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La ortografía de una ganadora

Este diario dialoga con la joven tunera Lisandra Cutiño, quien se coronó campeona absoluta en el XI Concurso Iberoamericano de Ortografía, cita que tiene la pretensión de fomentar el buen uso del español

Autor:

Juan Morales Agüero

Lisandra Cutiño Viñals («así, con ls al final», precisa ella) habla con la concisión de un monosílabo y el encanto de un superlativo. Es de pocas palabras esta joven de 17 años, natural del municipio de Amancio y alumna del duodécimo grado en el Instituto Preuniversitario Vocacional Luis Urquiza. ¡Pero cuánto saber hay en lo que dice!

Hace unos días retornó de Montevideo, la capital uruguaya, con una sonrisa parecida a una U mayúscula. Allí se coronó campeona absoluta en el XI Concurso Iberoamericano de Ortografía, cita que, según sus patrocinadores, tiene la pretensión de «fomentar el buen uso del español, promover la lectura y buscar la excelencia académica».

En la importante cita estudiantil enlazaron vocales y consonantes 11 muchachas de 11 países de habla hispana: Chile, Colombia, Cuba, El Salvador, España, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, República Dominicana y Uruguay. El toma y daca con el alfabeto resultó muy competitivo y de altísima categoría. Así lo evaluaron tanto las competidoras como los organizadores.

Un periodista que entrevistó a Lisandra cuando al evento le faltaba todavía el punto final echó mano en su crónica a los signos de interrogación y exclamación. Al apreciar la solidez de la cubana, se preguntó, perplejo: «¿Cómo puede esta chica desplegar tanto talento?» Y él mismo se respondió, admirado: «¡Leyendo y estudiando mucho!».

Dialogué con ella en un local de su escuela. Tuve que ingeniármelas para romper el diptongo de su modestia-parquedad, insistir para que me aceptara un adjetivo y, finalmente, dar con la excepción que confirma la regla: el diálogo discurre de maravillas cuando quienes lo protagonizan encuentran el punto G de la motivación.

—Lisandra, ¿sabes en qué momento surgió tu interés por la ortografía?

—Ay, no sé… Supongo que desde pequeña. Quizá por insistencia de mis padres. Y también de los maestros, claro. Ellos trabajan mucho en ese tema. Para mí la ortografía nunca resultó una preocupación. No recuerdo que jamás nadie me dijera «¡tienes que escribir bien!». Tuve faltas, como cualquier persona. Pero jamás constituyó un problema.

—Me imagino que te sabrás de memoria todas las normas ortográficas…

—¡Qué va! Me sé varias, desde luego. Pero la buena ortografía no se adquiere así, memorizando mecánicamente las reglas en los manuales. Es cuestión de retener la grafía correcta de una palabra apenas la lees por primera vez. Hay que «fotografiarla» y «archivarla» en la mente para, desde entonces, escribirla como es debido siempre.

—Por ejemplo, si lees «baca» escrito así, con b, te choca enseguida…

—Depende. Porque, en ese caso, hay dos bacas que se escriben con b (nos reímos y me sonrojo). Una, el fruto del árbol del laurel. Y la otra, la parrilla que se coloca sobre los automóviles. Pero sí, la lectura es muy importante para tener buena ortografía. Yo leo mucho: poesía, aventuras, historia… Mis favoritos son Martí, Tagore, Verne…

—¿Es difícil que una persona que no lea tenga buena ortografía?

—Un buen lector puede tener una ortografía perfecta sin haber hojeado jamás un manual. De tanto ver las palabras en los libros, conoce cómo se escriben. Pero, para quien no ha disfrutado nunca del placer de la lectura eso es una tarea poco menos que imposible. No es casual que los malos lectores padezcan, por lo común, de pésima ortografía.

—¿Por esa razón muchos jóvenes de hoy afrontan ese endémico mal?

—Es una de las razones. También que no toman en serio la ortografía. Piensan que lo principal es dominar el contenido, y no la forma. Cuando alguien oye o lee un término por primera vez, debe aprender cómo se escribe o consultar el diccionario. Por muchos títulos que avalen su profesionalidad, pierde crédito si lo hace con errores.

—¿Tienes experiencia sobre ese asunto entre tus compañeros de aula?

—(Se ríe). Algunos, cuando no están al tanto de la ortografía de una palabra, la escriben de varias formas. Asiento, por ejemplo. La ponen primero con s, y un renglón más abajo con c y hasta con z. Nunca me he logrado explicar eso. Si dudo y no tengo a mano un consultante o un buen diccionario, es mejor utilizar sinónimos. Pero nunca adivinar…

—Pero tengo entendido que tú los ayudas bastante en ese aspecto…

—Solo cuando me lo piden. No hay que estar pescando faltas siempre. En el aula hasta reviso poemas y cartas de amor. Soy su consejera ortográfica. Aunque a veces paso penas, porque me preguntan qué quiere decir tal palabra y no lo sé. Es cómico: puedo decirles cómo se escribe, pero no qué significa.

—No sé qué piensas, pero las nuevas tecnologías no ayudan mucho…

—Es cierto. He visto salas de chat donde escriben ke o q en vez de que. Y ni se sabe cuántas mutilaciones de palabras. Los correos electrónicos también hacen de las suyas. Y los mensajes de texto, ni hablar. Por ahorrar espacio atropellan el idioma. Uno debe preocuparse por escribir correctamente.

—¿Qué palabras suelen originarte más dificultades ortográficas?

—Las que carecen de reglas, como los sustantivos y los adjetivos. ¿Un ejemplo? (piensa) Mire, loza y losa, que son palabras homófonas. Se le llama loza al juego doméstico de platos y tazas, fabricado con un material del mismo nombre. Y losa, entre otras acepciones, es una piedra llana y de poco grueso. Como los mosaicos para el piso…

—¿Cómo te sientes cuando observas por la calle palabras mal escritas?

—Muy mal. Pienso en los niños. Ellos pueden creer que esa es la forma correcta. He leído en algunas tabillas gastronómicas vocadito en lugar de bocadito. Y mallonesa por mayonesa. En un cartel pusieron: FELIZ AÑO NUEVO. Pero tildaron la í. En otro decía: PUNTO DE TRANSPORTACIÓN MASIVA, y colocaron una x donde debía ir la s de masiva.

—Me han hablado de tu puntería para cazar gazapos en los periódicos…

—(Se ríe) Ya no encuentro muchos. Pero sí, me molestan cantidad. Algunos errores son repetitivos. Como cuando escriben ingerencia en vez de injerencia. Es con j, no con g. Y está garaje. En español es con j, aunque en francés, su idioma original, se escriba con g.

—Hablemos del concurso, ¿cómo son las eliminatorias para asistir?

—Comienzan con una convocatoria provincial. Consistió en un dictado de 50 palabras que debíamos escribir a mano. Sus resultados clasificaban para la segunda parte: otro dictado, pero ahora para tomarlo en computadora. Evaluaban, además, la velocidad al teclear. Gané. Mi preuniversitario tiene una gran tradición en estos eventos.

—¿Y el concurso nacional? Seguramente fue muchísimo más complicado…

—Sí, más complejo. Tuvo una fase clasificatoria, donde nos dictaron varios refranes. Ninguno tenía puntuación interior. Solo la inicial mayúscula y el punto final. Debíamos colocar los signos donde correspondiera. Y, por supuesto, escribirlos correctamente. Todos pasamos con éxito esa prueba. Luego enfrentamos la última etapa.

—¿Cuáles fueron sus características y cómo se definió al ganador?

—Se utilizó un software que contiene palabras para distintos niveles. Yo competí en el cuarto, que es el más difícil. Me dictaron términos como regurgitar, búnker, lapislázuli, aquiescencia… La representante de Guantánamo y yo los escribimos correctamente todos. Pero, como también se evaluaba el tiempo de respuesta y anduve más rápido, gané.

—Te convertiste en la representante de Cuba y llegaste a Montevideo…

—Sí, al Teatro Solís, la sede. El concurso arrancó con un dictado de enunciados extraídos de obras literarias de escritores de habla hispana: Carpentier, García Márquez, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Roa Bastos… Debíamos tomarlo en una laptop. Se clasificaba con el 60 por ciento de aciertos. Todas clasificamos. Da una idea del nivel.

—Me dijiste que tienes copiados varios de esos enunciados literarios…

—Tengo anotados. (Lee) «Los caminos marcaban sus tintes parduscos», de José de la Cuadra; «Había alimañas debajo de las alfombras y arañas que miraban desde el ojo de las cerraduras», de Alejo Carpentier; «Péguele un bastonazo en el hocico», de Roa Bastos; «Una lechuza cruzó el cielo del patio con un chasquido», de Héctor Tizón…

—Esa fase no tuvo mayores problemas para nadie, ¿cómo continuó?

—Con un dictado de 80 palabras. Entre ellas, escenario, quiso, vahído, hélice, esencial, bisectriz, flexible, zozobra… Escribí mal dos: zagala y quicio. Las puse con s. Con zagala tiré a adivinar, pues no la conocía; con quicio, me equivoqué. Quedamos igualadas la española Blanca Pérez y yo.

—¿Cómo procedieron los organizadores para desempatarlas?

—Concibieron un dictado de muerte súbita. La primera en fallar, perdía. Todo marchó de maravillas hasta la sexta ronda de palabras. Yo escribí bien la que me correspondió. Pero ella acentuó en la i el sustantivo ojiva, que no lleva tilde. Y esa tilde me dio el campeonato. El público observó cada detalle en una pantalla gigante.

—¿Te enteraste en ese mismo momento que eras la nueva titular?

—No, porque la pantalla estaba a nuestras espaldas. Cuando la española falló, el presidente de la fundación auspiciadora se puso de pie y dijo que yo era la ganadora. Allí estaba el funcionario del MINED que me acompañó. Y nuestra embajadora en Uruguay. Me llevó una bandera cubana para que la pusiera en mi mesa de competencia.

—He leído que todas las participantes eran del sexo femenino…

—Sí. Rafael Orozco, miembro de la Real Academia de la Lengua y creador del concurso, dijo a la prensa: «Eso demuestra que las mujeres tienen mejor ortografía que los hombres». Y, al enterarse que todas nosotras queremos estudiar carreras de ciencia, añadió en broma: «Ellas quieres ser bioquímicas y ellos jugadores de fútbol».

—¿Cómo fue el regreso a la Patria? ¿Te hicieron recibimiento?

—Fue muy emocionante. En La Habana, recibí muchas felicitaciones. Entre las primeras estuvieron altas autoridades del MINED. La Ministra quiso verme y me dedicó un tiempo para conversar.

—¿Y en tu preuniversitario? ¿Cómo te acogieron tus compañeros?

—¡Aquello fue muy grande! Llegué tardísimo, casi de madrugada. Me estaban esperando con tremenda bulla junto con los profesores y el Consejo de Dirección. Me dieron abrazos, me gastaron bromas… Habían pintado letreros muy simpáticos en el piso de la plaza donde formamos. Y hasta me leyeron un poema que traían escrito.

—¿No te dio por comprobar si los versos tenían errores de ortografía?

—¡Nooooo! (Ríe, divertida) Oiga, tampoco hay que exagerar, ¿eh? Si hago eso me dejan plantada allí mismo. Y lo peor: hubiera echado a perder un recibimiento tan bonito.

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