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A rueda con la justicia

¿Quiénes forman esta minicaravana joven que arrancó el 16 de marzo junto al faro de la Punta de Maisí y tiene como meta el Cabo de San Antonio, en defensa de los Cinco Héroes? Este diario dialogó con el quinteto cuando arribó a suelo tunero

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Cuando franquearon la meta en pleno miocardio citadino, supuse que buscarían un pedazo de acera donde desplomar su cansancio. Pero no, luego de rodar poco más de 75 kilómetros, se apearon de sus bicis, frescos como lechugas, y saludaron a los pioneros que los aguardaban.

«Si lo desean pueden entregarnos esa bella carta —propuso uno de ellos, en referencia al texto alusivo a los Cinco que los niños leyeron en la Plaza Martiana—. Se la haremos llegar a sus familiares cuando lleguemos a La Habana. Ustedes y nosotros luchamos por el mismo propósito».

Pero, ¿quiénes forman esta minicaravana joven que arrancó junto al faro de la Punta de Maisí y tiene como meta el Cabo de San Antonio? Ahí van sus nombres: Noreibis Argüelles y Orlando Matos, instructores de arte; Erlín Lobaina, maestro primario; Manuel Lamezón, fisioterapeuta; y Josué Gaínza, entrenador y líder de la comitiva.

Todos están adscriptos al club de cicloturismo La Farola, fundado en 1997 en la levantina región de Imías. Se dedican a promocionar el empleo de la bicicleta como una opción para mejorar la salud y el bienestar físico y como un medio de transporte estupendo para que los habitantes de la zona visiten sitios históricos y protejan el medio ambiente.

Proyectos preliminares

La idea de recorrer «de punta a cabo» en bicicleta nuestra isla mayor —unos 1 600 kilómetros y rueda a rueda con la causa de los Cinco— se les ocurrió el año pasado, cuando le dieron el último tironazo a su periplo ciclístico por la agreste geografía de los diez municipios de Guantánamo.

«Fue como la etapa prólogo de una vuelta a Cuba —comenta medio en broma Josué, fan de las llantas tubulares, quien preside el citado club—. Solo que la nuestra resultó más intensa y difícil, porque tuvimos que pedalear casi 800 kilómetros entre el dificultoso lomerío de la región».

Concluyeron aquel giro agotados, pero satisfechos, pues el itinerario les propició socializar en alejados parajes del alto oriente los detalles que marcan las vidas de los cinco compatriotas castigados injustamente en Estados Unidos. Así, intercambiaron experiencias en centros de trabajo, cañaverales, tiendas, escuelas, caseríos…

El éxito multiplicó los piñones de su entusiasmo. Así, le propusieron a la UJC iniciar una expedición por toda Cuba, de manera que el caso de nuestros compatriotas se conociera con la celeridad de una escapada, la potencia de un ascenso y el frenesí de una meta volante. La consulta partió a ritmo de carrera contrarreloj y… a pedalear.

Preparativos y arrancada

«Bueno ¿y ahora qué?», se preguntaron cuando el banderazo afirmativo devino salvoconducto para treparse en la bici y coger carretera. «¡Pues a prepararse!», se respondieron al unísono. Vinieron dos meses de arduo trabajo físico-mental, con sesiones sobre el asfalto, el gimnasio, la arena… Había que ponerse en forma y alistarse para el nuevo proyecto.

Josué recurrió a sus contactos con clubes cicloturísticos europeos con los cuales el suyo tiene hermanamientos, todos simpatizantes confesos con la Revolución Cubana. «Les ayudaremos con el vestuario», prometieron. Y así fue. Lo otro fue adaptar sus bicis para el inminente crucero.

«Queríamos llevar una gran tela con imágenes de Antonio, Gerardo, Fernando, Ramón y René, pero nos dificultaba la marcha. Al final optamos por incorporar sus fotografías plastizadas a nuestros equipos junto a la bandera nacional en tamaño reducido. Así comenzamos a rodar en la mañana del 16 de marzo con uniformes de dos colores: negro, en señal de duelo por la muerte de Hugo Chávez; y rojo, por el matiz de su Revolución bolivariana», cuenta Josué.

Anécdotas de la ruta

La arrancada en Maisí rumbo a Imías —etapa premier del trayecto— se realizó de maravillas. Hubo aliento, encargos, despedidas… Habían dejado atrás una curva cuando sobrevino el simpático percance: un tramo de la vía estaba cubierto por una legión de cangrejos rojos. Como los crustáceos les obstruían el paso, tuvieron que echar pie a tierra y continuar caminando, so pena de que les pincharan los neumáticos.

Les pregunto acerca de La Farola, ese peligroso segmento de la ruta que sobrecoge a tantos ciclistas experimentados:

«No nos asusta, porque la conocemos bien de tantas veces que la hemos subido y bajado —asegura Erlín—. Pero tomamos nuestras precauciones, desde luego».

Y recuerda que esta no es una vuelta competitiva, sino patriótica. «Como promedio, corremos a 20 kilómetros por hora. A veces más, a veces menos… El terreno nunca es igual. Ah, y cada cierto tiempo nos turnamos para “halarnos”. Unas veces vamos delante y otras detrás».

Sus compañeros, «partidos» de la risa, animan al sobrio Erlín a detallar qué le ocurrió cuando, en cierta parte del trayecto oriental consumió más alimentos de lo planificado y sintió luego que sus tripas gemían con una acústica preocupante y sospechosa...

Por fortuna el contratiempo metabólico perdonó a Orlando Matos el día en que se bebió cuatro vasos de yogur para —según él—, recuperar las energías perdidas. Admite que su preparación está por debajo de la de sus compañeros, pues no estuvo en el giro de Guantánamo y luce pasadito de libras. «Sí, es cierto que a veces tienen que esperar por mí en la carretera. Pero de que llego, llego», asegura.

El único sobresalto lo sufrieron cuando Noreibis, la fémina del quinteto, cayó al suelo al salir de Holguín.

«Pero, como dice el refrán, la sangre no llegó al río —cuenta la chica de 26 años de edad—. Fue que una racha de viento me llevó la gorra de la cabeza y yo traté de retenerla. Perdí el equilibrio y me caí. Los muchachos me levantaron y continuamos pedaleando como si nada hubiera ocurrido».

La opinión colectiva es que van rodando bieº   n, de acuerdo con lo previsto. Y viajan listos para enfrentar cualquier contratiempo técnico, pues tres de los muchachos dominan la mecánica. Así, se llevan una buena reserva de parches, cámaras, gomas, remiendos, herramientas… Todo eso va a bordo de un carro de apoyo que los sigue en la retaguardia, y que la UJC de cada provincia pone a su disposición.

Cinco por los cinco

En el camino se detienen a menudo. Las escuelas rurales son sus paradas favoritas. Se bajan y alternan con los maestros y sus alumnos. El tema fundamental de estos encuentros es el de los Cinco Héroes. Explican en detalle su drama personal y familiar, pero, sobre todo, lo injusto de su detención. Algunos niños les envían recados: «¡Díganles que van a volver!». Y otros: «¡No los dejaremos solos jamás!».

Transportan en sus mochilas una variada gama de revistas, folletos, periódicos, plegables y libros acerca del tema. Cada vez que hacen una escala —en un cañaveral, un caserío, un centro de trabajo, un centro escolar…— los reparten y recomiendan su lectura. La gente lo agradece sobremanera.

«También distribuimos unas tarjetas que nos facilitaron la UJC y el ICAP con textos e imágenes relacionados con los Cinco —añade Josué—. Basta con que se les imponga un sello de 60 centavos para que lleguen a sus manos en Estados Unidos. Eso tiene un gran valor desde el punto de vista sentimental. Porque saben que ellos las recibirán».

Noreibis toma la punta en el uso de la palabra: «En Santiago de Cuba tuvimos la satisfacción de conversar durante un rato con uno de los hijos de Antonio Guerrero —cuenta—. Mostró interés en nuestro proyecto. Él estaba allí con motivo de la inauguración de una exposición de su papá».

Por la ruta del asfalto

El tramo más extenso vencido hasta el momento fue el que separa a Santiago de Cuba de Bayamo: alrededor de 125 kilómetros. «Llegamos agotadísimos —recuerda sonriente Manuel—. Pero para nuestra sorpresa las autoridades nos planificaron un paseo por la ciudad… ¡en bicicleta! Podrás imaginarte cómo terminamos aquel día. Es que cuando uno llega a su destino necesita con urgencia descanso».

«Todavía no nos ha caído un aguacero en el camino —acota Orlando—. Me alegraría que eso ocurriera, porque refresca. Y ponches hemos tenido uno solo. Resolvimos con nuestro equipamiento. Apenas hemos bajado de peso. Merendamos entre los kilómetros 50 y 60, que es cuando nos entra hambre. También comemos maní. Dicen que aporta energía».

Una de las satisfacciones del giro es que les permite visitar pueblos y ciudades que antes solo conocían de pasada. En cada escala se preocupan por tener noticias de sus familias allá en Guantánamo, pues, a excepción de Noreibis, todos son casados, y tres de ellos tienen hijos. Andan con tarjetas Propia y con un celular colectivo, por emergencia en la carretera.

«Esta es una manera diferente de acercar a la gente a la situación de nuestros cinco hermanos antiterroristas —explica Josué—. Queremos sumar más personas a la campaña para lograr su retorno a la Patria. Como guantanameros, quisimos aportar nuestro granito de arena a su causa».

Cuando casi me voy en retirada, después de conversar con el grupo durante dos horas, Josué me retiene con un pedido:

«Periodista, mi esposa cumple misión en Venezuela. ¿Podría enviarle un correo electrónico por mediación de usted?».

«Por supuesto —le respondo—. Escríbeme su dirección».

La escribe en mi agenda. Y agrega un breve texto: «Estoy bien. Espero que tú igual. El recorrido marcha excelente. Puedes responderme a esta misma dirección. Te quiero. Yo».

Le envié el mensaje esa misma noche y ella lo respondió al cabo de un par de horas. Su contenido también fue corto:

«Por acá sin problemas. Yo también te quiero. Gracias al esfuerzo de ustedes y de toda Cuba, los Cinco volverán».

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