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Techos, el otro alumbramiento

Más de 200 madres se han beneficiado de un programa del Estado que estimula la fecundidad. La iniciativa favorece hoy a los municipios de Maisí, Tercer Frente y Buey Arriba, que según el último Censo de Población y Viviendas concentran la mayor cantidad de núcleos familiares con más de dos hijos menores de 12 años

Autores:

Osviel Castro Medel
Haydée León Moya
Odalis Riquenes Cutiño

Estaba embarazada. Iba a nacer su cuarto hijo y casi al punto del alumbramiento le dieron la noticia: «Se te cayó la casa».

«Yo vivía en Pan de Azúcar (Buey Arriba) y mi vivienda estaba malita, hubo un derrumbe y la tapó completa», cuenta ahora Ailén Hernández Sardiña, una muchacha pimentosa que no parece doblegarse ante las tempestades.

«En ese momento me concentré en mi bebé y pensé que vendría una solución. Cuando salí del hospital una tía mía, María Sardiña, y su esposo, Carlos Rodríguez, nos recibieron a los cuatro en su hogar. Allí estuvimos tres años».

Ahora Ailén vive «prestada» en una morada de otra comunidad serrana, Banco Arriba, pero anda con menos nervios porque sabe que pronto tendrá casa propia.

«Está levantada casi completa, le faltan la placa y otros detalles», dice esta mujer que no llega a los 35 años.

Ella se cuenta entre las beneficiadas de un proyecto para subsidiar a madres con tres hijos o más, puesto en práctica en Buey Arriba (Granma) y Maisí (Guantánamo).

Es una iniciativa muy humana, cuyo telón de fondo nos muestra que debemos seguir estudiando con profundidad la Cuba humilde de nuestros campos y ciudades.

De un «colador» a la esperanza

Por supuesto que el de Ailén no es el único caso que conmueve. Preguntemos, por ejemplo, a Dayamis Rodríguez Rodríguez, una profesora de 29 abriles, dónde vivía antes de recibir un subsidio de 90 000 pesos, con los cuales pudo levantar su modesto domicilio.

«Estuve nueve años viviendo en un cuarto de desahogo, que era de mi abuelo. Orlando (el esposo) y yo queríamos tener algo nuestro pero en realidad no podíamos. Hoy, aunque todavía nos falta, estamos felices porque nuestros tesoritos, Darlis Sulié (nueve años), Argelia Salé (seis) y Orlando Daniel (cuatro), pueden estar con menos preocupaciones.

«La gente me pregunta por qué tuve tres hijos con esa situación. Yo siempre respondo que todo hijo es una bendición de la vida; como madre tengo que luchar por ellos», comenta.

La casa de esta docente que imparte Literatura y Español se ubica en la cabecera municipal de Buey Arriba y está compuesta por dos cuartos, un baño y una pequeña sala.

«Queremos seguir fabricando, no será fácil porque la construcción siempre es compleja», expresa.

Algo similar le sucedió a Dayaris Moreno Cedeño, también profesora de Español y Literatura, que conoció la experiencia de compartir techo con 11 personas.

«Era difícil la convivencia porque estábamos en un pedacito. Ahora me mudé para esta casa nueva junto a mi esposo y a Emily Amanda, que tiene tres años». Mis otros dos niños, Evelín Daniela y Karel Daniel, se quedaron con su abuela hasta que podamos ampliar la casa», narra.

Y si sorprendentes son estas historias, probablemente más impactante sea el recuento de Yudelkis Pérez Espinosa, quien con 27 años ha dado tres retoños y espera un cuarto.

«Nosotros éramos de Villa Blanca, casi al empezar la loma. Allá vivíamos en un rancho que era un colador. Cuando llovía teníamos que estar poniendo vasijas por todos los lugares. El piso era de tierra, el techo de guano... mire hoy el cambio que hemos dado», explica mientras su índice recorre las dos habitaciones, la sala, el baño, la cocina y el portal que componen una edificación de mampostería y placa.

«Yo batí mezcla aquí, cargué bloques, trabajé para hacer el relleno. ¡Qué no hace una madre por el bien de sus hijos!», añade ella, ahora residente en la cabecera municipal de Buey      Arriba.

Lo llamativo de esta historia es que Yudelkis, su esposo, Roel, y los niños han recibido, además, diversas ayudas sociales, que incluyeron camas porque tenían un solo colchón —deteriorado— para los cinco.

«Estoy más que agradecida. Nuestro objetivo es tener un televisor para los muchachos. Claro, debo buscarme un trabajo después que salga de la licencia de maternidad».

Remanso de paz

Estos pasajes se emparentan con el de Mileisi Acosta Acosta, una joven de 25 años y madre de tres niños, quien vive en Llanos de Maisí.

Esta técnica informática del Ministerio de la Agricultura en el municipio del extremo oriental contó que «unos primos albañiles unieron sus fuerzas y, a pesar de que el huracán Matthew, en octubre de 2016, atrasó la construcción, en menos de dos años tuve lo que me faltaba».

Se refiere a un cuarto, sala, cocina-comedor, baño y portal. Cuando intentamos hacerle notar que un cuarto es poco para tanta gente, ripostó con la frase: «La casa es de placa y nos darán permiso para ampliarnos hacia arriba con esfuerzo propio y para eso tenemos posibilidad de un crédito y mi esposo también trabaja, es chofer en la dirección municipal de Planificación Física».

Luego abundó: «Nosotros vivimos casi una década con mis suegros y todo lo que teníamos estaba en una habitación, sin embargo ahora el espacio de la casa es nuestro y nos acomodamos de lo mejor. Es nuestro remanso de paz».

Este optimismo también lo poseen otras 81 mujeres con tres o más hijos que desde 2014 fueron beneficiadas en Maisí con subsidios para ejecutar sus viviendas.

En total, en el territorio han sido contabilizadas 131 madres con esa cantidad de descendientes, según revela Miguel Samón Toirac, director municipal de la Vivienda.

La construcción de las casas, de diferentes tipologías, representan aquí una ayuda estatal de 11,5 millones de pesos.

Madres de más hijos

Jorge Luis Remón Fonseca, director municipal de la Vivienda en Buey Arriba, expone que a raíz del Censo de Población y Viviendas de 2012 fueron detectadas en ese municipio 95 mujeres que vivían con tres, cuatro o cinco hijos.

«Para ellas el país destinó 4,4 millones de pesos. Ese dinero se asignó a más de 50 casos y luego, gracias a otra erogación, se pudo ampliar a 61 familias. Debemos ir llegando a todas, paulatinamente.

«Cada madre tiene la posibilidad de un crédito bancario de hasta 90 000 pesos. Las casas se realizan por esfuerzo propio y las personas adquieren los recursos en los puntos de ventas de materiales de la construcción. Las beneficiarias pueden contratar mano de obra, pagada a través del banco. El precio es el que llamamos “de la calle”.

«Hay familias que han aprovechado mejor el dinero que otras. El principal objetivo: que construyan la denominada célula básica, de 25 metros cuadrados. El Consejo de la Administración chequea con rigor este programa. Sabemos que no resulta suficiente, luego tienen la posibilidad de un préstamo bancario», argumenta.

No obstante, el directivo agrega que han sobrevenido «descubrimientos» después de la implementación del proyecto. «Ahora han aparecido muchos más casos, con seis y siete hijos. Incluso, sabemos de una madre en La Otilia que tiene ocho. Por tanto, la tarea seguirá siendo ardua en el futuro. Siempre atenderemos a la gente humilde».

Remón Fonseca dice que el programa no está exento de dificultades. No resulta fácil, por ejemplo, trasladar materiales a zonas intrincadas.

«Hemos buscado solares para algunas madres en lugares distintos a los que viven. Sin embargo, la política es que se mantengan en las montañas. No podemos despoblarlas», subraya.

Por su parte, Libia Guerrero Rodríguez, secretaria de la Federación de Mujeres Cubanas en Buey Arriba, sentencia que todavía se puede hacer mucho más con estas féminas, varias de ellas solteras.

«Hoy tienen esperanza, han cambiado, pero es posible que se superen y conquisten la felicidad en un país donde siempre se ha luchado para que las mujeres y especialmente las madres tengan una vida mejor».

Cobija de sueños

A sus 29, Lisbet Pérez Suárez, una joven que iza sueños en la loma de San Rafael, en el municipio santiaguero de Tercer Frente, conoce bien del sacrificio de una madre sola para salir adelante.

Ella ahora arrulla a sus pequeñas Irislaidis, de siete años, y Yilianne, de cuatro. Rezagadas en el tiempo han quedado las imágenes de los días en que vivía con su familia en el vecino municipio de Contramaestre, de cuando ingresó en el Instituto Superior Pedagógico Frank País para formarse como maestra primaria, de cuando conoció el amor que la trajo a estas serranías.

Después todo cambió. Su primer embarazo le alejó de las aulas en el primer año de la carrera, el amor le falló una y otra vez y terminó sola con dos niñas en un ranchito de madera, techo de fibroasfalto y piso de tierra, que el huracán Sandy le hizo añicos en 2012.

Sus lágrimas parecían no tener fin. Suerte que desde hace poco más de un año, Lisbet, como otras 74 féminas del municipio, recibe la ternura de su Revolución de la mano de un programa para el subsidio a la construcción de viviendas por esfuerzo propio de madres con dos o más hijos menores de 12 años.

Por cierto, se trata de mujeres en su mayoría jóvenes y amas de casa, algunas con pareja y muchas solas. Para ellas se dedicó un monto de 3 135 338 pesos en el territorio, cuya ejecución es chequeada sistemáticamente por el Ministerio de Finanzas y Precios, según declaró a JR Orlando Cabrera, vicepresidente del Consejo de la Administración en Tercer Frente.

Volviendo a Lisbet, desde entonces sus sueños de madre están a buen resguardo. «Gracias a los recursos que me dieron puedo hoy tener mi casita», confiesa, sin dejar de sostener las manitas de sus hijas, mientras enseña la nueva vivienda de techo de zinc, paredes de mampostería y piso de cemento pulido.

«Como vivo en un lugar tan aislado trasladar los materiales hasta aquí fue difícil, pero al hombro, buscando variantes, logramos traerlos. Ermidel, el albañil del barrio, me construyó.

«Aún faltan algunos detallitos, pero ya tengo un cuarto, una salita, un baño, una cocina enchapada y los bloques para seguirme ampliando; el solar no tiene mucho más espacio, pero para mí está bien. Gracias a esto, una mujer sola, con pocos recursos como yo, ha podido tener su hogar, estoy más que contenta», relata.

Con la vivienda, la joven parece haber retomado la esperanza. Comenzó a trabajar en el seminternado de primaria Celia Sánchez, del municipio, como auxiliar y hoy es asistente educativa. El curso que viene piensa volver a  la Universidad.

Su rutina cotidiana ha cobrado también nuevos bríos. «Estar sola acá arriba no es fácil, pero aquí me siento bien», acota y describe sus levantadas a las cinco de la mañana para cuidar de sus cerdos, la gallina y hasta de Blanca, la perra.

«Salgo de la casa de noche y regreso de noche, pero qué voy a hacer: la vida es trabajo», sostiene enfática y sale en busca de sus hijas. Lleva a cuestas la satisfacción de una madre que sabe de luchas por el bienestar de su descendencia.

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