Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Colmena sin zánganos y otros secretos del campo

Dos jóvenes laboriosos, entregados a las dinámicas de la agricultura, comparten con este diario sus rutinas intensas, con las que se han labrado un camino provechoso en la vida

Autor:

Juan Morales Agüero

Jesús Menéndez, Las Tunas.— Pasé una mañana en compañía suya y la admiración desbordó todas mis expectativas. Y es que Yulieski Morales, miembro de la cooperativa de créditos y servicios Frank País, de este municipio, es uno de esos muchachos que convierten el futuro en una meta tangible.

Su cotidianidad transcurre entre reses, corrales, potreros y conucos. A pesar de su juventud, exhibe una madurez que asombra. Lo manifiesta no solo en su verbo locuaz y claro, sobre todo, lo exhibe en resultados y en perspectivas.

«Siempre me gustó estudiar —asegura—. Por eso me hice técnico medio en Veterinaria y luego hasta matriculé licenciatura en Cultura Física. Pero la tradición se lleva en la sangre. Y como mi familia es ganadera desde hace un montón de tiempo, al final me decidí por las reses».

La jornada de este joven de 28 años de edad es de alucinante ajetreo. El reloj le tironea las sábanas mucho antes del amanecer. Entre bostezos y estirones abandona el lecho y se toma su cafecito mañanero. Minutos después, ya está dentro del corral, dispuesto para comenzar el ordeño.

«Esta es una labor que no la puede hacer cualquiera —dice, mientras le oprime la ubre a la vaca de turno y un par de chorros blanquísimos impactan contra el fondo del cubo—. El animal solo se deja manipular por su dueño. Un desconocido no le sacaría ni siquiera para hacer un café con leche».

Según Yulieski, antes de proceder al ordeño se debe cumplir una metodología. El primer paso es manear bien al animal.

«Manear es amarrarle las patas de atrás para que no se mueva mucho, tumbe la vasija o golpee al ordeñador. También se le sujeta la cola con una soguita. Eso para prever que no lance basura dentro del recipiente. Una vez tuve una vaca primeriza que no se dejaba manear. En el forcejeo ambos caímos al suelo y salí con un brazo fracturado.

«Luego del maneo traemos al ternero para que mame un rato y haga bajar la leche. A eso le decimos apoyo. Después lo destetamos, lavamos la ubre con agua limpia, la secamos con una toallita y ya podemos empezar a ordeñar. Claro, siempre se le deja algo para que la cría complete su desayuno».

El sol se despabila aún cuando el muchacho concluye de exprimirles los «pechos» a sus poco más de 15 vacas y traslada la leche en un carretón hasta la tienda «para que los niños la tomen antes de ir a clases». Retorna y lleva al rebaño al potrero. Al mediodía encierra los terneros. Y al declinar la tarde, hace lo mismo con sus madres…

«¿Terminar? Mire, los guajiros nunca terminamos antes del anochecer. Cuando tranco mis reses atiendo a los puercos, desyerbo el conuco, busco las bestias… En eso se me va la tarde. Luego de la comida, los ojos se me cierran. Por lo regular me acuesto después del Noticiero. Desde luego —ríe—, encuentro tiempo para otros deberes».

Sapiencia campesina

Conversábamos todavía sobre variopintos temas ganaderos cuando reclamaron su presencia desde un matorral próximo:

«¡Yulieski, la China está pariendo, ven enseguida!».

Pensé que se trataba de una mujer a punto de alumbrar. Pero no, la China era una vaca común y corriente. Pude apreciar en la corraleta la destreza del joven en esos menesteres. Con su ayuda, la parturienta echó fuera su cría, un robusto macho que a los pocos minutos de nacido ya estaba en pie y caminando por las inmediaciones.

«A los animales hay que atenderlos hasta el detalle —acota—. En eso la alimentación es fundamental. Cuando escasea la lluvia es un problema. Lo resuelvo llevando bien temprano a mis reses para el potrero. La hierba seca les sabe mejor mojada por el rocío que luego de recibir el solazo».

Yulieski les extrae a sus vacas aproximadamente 10 000 litros de leche cada año. La mayor parte de su producción la vende al Estado. «Es un deber con la Revolución», añade. Asegura que un buen ejemplar vacuno en ordeño puede promediar cinco o seis litros diarios, si hay buen clima. Y le reporta excelentes dividendos para la economía familiar.

Reside en una casita humilde, pero primorosamente limpia y organizada y surtida. Flores, cortinas, decorados, juego de sala, electrodomésticos… Se percibe allí la mano de una mujer.

«Llevo unos tres años de casado —cuenta—. Mi mujer es licenciada en Estomatología, pero trabaja conmigo como una más. Es madrugadora, me ayuda a envasar la leche y a atender los animales. Solo entonces se marcha para su trabajo. Esta casa que tanto le gusta a usted es también obra de ella».

Criterios y distinciones

«La ganadería es una buena opción de empleo para los jóvenes de estos tiempos —reflexiona—. De hecho, por esta zona de El Canal ya hay unos cuantos que la trabajan. La ganancia es grande: se ayuda uno mismo, a la familia, a la sustitución de importaciones y a que muchos niños y ancianos se tomen su poquito de leche por la mañana».

No es amigo de los reconocimientos y menos de hablar de cuántos ha recibido. Aun así me entero de que ostentó por dos años consecutivos la distinción de Vanguardia Nacional, en virtud de sus resultados en la entrega de leche y carne al Estado. En el municipio lo tienen como uno de los productores mas destacados, y en tal condición lo invitan frecuentemente a los plenos y activos campesinos de la Unión de Jóvenes Comunistas.

«El mejor reconocimiento es la consagración al trabajo. Y por ese camino ando», dice. Y me da un estrechón de manos.

El muchacho de las abejas

Otro joven con currículo de lujo en esta CCS Frank País es Julio Lázaro Navarro. Profesor de Informática devenido apicultor, a sus 27 años de edad es ya uno de los criadores de abejas reinas más importantes de la comarca.

«Me inicié en esta labor en 2010, contratado por la Empresa Apicuba, de Las Tunas. Mi perfil es criar y suministrar abejas reinas a los productores de miel del municipio con el fin de que incrementen los niveles de sus colmenas».

Julio Lázaro me explica que las soberanas de las colmenas son quienes generan a las obreras, las heroínas de sus comunidades. Según los expertos, deben reemplazarse una vez al año. Hoy eso se realiza mediante la manipulación del material genético del insecto. La selección tiene en cuenta sus características, de manera que las elegidas sean aquellas con mejores posibilidades para asumir su trono.

«En el reemplazo natural no ocurre así, porque desconocemos su estirpe genética —dice—. En los criaderos, el proceso se hace en colmenas productivas y con buenos hábitos higiénicos. También consideramos las que sean mansas y con menos tendencia a irse tras la reina sustituida. Incluso, que estén lejos entre sí, para evitar la consanguinidad.

Agrega que una vez consumada esa preselección se continúa trabajando hasta obtener cierta cantidad de reinas de calidad, y es a estas a las que se les extrae el material genético definitivo que dará origen a las nuevas reinas.

Cambios de trono

«El cambio de reinas es cardinal en la apicultura, porque desde el momento en que las nuevas asumen su liderazgo comienzan a nacer abejas llamadas a incrementar la producción de la colmena. Las recién nacidas heredan las particularidades de la madre, de la cual sacamos el pie de cría, que será siempre mucho mejor».

Caminamos un poco y abre una de las colmenas. Saca una tablilla y me señala cuál es la reina. «Es diferente al resto, ¿lo notas?». Su liderazgo se basa en una secreción suya llamada feromona, cuyo olor mantiene el dominio sobre las otras abejas, hace que no desarrollen órganos reproductivos y que respondan a una disciplina».

El joven suele documentarse profusamente sobre el tema en libros y en búsquedas en Internet. También en los cursos de capacitación que periódicamente propicia Apicuba. Ese conocimiento hace posible que su trabajo tenga gran nivel.

«En el municipio solo yo crío abejas reinas —asegura—. La comercialización la realiza Apicuba, quien concilia con los productores, que saben cuántas reinas deben cambiar cada mes. Entonces se les venden. Una reina vale 75 pesos y 11 centavos en CUC. En el mercado mundial vale mucho más».

Un trabajo de dedicación

El día a día del joven apicultor es intenso. Con el humador en mano —para evitar los aguijonazos— revisa colmenas, las limpia, les cambia los panales… Esto porque la floración es cardinal para producir, principalmente cuando aparecen la campanilla blanca y el romerillo de costa. Los peligros más notorios son las enfermedades y el clima, además del manejo inadecuado de la comunidad.

Aquí en la CCS tenemos un comité de base de la UJC que es muy activo —añade—. Su creación es de fecha reciente y todos sus miembros somos productores de algo. Siempre andamos sugiriéndonos alternativas para incrementar las producciones respectivas y es el tema principal en los debates. Es decir, cómo producir más y cómo influir mejor en el universo juvenil de nuestro entorno. Porque si no, ¿qué sentido tiene ser militante? Trabajar es lo que nos toca. Si todos lo hiciéramos, otra abeja picaría».

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