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Eternos en el recuerdo

Recorrer la casa de los Hermanos Saíz, ubicada en el municipio pinareño de San Juan y Martínez, permite adentrarse en dos vidas cortas pero intensas, marcadas por el amor a la existencia y la libertad

Autor:

Dorelys Canivell Canal

SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— Cuentan muchas veces las fotos aquello que fuimos, explican lo que somos, de dónde venimos.

Hurgar entre los recuerdos de los hermanos Saíz puede traer sorpresas. ¿Por qué fueron estos muchachos adelantados a su tiempo? ¿Por qué escribieron con tanta profundidad en la flor de la juventud? Las imágenes que hasta hoy se guardan, y sus textos, nos los figuran personas de firme pensamiento, en una época en la que amar a la Revolución y soñar con ella estaba prohibido.

Hay que mirar a los héroes como lo que fueron: hombres de su tiempo, pero hombres terrenales, con virtudes y defectos; y, sobre todas las cosas, en este caso, hombres con una formación desde la niñez que les permitió, apenas adolescentes, valorar la libertad.

Decía Esther, madre de Luis y Sergio Saíz, maestra de la escuela pública José de la Luz y Caballero, centro en el que estudiaron los muchachos, que ella los llevaba como «pincelitos» todas las mañanas, y que justo antes de llegar ya tenían las medias en los bolsillos y los zapatos guardados, para entrar a clases descalzos como el resto de los niños pobres.

Así puede uno encontrar en las paredes del Museo Casa de los Hermanos Saíz, específicamente en el cuarto que compartieran y que hasta hoy permanece como lo dejaran ellos antes de salir la noche de su asesinato, instantáneas que muestran a Luisito y a Sergio en el Cacahual, recordando a Antonio Maceo, en 1948; a Luisito delante de la tarja que identifica el lugar donde falleciera Calixto García en un hotel en Washington, o en el memorial Lincoln; y a Sergio en la que fuera su última foto en el Instituto, justo al lado del busto de Martí.

La casa está repleta de historias. Cada objeto que atesora tiene su explicación, como aquel abanico que trajeran los muchachos de Estados Unidos de regalo a su madre, o el zapatico de porcelana que semejaba los que ella usaba en realidad.

Están las banderas que cubrieran los féretros, las botas, los relojes, el violín de Luisito, mechones de cabello, la ropa, los libros que leyeron.

Las fotos explican parte de su vocación revolucionaria. Sin embargo, no logra una conocerlos a fondo hasta que no lee sus textos. Las páginas que resguardan cuánto anhelaron y sintieron complementan las imágenes que cubren las paredes del hogar.

Sus letras

De Luisito, joven apasionado y romántico que amó como aman los hombres a las mujeres, traigo estos versos:

«Tengo un pedazo de tus ojos, / enredado en mi vida. / Es un pedazo de verde/ que dejaste en la huida. / Lo tengo guardado/ como un tesoro, / lo beso a veces…/ otras lloro. / Pero lo traigo siempre conmigo, / es un pedazo de vida que tengo como castigo. / Hay algo de tristeza en su verdor; / hay más de pérdida y de dolor…/ ¡Traigo un pedazo de tus ojos/ verdes, atados a mi vida…!»  (Tesoro, noviembre de 1956).

El tiempo le alcanzó para iniciar la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, integrar el Directorio Revolucionario, ser coordinador del Movimiento 26 de Julio en San Juan y Martínez, y llevar a la poesía los oprobios de la nación:

« (…)/ Trillo de asfalto y concreto,/ carne y nervio de ciudad:/ ¡cuánta pena en las esquinas,/ cuánto niño sin hogar!/ Y ese grito… y ese canto:/ ¡guan sen míster…!/ (…)/ Ya sentirán los trillos el soplo de rebeldía,/ romperse sobre la noche en estallido de dignidad, y el oprimido trocar su llanto/ por un pedazo de hierro/ forjado para derribar tiranos…» (Una limosna hecha danzón, 16 de enero de 1957).

Última foto de Sergio tomada en el Rincón Martiano.

De Sergio cuentan que era más impulsivo, de carácter más fuerte y amaba la lectura. En una ocasión una señorita del pueblo, enamorada del joven, le pidió un verso y este le escribió:

«Pedirme un verso/ es poco más difícil,/ es pedirme una ilusión,/ es darte un algo de mí./ un verso es cosa muy mía/ es un poco de mi vida,/ es algo que arranco al negro/ secreto de mi conciencia./ un verso es parte del cielo,/ de mi cuerpo,/ de mi alma,/ mi verso es un verso en sombras:/ está lleno de dolor./ mi verso es como una palma:/ solo,/ triste,/ sano y duro./ es un poco de mi Cuba,/ es un poco de mi sol./ es azúcar que me duele,/ es humo que sabe a esclavo./ es sentir de patria dormida,/ es clarín de voces desiertas,/ es vivir con ansias un día/ y llorar un poco después./ un verso tú me pediste/ yo te lo quise dar,/ él te lleva mi dolor,/ es un verso de derrota,/ es triste,/ es duro,/ pero es un verso sincero/ ¡como yo!» (Un verso me piden).

Tuvo para ella un verso revolucionario, pues no podía separar los sentimientos. Su corazón enamorado quería a las muchachas y a la Patria.

Mas, estos mismos jóvenes de pensamiento profundo también tuvieron en su corta vida ideas comunes a las del resto de los muchachos de su edad.

Así de sencillo le relata Luisito a su madre en una carta con fecha del 21 de noviembre de 1955, después de matricular en la Universidad: «(…) Como les dije no había escrito antes porque estaba esperando matricularme. En la prueba de Administrativo creo que salí bien, aunque me han dicho que el profesor al calificar es un poco duro. Veremos (…) De las sábanas te diré (sic): en el escaparate, limpias, tengo tres; sucias, una, que te mando para allá; y una, que tengo puesta en la cama. Así que ya no me mandes más pues con estas me bastan.

«¿Qué es lo que tenía el reloj pulsera?... El de bolsillo me lo mandaron pero no sirve, pues se le caen las agujas y además un aro que sujetaba la esfera. (…)

«Según me dices a Sergito se le quitó el sarampión y lo cogió Orquídea. Anoche se lo dije a Chela, y me dijo que se cuidara Orquídea pues después de una enfermedad de esa se tienen las defensas caídas (consejo de vieja)».

Una carta común de un hijo becado para una madre que está lejos. Porque los héroes son así, gente normal, pero con ideales grandes. Gente que ama, que camina, gente que sabe lo que quiere y lo defiende hasta la muerte.

Por eso la noche trágica del 13 de agosto de 1957, la noche en la que el esbirro Margarito Díaz puso fin a la vida de los hijos del juez, antes de salir los muchachos le dieron un beso a su madre, y le dijeron que un día iba a estar orgullosa de ellos.

La multitud se lanzó a las calles. ¡Mataron a Luisito y a Sergio, mataron a los hijos del juez!, decían unos. ¡Pobrecita, deja que llegue!, murmuraban otros al ver pasar a Esther camino a la Casa de Socorro.

Los cuerpos de Sergio y Luis, a la corta edad de 17 y 18 años, estaban sin vida. Dos disparos y la máquina que trajo al esbirro se marchó de inmediato. Fueron los funerales más grandes que haya visto el pueblo.

Una historia que late, porque aún viven algunos de sus amigos, algunas de las novias. Y viven también, en la casita de patio interior del pueblo de San Juan, los recuerdos de los hijos más queridos de esta tierra.

Habitación de los hermanos Saíz.

Nota: Este trabajo fue realizado con la colaboración especial de la dirección del Museo Casa Hermanos Saíz, la información ofrecida por la especialista Arnolia Echane González y el libro Cuerpos que yacen dormidos, de Luis A. Figueroa Pagés.

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