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Cuando el agua viene por la canalita

Enfrascados en millonarias inversiones hidráulicas, como los grandes trasvases, pudiera perderse de vista la mucha sed que puede saciarse hasta con las bendiciones de San Pedro. Con dos codos de 110 milímetros y un tramo de manguera de 20 metros, una entidad holguinera calmó casi toda la suya

Autor:

Marianela Martín González

¿Por dónde le entra el agua al coco? La ancestral interrogante, empleada de manera popular para denotar duda, será en un futuro inmediato, en muchos lugares del planeta, una nimiedad como enigma comparada con otra de mayor envergadura: ¿Por qué no le entra el agua a nuestra ciudad?

Y aunque cruzo los dedos para no ser candidata a la dolorosa pregunta, que me salve de ella no depende solo de mi voluntad ni de la de una decena ni miles de celadores del valioso líquido, sino de la voluntad de millones. De todos los que habitamos este planeta que pudiera llamarse Agua en lugar de Tierra, porque el agua cubre el 70 por ciento de su superficie, pero la dulce solo representa un tres por ciento.

En Cuba la advertencia de ahorrar no es manía de científicos ni paranoia de futuristas con el optimismo a media asta. Aunque cerca del 50 por ciento del agua que se bombea —lo mismo para el consumo humano que para actividades como la agricultura—, se pierde en el trayecto, se acometen obras complejas para enfrentar la crisis que se avecina, la cual traerá muertes, hambrunas y guerras.

Un ejemplo lo constituye la Empresa de Servicios Ingenieros Dirección Integrada de Proyectos Trasvases, la cual comenzó sus funciones en septiembre de 2005 y, dos años más tarde, alcanzó su condición actual, con un objeto social bien definido e insertada al Instituto de Recursos Hidráulicos.

Esta entidad tiene el compromiso de dirigir integralmente los proyectos de los Trasvases Este-Oeste, Centro-Este y Norte-Sur, así como los de la conductora Mogote, entre otras misiones encaminadas a garantizar el agua para el consumo y las actividades productivas.

Pero mientras los trasvases se terminan, hay soluciones que amortiguan la escasez de agua y deben coexistir aunque las colosales obras ya estén en marcha. Un ejemplo de cómo una crisis de agua generó una buena alternativa, pudimos encontrarla en la unidad empresarial de base (UEB) Plástico Cajimalla, en el municipio de Mayarí, Holguín.

Como nos explicó José Enrique Meléndez Carvajal, especialista principal del Grupo Técnico de la referida entidad, adjunta a la Empresa Industrial de Riego del Ministerio de Industrias, la producción de plástico demanda un alto consumo de agua para enfriar los productos y en la UEB Cajimalla había un sistema de bombeo que empezaba en el río de igual nombre que la entidad y terminaba en la fábrica.

El bombeo era exclusivo. Tenía un sistema para impulsar, una conductora y una línea eléctrica que fueron desbaratados por los viento del ciclón Ike, y como consecuencia se paralizó la producción.

«Para poder arrancar nuevamente requeríamos de una inversión, la cual debía avalarse con todos los requisitos que exige la misma, incluidos los burocráticos. Para no continuar parados tuvimos que cargar el agua en pipas. Dábamos entre seis y siete viajes diarios, lo cual significaba un coste alto por transportación.

«Aquella crisis nos llevó a una solución que para nosotros es la más sostenible. Empezamos a usar agua de lluvia en el proceso tecnológico y eso nos ha dado muchas ventajas, sobre todo económicas, pero también tecnológicas, porque el agua de lluvia es más «blanda», o sea tiene muy pocos elementos químicos que creen costras.

«Cuando dependíamos del antiguo sistema, toda el agua que venía del río Cajimalla retornaba a este por tratarse de un sistema abierto. Era un trayecto de aproximadamente un kilómetro lo que tenía que recorrer el agua y el bombeo era 24 horas, por lo que cada brigada tenía que disponer de dos operarios para garantizarlo.

«Por la dependencia del río Cajimalla, en tiempo de seca nos paralizábamos, pues la poceta se secaba al quedarse el afluente sin agua. Ahora desviamos el agua de lluvia. En vez de dejarla irse al sistema de alcantarillado la conducimos al sistema tecnológico.

«La solución la dimos con muy pocos recursos: dos codos de 110 milímetros y un tramo de manguera de 20 metros. Antes demandábamos a la dirección territorial de Recursos Hidráulicos 30 000 metros cúbicos de agua al año, ahora apenas 3 000.

«Con el agua de lluvia tenemos una reserva que garantiza la producción de más de seis meses. Antes sufríamos tupiciones por la costra. Ahora se disminuyen los productos rechazados y el uso de energía eléctrica es muchísimo menor.

«Contamos no solo con un agua de mayor calidad, sino más segura. Tenemos 600 metros de área techada para capturar la lluvia», concluyó.

El ejemplo de Cajimalla es una de esas soluciones que se refrenda en el modelo económico que queremos edificar: es sostenible al tiempo que garantiza desarrollo. Y tal vez, algunos escépticos me recuerden que la cosecha de agua de lluvia es tan vieja como andar a pie. Y es cierto.

Recuerdo las canales que tenían todas las casitas de campo para atrapar la lluvia y luego usarla para la limpieza del hogar, el lavado del cabello y la ropa, pues deja el pelo suave y ahorra jabón, al hacer más espuma, por tratarse de un agua químicamente casi pura.

Imagino que esta práctica también sea ancestral en Japón, donde por lo menos 750 edificios públicos y privados en Tokio tienen un sistema de recolección y utilización del agua de lluvia.

Para reforzar mucho más la urgencia de ahorrar agua que nos acecha, una investigación de las 500 ciudades más grandes del mundo, publicada en 2014, estimó que una de cada cuatro de esas municipalidades atraviesan una situación de «estrés de agua», lo que según Naciones Unidas sucede cuando los suministros anuales descienden por debajo de 1 700 metros cúbicos por persona.

Es una carrera contra el tiempo. Lo de la cosecha del agua de lluvia es viejo, pero como casi todo lo que sobrevive al paso de los años, tiene legitimidad y valor. Pensemos en agrupar los escasos recursos que requiere capturar lo que lanza San Pedro para que la hora cero no nos llegue, como la están esperando en Ciudad del Cabo. Una hipótesis que hace diez años parecía ciencia ficción.

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