Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Herederos de la caballería mambisa

Los combatientes de las fuerzas blindadas cubanas se enorgullecen de celebrar el Día del Tanquista y ratifican su compromiso con la defensa del país

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Una imponente bola de hierro. Eso fue lo primero que le pasó por la mente al teniente Addiel Véliz de la Rosa, cuando vio un tanque de guerra. Estudiaba en la escuela de cadetes y aún no había elegido su especialidad. Hoy, como jefe de pelotón en una unidad de tanques de las Fuerzas Armadas, perteneciente a la Gran Unidad Rescate de Sanguily, Orden Antonio Maceo, confiesa que hasta cariño siente por estos.

No es para menos, sobre todo ahora que está al frente de una dotación de cuatro soldados con específicas misiones de mantenimiento, que deben velar por la conservación y diagnóstico de los principales medios de combate que se emplearían en caso de agresión militar contra nuestro país.

«La vida de un tanquista no se limita al conocimiento y manejo del medio; también debe ser capaz de realizar esta labor de retaguardia, como pudiéramos llamarle, que se centra en la profilaxis para garantizar que las fuerzas blindadas estén en completa disposición combativa. Se trata de dedicarle tiempo y paciencia para comprobar sistemáticamente que el sistema de pedales, de luces, la carrocería, los cañones, todos sus componentes, estén en buen estado técnico. ¿Qué debo saber yo de un tanque? Todo, desde cuidarlo hasta usarlo con todas las de la ley».

Mientras Addiel hablaba, no dejaba de moverse, inquieto, para mostrar y explicar apasionadamente cada una de las acciones de protección minuciosas que realizan en el exterior e interior de los tanques para evitar la corrosión, el deterioro y la humedad.

Nos percatamos entonces de cuánta ternura puede esconderse tras la rudeza de su uniforme y las exigencias de una especialidad que, como parte de la vida militar, es una de las más difíciles. Esa sensibilidad la comparten otros jóvenes que como Addiel jugaron con soldaditos y pistolas de plástico en la infancia y que ayer, cuando celebraron el Día del Tanquista, se sintieron orgullosos por haber concretado el sueño de defender su país con una de las técnicas de combate más efectivas y resistentes.

Dioses de la tierra

Para entender lo que somos y tenemos hoy debemos seguir las huellas de la historia. Con su fecunda memoria y un arsenal de vivencias de más de tres décadas como tanquista, Miguel Santiago García, Miguelín, como le llaman, accede gustoso a compartirlas.

El destino viene escrito en la piel desde que uno nace, nos dice. Fueron muchos los momentos en los que apoyó al Ejército Rebelde en la búsqueda de armas y municiones mientras vivía en las cercanías de la playa Las Coloradas, lugar por donde desembarcaron los expedicionarios del Granma en 1956. Más tarde, ya incorporado a la guerrilla, estuvo en las filas de la columna 16 del Segundo Frente Oriental Frank País, dirigida por el entonces Comandante Raúl Castro, en la que combatió hasta el mismo 1ro. de enero de 1959.

«Después del triunfo revolucionario, fue menester organizar las fuerzas tácticas de combate, entre las que se incluía un batallón blindado con condiciones ya obsoletas en ese momento. Un año después comienzan a llegar al país desde la Unión Soviética los primeros T-34 y los cañones autopropulsados SAU-100.

«Justo hace 50 años que entró en acción por primera vez la fuerza blindada cubana, durante el enfrentamiento a la invasión mercenaria por Playa Girón. Realmente fue una experiencia trascendental, que reflejó el coraje y el patriotismo de los que estuvieron allí, carentes de una extensa preparación en el empleo de esos medios de combate. Habíamos sido convocados a lograr la victoria en menos de 72 horas y el compromiso con el Comandante, para no defraudarlo, generó las fuerzas necesarias», afirmó Miguelín.

Este hombre de ojos achinados y hablar cadencioso no detuvo el tropel de recuerdos y fue así que supimos de cuánto hizo el actual general de división Ramón Pardo Guerra cuando asumió la tarea de conformar la primera brigada de tanques de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a la que Miguelín se sumó, sin titubeos, desde el inicio.

Quizá para los jóvenes, acostumbrados a ver películas y series en la televisión, no les sea ajena la imagen de un tanque, comparó. Sin embargo, no deja de sonreír cuando recuerda que él y sus compañeros ni idea tenían de cómo se entraba y cómo se movía aquel medio de combate.

«Al cabo de tantos años, el temor y la duda se convirtieron en cariño y entereza, y no concibo otro tipo de vida que no hubiera sido la que tuve, como tanquista, primero como jefe y luego, tras estudiar en la Unión Soviética, en el mantenimiento, reparación y conservación de la técnica.

Mi desempeño en esta esfera de la vida militar ha sido todo para mí; por eso no puedo desprenderme, ni aun jubilado, del mundo de los tanques», aseguró.

Así de «atrapado» se siente también el primer teniente Elisander Yero Lago, segundo jefe de Plana Mayor de un batallón de tanques. Para él estuvo bien claro desde el inicio que esta era una profesión de sacrificio, a la que cada día se le entregan las más altas dosis de voluntad.

Bajo los rayos del sol conversábamos y el sudor le corría por el rostro. Está acostumbrado, me dice, a eso y mucho más. Gracias a la elevada preparación física que debe poseer, es capaz de soportar situaciones límites de calor, estrechez, agotamiento o debilidad sin disminuir su disposición combativa.

Los herederos de la caballería mambisa, entre estos Addiel, Miguelín y Elisander, tienen más de un denominador común: su entrega a la vida militar, su pasión por este medio de combate, eje fundamental en la lucha y, sobre todo, la firmeza y las convicciones por las que defienden esta Isla y su Revolución, nuestras claves infinitas de triunfo.

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