guerra Patria.

En el Memorial revolotean el tiempo y el recuerdo y se mezclan con el corazón y la bondad de Natasha Balashova, quien durante años, con callado tesón, hurgó en la historia de cada uno de esos nombres en ruso. Como tenaz hormiguita mandó cartas a las ciudades natales, contactó con familiares diseminados por toda la geografía de la ex URSS; y les envió fotos de las tumbas y el fuego eterno del Memorial.

Como respuesta, Natasha recibió cartas de autoridades y de las más sencillas personas de Rusia, Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso…

A través de la Bolchevique miles de hombres y mujeres de la URSS agradecieron al pueblo y al Gobierno de «la Isla de la Libertad» y a sus Fuerzas Armadas, por conservar y respetar el recuerdo de estos héroes anónimos.

La historia no puede cambiarse

Las circunstancias han cambiado desde que Sting escribió su controvertida canción. Hasta las cifras del holocausto han variado, resultado de esmerados estudios actuales.

Datos de la agencia RIA-NOVOSTI calculan hoy en casi 30 millones las vidas ofrendadas por la URSS, durante los 1 418 días que duró la Gran Guerra Patria. Es más de la mitad de las pérdidas sufridas por todo el planeta durante la Segunda Guerra Mundial. Las cifras económicas llevan similar proporción.

No puede cambiarse la historia cuando esta ha sido escrita con la sangre de los vencedores. El ejército soviético enfrentó el ataque del 85 por ciento de las divisiones de combate de la Alemania nazi, y a golpe de heroísmo empujó al fascismo hitleriano hasta su tumba final en Berlín.

Sesenta y cinco años no son demasiado tiempo para borrar la memoria. Fue importante, pero tardía, la apertura del frente occidental aliado, e incomparablemente menor el sacrificio de los países que lo integraron. En la contienda murieron 600 mil franceses, poco más de 400 000 norteamericanos y 370 000 ingleses.

Nadie hizo tanto por la victoria sobre el fascismo nazi como la Unión Soviética. Rusos, ucranianos, bielorrusos, los hombres y mujeres del Báltico y del Asia Central, y todos aquellos que, guiados por la bandera roja, merecen su lugar cimero en la historia.

¡Nadie ha sido olvidado, nada ha sido olvidado! Es el grito de paz que brota hoy de las gargantas de los muertos y del pecho marchito de los sobrevivientes y sus descendientes.

Epílogo

Natasha Balashova murió en Cuba el año pasado. La acompañé en una de sus últimas visitas al Memorial. Caminó despacio junto a la hilera de mármoles marcados con nombres rusos. Cambió flores, apartó el polvo, recordó la guerra, la patria, el destino, la felicidad… Sonrió satisfecha.

Sea este también un homenaje a ella.

¡Estamos de fiesta, querida Balashova! ¡Nuestra fiesta de amor con lágrimas en la Memoria!

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