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En la brújula imperial

Las pretensiones se centraron primero en Trinidad, luego palpables en Playa Girón

Autor:

Miguel Ángel Valdés Lizano

TRINIDAD, Sancti Spíritus.— «“¡Arriba Trujillo!”… Ese y otros falsos vítores se escucharon cuando en el pequeño aeropuerto trinitario se abrió la puerta del avión procedente de República Dominicana».

Así recuerda el combatiente Ramón Barceló aquella noche en la que se convirtió en actor de uno de los simulacros que más ridiculizó a  los cancerberos del imperialismo contra la Revolución.

Transcurría agosto de 1959, cuando en la aeronave llegó el emisario del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo «Chapitas», quien desde su sangriento trono en la isla La Española mordió el anzuelo, al creer que la tercera villa cubana estaba en poder de contrarrevolucionarios, en espera de fuerzas paramilitares externas.

Tanto la conjura trujillista como el posterior Plan Trinidad evidenciaron el progresivo modus operandi de la contrarrevolución, que alcanzó su máxima expresión contra Cuba en la fracasada invasión por Playa Girón en abril de 1961.

Luz verde

Autores como el general de división Fabián Escalante, Andrés Zaldívar y Pedro Etcheverry han contribuido a esclarecer los sucesos de la conspiración organizada por Trujillo, acontecimiento que el mismo Comandante en Jefe Fidel Castro calificó como una fascinante historia.

Especialistas coinciden en que los intentos de sofocar la Revolución mediante una intervención mercenaria comenzaron a fraguarse antes de que los barbudos entraran a La Habana.

Cuando Batista creyó amparar el navío en llamas de su dictadura con un simple salvavidas lanzado desde el exterior, saltó «Chapitas» con su picardía ante la administración norteamericana.

Sin embargo, el olfato del dictador le indicaba que su osamenta cada vez más pertenecía a museos, ante las estrategias de Estados Unidos, lejanas del Gran Garrote, en el contexto de la Guerra Fría.

Además Trujillo pretendió aplicar el refrán de cuando veas las bardas de tu vecino arder… Ante el tembleque de Batista se sabía que sus días eran contados.

La incondicionalidad de «Chapitas» encajó en los planes de la CIA, organismo que retocaba el maquillaje del golpe de Estado contra Jacobo Arbenz, al disimular las pretensiones imperiales con la participación de Gobiernos de la región.

La posición encubierta de Estados Unidos, como sucedería en Girón, quedó probada en la conspiración trujillista por los múltiples contactos entre diplomáticos dominicanos, funcionarios estadounidenses y seguidores del régimen batistiano, quienes fraguaron planes de penetración paramilitar en los primeros meses después del triunfo de la Revolución.

Según el texto de Fabián Escalante, Cuba: la guerra secreta de la CIA, Richard Nixon, entonces vicepresidente estadounidense, se interesó en los pormenores y dio luz verde para que enviasen a un alto oficial a entrevistar al sátrapa dominicano y así poder valorar la seriedad del proyecto anticubano.

Los yanquis utilizaron en la conjura otra receta, presente también en las posteriores acciones de Girón: el empleo de una tercera fuerza, para aparentar que la agresión representaba un conflicto entre fidelistas y opositores.

Saldría además en esta época con sus castañuelas La Rosa Blanca, organización contrarrevolucionaria que surgió en territorio norteamericano.

Los planes incluyeron el reclutamiento de hombres del Segundo Frente Nacional del Escambray, e involucraron a los futuros traidores de la Revolución Eloy Gutiérrez Menoyo y William Morgan, quienes entonces proporcionaron información clave a la contrainteligencia cubana para enfrentar la conjura.

Comenzó la pantomima

Ramón Barceló describe la atmósfera reinante en suelo trinitario. «En el bar La Ronda un jefe revolucionario recitó: “Cultivo una rosa blanca / en julio como en enero / para Camilo Cienfuegos que me da su mano franca / y para Fidel que me arranca el capital con que vivo / desprecio el verde olivo y me adscribo a La Rosa Blanca. ¡Esto es comunismo, la revolución del melón; verde por fuera y roja por dentro!”. Nos quedamos boquiabiertos», confesó el veterano.

Ya el Comandante en Jefe había planificado el simulacro, con el que había que hacerle creer al dictador dominicano que Trinidad permanecía tomada por opositores. Anteriormente, gracias a la contrainteligencia revolucionaria, se neutralizó en diferentes regiones del país a elementos pro imperialistas. Fidel, Camilo y Celia se trasladaron hasta la tercera villa para dirigir las acciones.

«El día 12 de agosto me mandó a buscar Jesús Carreras con el Comandante Genaro Arroyo, y me pusieron bajo las órdenes de Conrado Rodríguez», narró Barceló. «Se me otorgó la misión de descargar armas de un avión que aterrizaría proveniente de Dominicana, en el que vinieron ametralladoras grandes en cajas que parecían de muerto».

Otra aeronave trujillista ya había dejado caer municiones, lo que dio síntomas de que el simulacro marchaba correctamente, gracias a la manipulación de las comunicaciones con Santo Domingo a partir de una planta radial.

Cuentan que la villa trinitaria estaba a oscuras. A lo lejos se escuchaban los disparos de un teatral combate. Desde una caseta cercana, Fidel observaba. El primer emisario de Trujillo, después de contactar con los líderes de la supuesta insurrección, partió para informar al dictador, quien al día siguiente envió otra aeronave. Barceló también recordó la tensión de aquellos momentos. «Allí vino Antonio Soto, el piloto que trasladó a Batista cuando escapó hacia Dominicana. Llegaron además esbirros como Francisco Betancourt, Martín Pérez y Luis del Pozo.

«En un instante me acerqué a Betancourt. Le dije fingiendo ingenuidad: “¿Me trajo los rosarios que le pedí al padrecito?”, y me respondió: “Todavía no los había bendecido; mañana”. Entonces se fijó en el pulóver que me habían dado para el simulacro, el cual decía: “Dios y Trujillo. Viva La Rosa Blanca”.

«Betancourt me preguntó: “¿Cómo te queda esa ropa?”. “Me queda estrecha, mañana me la van a estirar”, respondí con ironía, porque por lógica la farsa no podía prolongarse más y pronto ellos estarían tras las rejas.

«Después los esbirros descubrieron el simulacro y el aeropuerto se convirtió en un campo de combate. Debido al tiroteo murieron los revolucionarios Frank Hidalgo Gato, Eliope Paz y Reytor Fajardo. Esos muchachos se habían brindado voluntariamente para participar en las acciones. Todavía recuerdo a Reytor, un muchachito de 14 o 15 años», añadió.

Cuentan testigos que Fidel lamentó amargamente las pérdidas. Trágico regalo este del 13 de agosto de 1959, cuando celebraba su primer cumpleaños después del triunfo revolucionario.

Epílogo de la farsa

Esta operación permitió capturar a los acólitos trujillistas y desenmascarar al dictador en la Organización de Estados Americanos (OEA).

No obstante, los planes de la CIA para invadir a Cuba cobraron forma mediante el Plan Trinidad, que al igual que la conspiración de Trujillo aprovecharía las condiciones de la central villa, con posibilidades de desembarco tanto aéreo como naval.

Como quedó claro desde la planificación de la intentona de «Chapitas», la zona resultaba propicia por la proximidad al segundo sistema montañoso del país, donde ya operaban fuerzas contrarrevolucionarias.

«Los objetivos fueron los mismos de la conjura, y de la posterior invasión por Girón: tomar una cabeza de playa, aislarla, establecer un Gobierno civil con el reconocimiento de la OEA y con el apoyo militar de Estados Unidos, como punta de lanza contra la naciente Revolución», explicó el máster Roberto Cornelio Manso, historiador del Museo Nacional de Lucha contra Bandidos en Trinidad.

Agregó el investigador que la Operación Jaula, organizada por Fidel para neutralizar a los bandidos del Escambray, impidió la invasión por la región trinitaria. Entonces Kennedy giró la brújula hasta una zona cercana: Playa Girón. No obstante, allí el imperialismo encontró las coordenadas para el mayor de sus fiascos.

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