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¿Agentes para el cambio?

Alta prioridad conceden los servicios de inteligencia de EE.UU. a la fabricación de «líderes sociales». Buscan en grupos de interés como jóvenes, artistas e intelectuales, individuos «capaces» para esa «transición» que anhelan en Cuba. En esa labor, alejada del trabajo diplomático, sobresale la SINA, según lo confirma Frank Carlos Vázquez, quien para ellos mordió el anzuelo pero, en realidad, como se hace público hoy, se toparon con Robin, agente de la Seguridad cubana

Autores:

Marina Menéndez Quintero
Deisy Francis Mexidor
Jean Guy Allard

Frank Carlos Vázquez Díaz descollaba por su facilidad en materia de relaciones públicas. Tenía «chispa» para el contacto con los otros y su habilidad lo llevaba además a estar «en la última» en todo, así que en 1998, en medio del período especial, propone a un grupo de jóvenes artistas crear un proyecto cultural alternativo que diera a conocer sus obras y atrajera la atención, en particular, de los circuitos internacionales. La aceptación fue tan inmediata como entusiasta.

Arte Cubano, como nombraron la página web que entonces vio la luz, se convirtió en «uno de los primeros sitios de su tipo que existían en el país» y constituyó el sustento promocional de lo que comenzaba a gestarse en aquel «pequeño local en La Habana Vieja ubicado en la calle Obispo», recuerda Frank Carlos.

Por eso no demoró mucho para que los contactaran instituciones culturales de diferentes naciones. «Establecimos correspondencia y relaciones de trabajo con varias galerías importantes en Estados Unidos, Canadá y Europa».

Tan atractivo se presentó el proyecto que pronto aparecieron en escena aquellos personajes cuyo único «arte» es el de monitorear e identificar a quienes se puede usar dentro y fuera de Cuba para cumplir las directrices del Gobierno estadounidense. Desde la Sección de Intereses de Washington en La Habana, esos especialistas  ubicaban los sitios web independientes con el supuesto perfil apropiado para sus planes de subversión.

De modo que —con el aparente candor de quien solo quiere «ayudar»— diplomáticos de la SINA se asomaron enseguida en el local de Frank Carlos y sus amigos, quienes les explicaron que se trataba de «un proyecto que no estaba bajo la dirección de las instituciones culturales».

Por eso, «a partir de ahí comenzó un proceso de encuentros y contactos, prácticamente diarios, que fueron incrementándose en la medida que se desarrollaban las diferentes actividades que realizábamos», cuenta Frank Carlos Vázquez, un licenciado en lengua Inglesa que enseguida fue considerado como un interlocutor valioso.

Al mismo tiempo, desde la SINA, comenzaron a enviarles «decenas de cajas de libros, revistas y publicaciones», recuerda Frank Carlos. Además, el ex funcionario de la oficina Douglas Barnes manifestó el deseo de «convertir nuestro centro en un lugar de acceso a Internet, lo que era muy importante en su momento», porque el ciberespacio apenas se conocía entre los artistas cubanos.

Este Barnes ya había expresado que su tarea principal era tratar de  instrumentar en Cuba el llamado Carril II de la Ley Torricelli, para lo cual traía la experiencia de haber trabajado en países del antiguo campo socialista, y durante su estancia aquí, establecer relaciones con nacionales del sector cultural, la intelectualidad y cabecillas contrarrevolucionarios.

Por eso para los diplomáticos de la SINA (¿o de la CIA?), todo lo que pudieron observar en Frank Carlos parecía hecho a la medida de sus expectativas.

Pretendían tumbar el «muro» de Berlín en Cuba

Durante la administración de William Clinton (1993-2001), Richard Nuccio, su asesor para los asuntos cubanos, predicó la llamada teoría «de pueblo a pueblo», que en verdad significaba algo así como «ahogar con un abrazo», método que ya habían aplicado contra Polonia.

Bajo esos postulados, en el segundo mandato de Clinton, la SINA abrió como nunca la entrega de visas para «facilitar el intercambio cultural», mientras sus especialistas valoraban qué sectores de la intelectualidad pudiesen propiciar la aparición de movimientos artísticos «paralelos»; en esencia, que fueran contestatarias e «independientes del Estado».

Creían que con ello desaparecería el sentido revolucionario en el movimiento cultural cubano, algo que se había experimentado en la otrora Checoslovaquia.

Fue el filón que vio Larry Corwin, un especialista de arte, entonces secretario de Prensa y Cultura de la SINA, quien desde su llegada al país desarrolló una intensa influencia en el medio cultural de la Isla y de la llamada prensa independiente.

Precisamente, ese diplomático se quitó la máscara poco después de concluir su estancia en la Isla al reaparecer en Kosovo, en el 2004, como oficial de Asuntos Públicos de la oficina del Departamento de Estado en el territorio balcánico ocupado por las fuerzas de la OTAN.

La práctica de Corwin no es nueva. Desde la Segunda Guerra Mundial, y el posterior inicio de la Guerra Fría, los servicios especiales pusieron a punto un aparato de subversión dirigido hacia un público intelectual, a partir de cadenas de instituciones- fachada con presuntas finalidades de muy diversa índole. Los fundadores de esa maquinaria de subversión fueron académicos y especialistas en guerra psicológica, cuya actividad en ese campo tiene numerosas experiencias a lo largo de la historia.

Esas instituciones —entre las que vale mencionar al casi centenario Brooklyn Institution, a la Rand Corporation y la Heritage Foundation— trabajan hoy con métodos de influencia afinados durante décadas, mediante los cuales se acercan a las personas «seleccionadas» a partir de estudios de su personalidad y el rol que podrían desempeñar  en la sociedad.

Acá en La Habana el «especialista» Corwin trabajó de conjunto con el segundo jefe de la estación local de la CIA, James Patrick Doran, camuflado en el cargo de vicecónsul. Para ellos, poner a Frank Carlos bajo el círculo de su influencia, era controlar al grupo de jóvenes en su conjunto.

Según la apreciación de la CIA y de la SINA, al alcanzarse ese objetivo, llegarían a crear futuros destructores del socialismo, auténticos conspiradores, de los que iban a «tumbar el muro de Berlín en Cuba».

Por eso Corwin atendió con diligencia a Frank Carlos. Le facilitó todo lo que necesitaba, siempre atento a sus deseos, a nombre de la «amistad». Le propuso proyectos, contactos, insistiendo en la seductora idea de la comercialización de las obras que este  promovía.

Pero otra vez, el enemigo se había equivocado. Como joven cubano que creció con la Revolución, lejos estaban de imaginar quienes lo «visualizaron» que él se mantendría fiel a su país. Más de diez años han transcurrido, y hasta ahora que se hace pública su identidad, Frank Carlos Vázquez ha cumplido misiones como el agente Robin de los Órganos de la Seguridad del Estado, cuya mayor riqueza consiste, precisamente, en esa fusión de los hombres y mujeres que la integran con el pueblo, en defensa de la Patria.

Una experiencia americana

Con un presupuesto que parecía sin límites, y un acceso privilegiado a distintas esferas del mundo cultural norteamericano, Larry Corwin le anuncia a Frank Carlos que le iba a conseguir invitaciones de prestigiosas instituciones, para que pudiese viajar a EE.UU.

«En el año 1998, se me acercan y me entregan una invitación realizada por el Chicago Cultural Center», considerado como uno de los más relevantes de su tipo en suelo estadounidense.

Frank Carlos y su grupo habían sido seleccionados «para establecer un proyecto de intercambio» que los alió a ese centro en una amplia colaboración mediante la cual fue dos veces al norteño país con todos los gastos pagados, como «cortesía» de las agencias federales e instituciones gubernamentales en Washington.

Más que nunca, el buen conocimiento del inglés, fue la llave: «Prácticamente me abrió todas las puertas. Estando allí pude tener acceso a muchísimas personalidades con las que, por mi conocimiento de su idioma, pude establecer un diálogo y un contacto muy profundo», recuerda.

«Conocí desde el alcalde de Chicago hasta los directivos de las instituciones culturales más importantes, pasando por galeristas renombrados dentro del mundo del arte. Nos entrevistamos con diferentes congresistas, políticos…»

A estos encuentros se sumaron otros con agendas políticas muy definidas, que rebasaban la divulgación y la promoción de la cultura. Es así como dirigen a Frank Carlos hacia «lo que ellos estaban interesados que yo conociera». Y en apariencia, el plan del «team» Corwin-Doran se concretaba poco a poco.

Los «diplomáticos» de la SINA sopesan la amplia experiencia adquirida por Frank Carlos, y comienzan a manifestarle otras «necesidades», específicamente que tratara de aglutinar a jóvenes. El objetivo de la operación emerge entonces con claridad: inculcarles «los intereses que las instituciones culturales de EE.UU. perseguían», dice.

A esas alturas se había establecido una especie de regla: esperando que ocurriera aquí lo mismo que en Europa del Este, el mercado occidental y particularmente el estadounidense estaba ávido de un arte cubano contestatario e hipercrítico.

Su experiencia «americana» dejó también otros recuerdos en la memoria de Frank Carlos Vázquez Díaz. De Chicago, donde lo ubicó la inteligencia norteamericana en su plan de influencia, no olvida la visita que hizo a barrios marginales, «donde los ciudadanos afronorteamericanos son totalmente segregados».

También le chocó «la violencia en las calles y el tráfico incesante de drogas que existe en muchos lugares», así como vivir «la realidad de un país que está diseñado para ganar dinero», y si las personas no son capaces de obtenerlo «se les considera de segunda clase».

Necesaria recapitulación

La invitación que recibió Frank Carlos Vázquez se inscribe en el programa Cuba de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés), que, financiado con millonarios fondos federales, sirve de cobertura a la actividad de la CIA contra la Isla. Uno de los métodos empleados es la fabricación de líderes sociales, supuestamente capacitados como «agentes para el cambio» político y que tratan de captar en el universo juvenil, los artistas, universitarios, la intelectualidad… utilizando como señuelo el otorgamiento de becas y viajes.

La USAID, según explica la capitana Mariana, analista de la Seguridad del Estado, se vale además en su accionar de diversos mecanismos, «uno de ellos es el empleo de organizaciones, como es el caso del Instituto Republicano Internacional (IRI)», surgido en 1983 bajo la administración de Ronald Reagan, un arma de la derecha estadounidense para campañas de engaño y de manipulaciones. Su presidente es, ni más ni menos John McCain, un amigo de la mafia cubanoamericana de Miami.

El IRI desempeña un activo papel en el programa Cuba de la USAID y para ello ha establecido dos objetivos prioritarios, que son incrementar el libre flujo de información desde y hacia la Isla, y en segundo lugar la conformación de organizaciones no gubernamentales que faciliten sus fines. El IRI no actúa directamente en territorio nacional sino a través de organizaciones como Solidaridad Española con Cuba y la Fundación Eslovaca Pontis.

Para el IRI es de suma importancia lograr instalar en el país redes de comunicación inalámbrica con posibilidades de transmisión vía satelital con la utilización de medios de tecnología avanzada como el Bgan.

Por otra parte, la USAID también «puede utilizar mecanismos más directos, como sucedió en el caso de Frank Carlos, quien fue contactado de manera personal por un funcionario de la SINA».

Argumenta la analista de la Seguridad del Estado que la beca concedida a Frank Carlos fue, justamente, «parte de su preparación» y una forma de «trabajar sus cualidades de liderazgo, sus potencialidades.

«En definitiva, este programa lo que busca es darle una orientación contrarrevolucionaria a los fenómenos propios de nuestra sociedad, o construir hechos, o líderes que permitan canalizar los intereses del gobierno de Estados Unidos en relación con Cuba», puntualiza.

No hay que llamarse a engaño. La USAID respecto a nuestro país apoya un accionar que bajo distintos escenarios persigue crear las condiciones del «cambio», antes, durante e inmediatamente después de la «transición».

A partir de 1995, luego de la implementación de la Ley Torricelli durante el gobierno de William Clinton, se hizo más evidente la actividad subversiva de esta agencia federal contra nuestro país. Por ejemplo, han entrado por diferentes vías más de 10 000 radios de onda corta, y casi dos millones de libros, y productos multimedia con propaganda que alienta el «cambio».

Pero para nadie es secreto el extenso aval de la USAID en temas de injerencia y desestabilización desde que fue fundada en 1961 durante la administración del presidente John F. Kennedy.

En América Latina, está asociada a muchas de las intervenciones yanquis en la región. Mención especial merece la participación de la agencia en la década del 70 en la aplicación del Plan Cóndor, una transnacional secreta de muerte contra la izquierda en el Cono Sur del continente.

Más recientemente, en el 2002, la Agencia del Desarrollo Internacional estuvo muy vinculada al golpe contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Desde entonces, ha aumentado de manera continua la intensidad de sus operaciones de apoyo a la oposición, a través de una serie de «programas» que subsidia a golpe de millones.

En Bolivia y la Honduras de José M. Zelaya ha sido otro tanto, aunque siempre han tratado de edulcorar los capítulos más repugnantes de su historia.

Operación vitral

Dentro de las tareas que iban dándole a Frank Carlos hay una que rememora, en este recuento de más de diez años como el agente Robin. Fue en el 2000, cuando los estadounidenses James Patrick Doran y Larry Corwin le solicitan con insistencia que se acercara al contrarrevolucionario Dagoberto Valdés, quien dirigía la revista Vitral y el denominado Centro Cívico Religioso de Pinar del Río.

«Ese proyecto era de mucho interés para los norteamericanos. Me pidieron que organizara un encuentro entre los funcionarios de la Sección de Intereses y Dagoberto, que se preparó en un lugar discreto de la ciudad».

En esta visita con toque de clandestinidad, los visitantes hablaron con el susodicho acerca del potencial de su —hoy desaparecida— publicación para expresar ideas contrarrevolucionarias, y como medio para ser utilizado contra el Gobierno y la Revolución Cubana.

Hecho significativo: Valdés planteó entonces su «gran preocupación pues estaba siendo contactado directamente por los “diplomáticos” norteamericanos, porque, según él, eso lo ponía demasiado en evidencia». Así que se pronunció por «trabajar a través de los diplomáticos de las embajadas checa y polaca, que estaban un poco más afuera de la palestra pública», lo que le permitiría actuar «con mucha más rapidez y tranquilidad». Pronto, el encuentro «discreto» de Pinar se acompañó de una exposición de carteles organizada, «casualmente», con la colaboración de diplomáticos polacos y checos.

«Ahí se plasmaban algunas ideas que venían de Polonia… y que fueron entonces propaladas dentro de la intelectualidad pinareña…»

Dagoberto pretendía «convertirse en el  paladín de la libertad, en el portavoz de los intelectuales y convertir esa revista en un vehículo contrarrevolucionario para destruir nuestra Revolución», asegura Frank Carlos.

La bienal de Vicky Huddleston

En el propio año 2000, la SINA pretendió manipular un evento de tanta trascendencia y prestigio internacional como la Bienal de La Habana, en este caso durante su VII edición.

No por gusto intentaron hacer el trabajo de subversión. La Bienal ya se había ganado un merecido espacio donde se divulgaba un arte experimental de alta calidad que era apreciado por grandes sectores de la población cubana.

«Un día se me aparece Larry Corwin en la casa con una gorra de pelotero, una camiseta y un short de playa.  Venía en una bicicleta», rememora Frank Carlos, quien en ese momento se extrañó de la imagen del diplomático. Con el disfraz,  Corwin intentaba encubrir su accionar ilegal.

Esa «sorpresiva aparición» era para pedirle que Frank Carlos lo apoyara «en una misión muy importante» que consistiría en «servir de enlace entre los directivos de la bienal y yo para poder obtener información que ellos necesitaban, pues ellos no tenían otra manera de acceso».

Lo cierto es que para esa VII Bienal aflora ahí una numerosísima delegación norteamericana con muy pocos artistas y, sin embargo, llegó una legión de abogados, coleccionistas, empresarios, funcionarios de instituciones culturales estadounidenses, y «especialistas» del arte vinculados al Departamento de Estado.

La SINA dirigió las actividades de la comitiva que fue recibida (y aleccionada) por su jefa, Vicky Huddleston, quien ofreció entonces la recepción más grande que hubo en la historia de esa representación diplomática.

Fue una Bienal donde, paralelamente a las actividades del evento, los funcionarios de la Sección de Intereses desarrollaron su propio plan: una operación agresiva de influencia y captación.

«Prácticamente fue una acción puerta a puerta, tocaron a las puertas de los artistas, a las de los promotores culturales, a las de los galeristas…»

A juicio de Frank Carlos «la labor de la SINA en Cuba en esa época se puede considerar una de las más activas. Ellos trataron de penetrar el mundo cultural nuestro y establecer vínculos que iban mucho más allá de la labor diplomática.

«Pretendían comprar los favores de nuestros artistas e intelectuales, ofreciéndoles exposiciones y promociones en diferentes galerías norteamericanas, a cambio de que reflejaran una realidad discordante o distorsionada… La finalidad era crear un estado de opinión, un fenómeno cultural ficticio, fabricado, con el cual se intentaba expresar al mundo que los intelectuales cubanos estaban en contra de la Revolución».

Hipocresía imperial

La historia de Frank Carlos Vázquez no pertenece al pasado. La captación y manipulación de exponentes del ámbito cultural para que «pinten» una Isla distorsionada, acorde con la imagen que de ella quieren propalar, es una práctica que se mantiene.

En la actualidad, concursos promovidos desde la Oficina de Intereses también buscan acercarlos e imponer en su obra la agenda con que Estados Unidos pretende dividir a la sociedad cubana, trasladando a ella —o magnificando— conflictos inexistentes aquí  como lo relacionado con el tema racial.

Además, han puesto a funcionar tres centros de acceso a Internet dentro de sus predios para la preparación de la contrarrevolución.

Tales ilegalidades se ejecutan bajo la cobija de lo que un documento de la SINA describe como «constituir un espacio público con fines educacionales e investigativos, así como facilitar la comunicación y la publicación de materiales en Internet, con fines profesionales y/o de trabajo».

«Acercamientos» de este corte retoman una práctica plasmada en la denominada Ley para la Democracia en Cuba, conocida como Ley Torricelli, emitida en 1992, cuando estipula el contacto «pueblo a pueblo» como una manera de minar a la Revolución desde adentro (el llamado Carril II).

Se trata de una política hipócrita seguida a pie juntillas por la administración de William Clinton y que George W. Bush desdeñó por un quehacer que elevó a su máxima expresión la agresividad y el hostigamiento al pueblo cubano.

Ahora Barack Obama retoma la política de la zanahoria, como lo ha demostrado con el restablecimiento, en enero pasado, de las medidas emitidas por Clinton al calor de la Torricelli y derogadas por su sucesor republicano en 2001 y que, entre otras decisiones, proclama la posibilidad de que estadounidenses viajen a nuestro país con objetivos académicos, educacionales, culturales y religiosos…

Luego de la experiencia que la labor como el Robin de la Seguridad del Estado le ha dejado a lo largo de más de una década, Frank Carlos Vázquez siente reforzado el compromiso con su tierra y ama aún más a su natal Pinar del Río.

Y a los jóvenes les alerta que no se dejen engañar por falsas promesas. El ser humano es lo más importante y la construcción de la dignidad, del bienestar humano, de un sistema equitativo, justo, como el que construimos aquí, es lo más sagrado que puede tener una persona en su vida.

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