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Donde el jején puso el huevo

Cuando en el país se insiste en aumentar la productividad y el apego al trabajo, los obreros de una unidad porcina en Ciego de Ávila demuestran que se puede salir de las crisis más profundas cuando hay un motivo por el cual luchar y decisión para hacerlo

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

SAN RAFAEL, Baraguá, Ciego de Ávila.— Dicen que el mar está por allá, por aquel resplandor que sale en la última franja de manigua. Usted lo puede ver desde la vera del camino de San Rafael, un batey pegado a la línea del tren que une al central Ecuador con el viejo embarcadero de azúcar.

A ratos el pueblito puede parecer uno de esos lugares donde el silencio y la tranquilidad lo pueden todo. Sin embargo, las apariencias engañan. Y la prueba está en un puñado de hombres y mujeres que demuestran lo que se puede hacer cuando hay un sentido para el trabajo.

Dice Valentín Corona Castillo, director de la Unidad Empresarial de Base (UEB) de cría porcina, ubicada en las afueras del caserío: «Aquí esto por las noches se volvió una boca de lobo y todo se destruyó poco a poco en el período especial. Todas esas naves que ahora tienen puercos, ¿ve cómo están pintadas y con techo? Pues antes eran ruinas, como todo en este lugar. Y esas las salvamos nosotros, los trabajadores, que la mayoría son de acá, de San Rafael».

Destronar al marabú

A la UEB se llega al doblar un recodo del camino, que te aparta del terraplén de la costa. A la izquierda queda el monte y a la derecha la prueba de lo que debieron enfrentar: el campo de marabú, que devora todo lo que encuentra en su camino. Daymel Crespo Batista y José Cano Martínez, obreros de la entidad, lo saben y asienten con la cabeza, callados pero con energía.

Sus manos y brazos todavía guardan recuerdos de las espinas. Están sentados en el borde de uno de los corrales de la nave más pegada a la cerca por el lado norte. «Ese limpio que se ve entre las naves y la cerca no existía —dice Daymel, de 24 años—; tampoco el espacio entre las naves, todo eso estaba “comido” por el marabú».

Perteneciente a la Empresa Azucarera de la provincia, su rescate se originó luego de que la unidad se destruyera durante la crisis atravesada por el sector del azúcar en los últimos años. La situación llegó al punto de que solo quedaron dos empleados: un custodio y el administrador, este solo en papeles, pues en la práctica era un vigilante más.

La solución al entuerto apareció por un convenio de arrendamiento a la Empresa Porcina, la cual aseguró los materiales, insumos y crías. Hoy la unidad reporta ingresos por más de 500 000 pesos y posee unos 1 500 animales, de estos, 438 cochinatas reproductoras, las cuales como promedio paren cada una diez lechones, en dos partos por año.

El destino de las crías es venderlas para ceba en unidades estatales y a productores privados con este tipo de contrato, lo que asegura las más de mil toneladas mensuales de carne de cerdo que produce el territorio avileño, una parte de estas destinadas a otras provincias.

En otras palabras, San Rafael, junto con otras unidades similares de Ciego de Ávila, constituye una de las válvulas del corazón que puede asegurar el paulatino incremento de la producción porcina, justo cuando se necesita crecer con reproductoras y pies de cría para sostener uno de los alimentos más demandados y también más encarecidos ante la mesa de los cubanos.

Avenida brasil

Muchos conciudadanos lo saben muy bien: criar cerdos no es fácil. Solo que ese trabajo se multiplica cuando es una unidad productora. Mayelín Suárez Sarmiento, jefa de los técnicos, y Lumey González León, técnica de Recursos Humanos, explican sobre las finanzas y el sistema de pago, el cual está vinculado a los resultados.

Un trabajador puede ganar hasta 700 pesos, a los que se suman módulos de ropa, calzado y de aseo personal y doméstico y las cinco libras de carne de cerdo o subproductos que se les entregan mensualmente, junto a otras facilidades. Para asegurar los ingresos la regla es una: trabajar duro. Y la jornada laboral a veces se extiende hasta 12 horas y se multiplica desempeñando diversas funciones.

Por eso hay que sudar la gota gorda. Para montar las áreas nuevas, para atender a los animales y sobre todo cuando las madres están a punto de alumbrar, lo cual ocurre casi siempre en la madrugada. Ante una labor que a ratos parece interminable, no queda más remedio que escudarse en el sentido del humor.

Quizá por eso a la nave cuatro la identificaron de un modo sugerente: Avenida Brasil. La razón del título aparece mientras los obreros bañan las puercas y pronuncian sus nombres: Muricy, Tesalia, Ivanna, Nina y Carmina —la malvada, la que constantemente salta los corrales. Una de las puercas recién paridas —con un buen average de hijos— recibió un sobrenombre antológico: Ma Lucinda. Y uno de los machos más activos tiene otro de altura: Leleco.

Pero las risas terminan como mismo empezaron. En un segundo. Porque en uno de los corrales se oyen unos chillidos y los obreros salen disparados. Aníbal Chaviano Gómez, el médico veterinario, es uno de ellos. Salta un muro y se mueve entre la puerca recién parida para erguirse con dos cochinatos recién nacidos.

«El problema es que las madres, al moverse, presionan a las crías —explica—. Incluso pueden aplastarlas y es un animal muerto, que reporta pérdidas porque ya no alcanzará el peso de comercialización. Por eso hay que estar alertas todo el tiempo. ¿Se imagina cómo es por las noches, cuando hay hasta cien puercas paridas, más las que están a punto de dar a luz? Este trabajo no es fácil».

Las reglas del juego

¿Cómo salir de la ruina económica y ponerse en posición de crecimiento? Valentín Corona dice que son muchos poquitos, todos importantes, y que deben hacerse en el momento indicado. Enfatiza en la bioseguridad para evitar focos infecciosos y epidemias, habla de las condiciones laborales —sobre todo en las meriendas y las comidas, donde siempre tiene que haber «un plato fuerte de verdad, no de mentiritas». Pero señala lo más importante: la gente que viene a trabajar con uno.

«Aquí en San Rafael conozco hasta donde el jején puso el huevo y nadie lo vio —expresa—. Por eso cuando empezamos a levantar esto se buscó a gente que no tenía miedo al trabajo, personas serias».

Un detalle del apego de cada obrero a su labor está en que ellos andan con tranquilidad dentro de los corrales con  las puercas amamantando a sus hijos. Esas madres, algunas de las cuales superan las 300 libras y con unos colmillos de respeto, dejan de rugir cuando aparece el cuidador y este empieza a acariciarles el vientre. No obstante, el hocico sigue levantando en actitud de alerta hacia el visitante.

«Bueno, Valentín —preguntamos —, ¿si un trabajador se enferma y tiene que faltar, pierde la estimulación y la carne al final del mes?». «Mire, ellos trabajan casi 12 horas durante seis días de la semana y en verdad se les pagan ocho horas. Si eres un buen obrero y los ingresos dan, ¿por qué hay que penalizarte?».

—¿Y los demás no protestan? ¿Cómo se las arreglan con otras ausencias?

El administrador encoge los hombros: «Es que todo se discute con los obreros. Entre todos se decide la economía; y si hay que darle una ayuda a alguien, pues la aprobamos entre todos. Fíjese, nosotros no tenemos fluctuación de fuerza laboral».

—Pero ustedes trabajan como si fueran una cooperativa de verdad.

«Sí, es verdad, nosotros funcionamos aquí como si todos fuéramos asociados. Porque esa es la principal regla del juego: esto pertenece al Estado, pero también es tuyo. Solo que la persona tiene que sentirlo de verdad. Y si la gente es buena, como aquí, con apoyo y recursos, lo otro puede caminar sin miedo. Póngalo ahí».

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