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El aroma de los colores

Una novedosa manera de conocer la naturaleza y sus tonalidades, y con ello los caminos de la vida, se desarrolla con los niños y niñas ciegos o débiles visuales en la Escuela Especial Abel Santamaría

Autor:

Margarita Barrios

Ahora me puedo hacer una mejor imagen en mi mente de lo que me rodea, del mundo que ha construido el hombre, y del que nos ofrece la naturaleza. Y también estoy más cerca de los videntes, puedo intercambiar mejor con ellos, incluso con mi mamá.

Reinier Guzmán Frómeta estudia octavo grado en la Escuela Especial para niños ciegos y débiles visuales Abel Santamaría, ubicada en Ciudad Escolar Libertad, en el municipio capitalino de Marianao.

«Los colores me sirven para orientarme, me hago una mejor imagen de lo que me rodea. Ya sé de qué color son las plantas, las flores, y le pido a mi mamá la ropa que me voy a poner por colores: el short rojo, por ejemplo».

A su sueño de ser músico —toca casi todos los instrumentos de percusión y está aprendiendo guitarra— añade que le gustaría ser periodista, locutor o escritor. «Escribo novelas, me encanta contar historias, y ahora las hago en colores».

Yunior Santana Torres está en cuarto grado y asegura que conocer el rojo, el amarillo y el verde es muy importante, porque son las luces del semáforo, y eso le da seguridad cuando está en la calle.

«Cuando mi mamá está haciendo jugo de mango y siento el olor, ya sé que me tomaré un vaso de un rico líquido frío, dulce… y amarillo», asegura con una sonrisa.

En el aula hay una mesa con frutas, flores, plantas, tubitos de colores, cada uno con un olor. Desde sus pequeñas sillitas un grupo de niñas y niños de preescolar y primer grado los huelen una y otra vez, guiados por el profe Carlos.

«Coco, dice la pequeña Gisela, su color es blanco». Jardier toma en su mano un mango y asegura: «amarillo, si está maduro». Y así repiten una y otra vez, se pasan unos a otros los objetos, mientras sonríen e interactúan entre ellos. Los colores que no alcanzan a ver con sus ojos, se los revela el olfato.

¿De qué color es el viento?

Cuando la vista es deficiente o escasa, las personas tienen que recurrir a los demás analizadores conservados —oído, olfato, tacto y gusto— para poder informarse. Las personas, aunque no vean, están inmersas en un mundo lleno de color, por lo tanto, para poderlo conocer e interactuar con el medio, deben comprenderlo lo mejor posible.

«Los videntes conocemos cosas sin verlas, como el oxígeno, el amor. Sabemos que el átomo existe, que se desintegra, pero nunca lo hemos visto. Si los que vemos hablamos de estas cosas, las calculamos, trabajamos con ellas, por qué los invidentes no pueden saber y conocer lo que no ven, eso es una manera de discriminarlos», expresó el máster Carlos Llera González, profesor de la Escuela Especial Abel Santamaría.

«El destacado especialista bielorruso Lev Semenovich Vygotsky aseguraba que no hay que acostumbrarse a la discapacidad, sino saber cómo vencerla.

«La percepción es un proceso psíquico de reflejo de los elementos o fenómenos de la realidad que afecta directamente a los órganos de los sentidos, como consecuencia de la cual en la conciencia surge una imagen íntegra del objeto.

«Los objetos poseen una gama de cualidades, por lo tanto en el proceso de percepción participan sensaciones de distintas modalidades.

«A las personas ciegas hay que activarles las percepciones visuales. Hay que preservar las que tienen, consolidarlas y aumentarlas fundamentalmente en la actividad práctica», argumentó.

En su estudio, el profesor Carlos Llera comprobó que los niños aprenden a relacionar rápidamente el olor con el color, y después se puede relacionar con algo de la naturaleza.

«Los quimiorreceptores son capaces de llevar a las personas al conocimiento de la verdad. Y en los ciegos desarrollar el olfato es fundamental para poder orientarse y entrar en contacto directo con la naturaleza.

«La estrategia demostró que es posible el conocimiento del mismo utilizando los analizadores conservados mediante la relación olor-color-realidad objetiva, buscando siempre su representante en la naturaleza, en la vida personal, social y laboral».

—¿Qué ventajas tiene este método?

—En el mundo se han probado diversas técnicas para enseñar los colores a los ciegos. A través del tacto, con texturas diferentes para cada color, pero ya ellos tienen muy cansado ese sentido, pues el braille lo agota.

«También se ha usado el oído, una música para cada color, pero es complicado, son muchas las melodías. En definitiva todos esos métodos han fracasado.

«En los dos cursos consecutivos que llevo empleando este método he visto que mis alumnos aprenden con rapidez y, sobre todo, lo aplican.

«Hace pocos días una maestra de primer grado me comentó que en el libro de lectura se habla de un perrito color canela y que los pequeños que son alumnos míos dijeron enseguida: “es carmelita”.

«En ese mismo grupo de clases, uno de mis alumnos hizo una composición sobre una fiesta infantil, e incorporó a su vivencia globos azules, rojos y verdes. Ese detalle no era referencia habitual de un niño ciego.

«Este método se puede aplicar a las distintas asignaturas de la escuela, en las clases del idioma inglés, en el proyecto vial y en las actividades de la vida diaria», argumentó.

«Además, cuando ya estos estudiantes salgan a la calle solos con su bastón, tener desarrollado el olfato será muy importante, porque es un modo más de orientación. Sabrán dónde está la panadería, el hospital, la cafetería. Todo lo que se pueda hacer por ellos tiene un valor».

Paciencia y amor

El profesor Carlos Llera abraza el magisterio hace más de 40 años, y es incansable cuando se trata de buscar vías para enseñar a los niños con dificultades educativas especiales.

Fundador de la Equinoterapia en Cuba, en 1998, y el primero en el mundo que la utilizó con pequeños sordo-ciego-mudos, ha alcanzado múltiples premios por sus trabajos en España y en nuestro país.

El más reciente de estos lauros fue el Premio Relevante del IV Simposio Zonal de Rehabilitación Básica Funcional, que organizó la Asociación Nacional del Ciego (ANCI), que le fue entregado justamente por esta estrategia de trabajo para la introducción de los colores en los niños ciegos o con baja visión.

«Estoy trabajando con toda la matrícula de la escuela, son unos 70 muchachos, desde preescolar hasta noveno grado. Y ahora he incorporado un grupo de pequeñines de dos años que estoy entrenando. Empezar desde temprano siempre es mejor».

—¿Está conforme con lo logrado?

—Muchísimo, aunque no me doy por vencido. Este es un trabajo de paciencia, dedicación y amor, para lograr buenos resultados. Ahora lo que quisiera es que el método se difundiera a todo el país, como sucedió con la equinoterapia. Ese sería el mayor reconocimiento.

Una mesa con frutas, flores, plantas, tubitos de colores, cada uno con un olor. Desde sus pequeñas sillitas un grupo de niños de preescolar y primer grado los huelen una y otra vez, guiados por el profe Carlos.

Este método se puede aplicar a las distintas asignaturas de la escuela, en las clases del idioma inglés, en el proyecto vial y en las actividades de la vida diaria.

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