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La profesión del peligro

Coraje y disciplina, la obsesión y el amor por salvar vidas, el conocimiento de la Física y la Química y de la conducta humana, y la capacidad para enfrentar situaciones siempre difíciles y diferentes, son tan importantes para un rescatista como la óptima condición física. JR conversó con el hombre que rescató al bebé en medio del tornado del 27 de enero en La Habana

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Yasser Calvo Olmos conversa animadamente con sus compañeros del Destacamento Especial de Rescate y Salvamento de La Habana. Acariciados por la suave brisa del atardecer, los hombres se entregan al intercambio rutinario y jocoso de la tranquilidad. Pero en lo más recóndito de la calma, hay un duendecillo de guardia, un resorte tenso que se desata en un segundo cuando suena la impredecible alarma.

Entonces, lo dejan todo atrás, sin saber al primer instante hacia dónde parten. Van al riesgo, a esa frontera veleidosa entre la vida y la muerte. Y el peligro es como un diablo con mil rostros, que siempre les cambia las reglas del macabro juego: lo mismo lenguas de fuego que víctimas como signos de interrogación bajo los escombros de un desplome; o un escape de gas, de productos químicos. Quejosos atrapados bajo un vagón ferroviario. Lunáticos suicidas al borde de un edificio alto. Obesos que no caben por una escalera. Aterrados pidiendo auxilio entre olas inmensas de un mar revuelto…

Pero esta tarde, al menos hasta que concluya el encuentro, Dios o la vida postergan el próximo imprevisto. Y Yasser, el personaje desconocido de mi crónica El rescatista y el bebé, la imagen elocuente de la salvación en medio del tornado del 27 de enero en La Habana, va descubriendo su historia en una charla placentera.

Yasser (el último) empujando la balsa que conducía un cadáver en las lluvias intensas que afectaron a La Habana en mayo de 2018. Foto: Cortesía del entrevistado

Solo tiene 36 años y ya, por su mirada filosa y paciente a la vez, parece que lo ha vivido todo. Viene de regreso de tantas batallas; y, sin embargo, conserva la sencillez y naturalidad de un principiante que tartamudeara las respuestas. Los rescatistas son así: hablan apenas con sus proezas, sin esperar pasarelas ni flashazos.

Yasser (el más cercano al lente fotográfico) en el salvamento de un accidentado en tragedia movilística. Foto: Cortesía del entrevistado

Aquella noche del tornado él no estaba de guardia, sino en casa junto a su esposa, contemplando el sueño inocente de su bebé. Un bálsamo, y de pronto todo se puso feo y fiero. Dos timbrazos en su celular, y cuando fue a llamar por teléfono, ya venían a recogerlo, para alistarse en aquel bólido ululante por las calles de La Habana.

Solo sabía que era en Diez de Octubre. Y al llegar al hospital Hijas de Galicia, aquello era el desastre, como la ira de los dioses. Todo devastado y a oscuras. Las misiones se repartieron, y a él le correspondió, junto a otros rescatistas, avanzar por la incertidumbre, en salas violentadas por vientos satánicos, para evacuar a las madres con sus bebés hacia otros hospitales de la ciudad. Entre tantos peligros, unos conducían a las puérperas, y otros, como Yasser, cargaban en sus brazos a las criaturas por pasadizos y escaleras llenos de obstáculos y peligros.

Miró el rostro de aquel minúsculo estrenado, que momentos antes terciaba por la vida en la placidez cálida de una incubadora. Pensó en su bebé allá en la casa. ¿Cómo estaría? Acolchó bien al desconocido y lo llevó en sus brazos. Cubanito al fin, ya estaba librando batallas, desafiando infortunios precozmente…

Ahora, en la calma del recuerdo y el recuento, asegura que, si bien fue una misión muy delicada, ante la fragilidad de esas ternuras, no se compara con los insólitos descalabros y situaciones límites que ha debido enfrentar desde que en el año 2000, en el Servicio Militar se estrenara en el Comando del aeropuerto de Holguín, para nunca más bajarse de aquellas carrozas de fuego.

De enfrentar tantas desgracias, ¿un rescatista puede volverse insensible?

El mantenimiento de la técnica hasta que vuelva a sonar la alarma.

Yasser evoca historias tremebundas en estos 18 años: El tren lleno de jóvenes becarios que se descarriló cerca de Guanabacoa. Hubo que picar los amasijos con mucha  técnica y paciencia, y calmar a aquellos muchachos aterrorizados y sangrantes, para extraerlos. Y, no recuerda bien si fue el maquinista u otro miembro de la tripulación, pero quedó decapitado. La cabeza apareció mucho después. Fue terrible, muy fuerte. Eso marca para siempre…

Recuerda el derrumbe de aquel edificio de Infanta: Un joven aún con vida a varios metros bajo los escombros. Fue muy trabajoso sacarlo. Costó horas. Y al fin lo lograron. Lo entregaron a los paramédicos. Con una leve sonrisa en medio del shock, el rescatado les agradecía. Horas después supo que había fallecido en el hospital, porque en el aplastamiento, las toxinas del cuerpo se desataron. No se le borra aquella imagen del muchacho entresaliendo de los pedruscos y amasijos, musitando gratitud…

O en un incendio, detrás del Capitolio, en que murieron la madre y el niño. Al pequeño, Yasser logró encontrarlo, escondido detrás de la taza del baño, asfixiado. Tendría tres años. Fue uno de los momentos más terribles de su carrera… Y la historia de aquella mujer, afectada de los nervios. Al borde del vacío en el octavo piso de un edificio. La tenían casi convencida, conversando con ella. Le pedía cigarro tras cigarro a Yasser. Pero se lanzó…

—Hay que tener mucho control y agallas para no echarse a llorar…

—No he llorado, y no es porque no lo sienta ni me conduela. Tengo mi autoprotección para no desplomarme, porque hace falta mucha adrenalina para seguir avanzando en el rescate. Pero tengo compañeros en el destacamento que cuando regresan de la tensión del operativo y de todo lo enfrentado y visto, se echan a llorar como niños, y hay que abrazarlos, calmarlos y hasta hablarles fuerte.

—¿Qué se necesita para ser un buen rescatista?

—Si pasas primero el chequeo médico, que es muy riguroso, entonces, una mezcla de coraje y disciplina. Capacidad para enfrentar siempre algo diferente. Conocimientos de Física, de Química, de la conducta humana. De todo. Pero lo primero es sentir amor por esto.

—¿Y cuál es el atractivo de esta profesión, siempre en medio de tragedias?

—La obsesión de salvar vidas, que esas personas puedan sobrevivir. ¿Te parece poco?

—¿No sienten miedo?

—Siempre se siente miedo, pero estamos entrenados para superarlo

—Tienen que crearse una coraza, para enfrentarlo todo…

—Muchas veces recuerdas lo que has pasado, que es mucho; pero es mejor bloquear y no recordar, para seguir adelante. Y mucho menos contarlo a tus familiares, que nunca están tranquilos.

—¿No piensas nunca que un día puedes morir en tu misión?

—Nunca pienso en eso. Sobre todo, porque te ayuda saber que te están esperando quienes te quieren. Y que estás siempre preparado para salir ileso.

—Con todo lo que me digas, aún así, la memoria y los recuerdos hacen averías…

—Te confieso que en este trabajo, aunque no te lo propongas, recuerdas más a las personas que no pudiste salvar, que a los que rescataste y andan por ahí por la calle. Estos últimos se te olvidan, pero aquellos están ahí, halándote la memoria.

De momento, interrumpe la conversación Emilio García, 39 años de rescatista en el Destacamento. Confiesa que no se puede jubilar, no está en él. Los que lo han hecho, muchos terminan pegados a la Unidad como una lapa.

Rememora Emilio que un día salvó la celebridad: Un extranjero, de regreso de Varadero, solo en un auto, se impactó contra un vehículo. Estaba vivo aunque en shock, con el timón incrustado en el vientre. Emilio lo calmó y con sus herramientas destrabó aquel nudo…

—¿Su nombre?

—Diego Armando.

—¿Apellido?

—Maradona, apenas musitaba.

Emilio no lo podía creer, hasta que le levantó la manga y reconoció en el antebrazo el tatuaje con la imagen de Fidel…

Pero el anverso fue el día en que su camarada Alain Hernández falleció. En el salvamento en medio de un derrumbe, se le dijo a la persona accidentada que no encendiera nada. Y ella accionó un encendedor. Murieron cinco, entre ellos Alain. Desde entonces Emilio atiende a la madre de su compañero, en lo que le haga falta. Limpia y embellece la tarja que lo inmortaliza.

«Aquí somos hermanos, vuelve a la carga Yasser. Tu vida depende de tu compañero. Hay que dejar a un lado cualquier conflicto personal, y compartirlo todo, hasta el optimismo y la esperanza. Nuestras familias se conocen y se reúnen en una sola familia».

—¿Y cómo debe ser un rescatista cubano?

—Te lo voy a responder con una anécdota: En una ocasión, salvamos a un grupo de turistas norteamericanos atrapados en un ómnibus, en una inundación muy peligrosa por lluvias intensas en Miramar. Y al final hicieron una recolecta, como pasar el cepillo, en un sombrero, y lo llenaron de dólares para entregárnoslos. Y les dijimos que los guardaran, que lo único que queríamos era que estuvieran bien y felices. Se miraban extrañados y comenzaron a hacerse fotos con nosotros.

Termina el encuentro en la Unidad Especial de Rescate y Salvamento, y dejo a Yasser junto a sus camaradas, entre bromas y risotadas, en medio del ocio más justificado del mundo. Pero allí está de guardia, agazapado, el temerario resorte de la salvación humana, hasta que suene de nuevo la alarma.

Yasser Calvo Olmos, integrante del Destacamento Especial de Rescate y Salvamento de La Habana, protagonista de la conmovedora imagen del rescatista y el bebe tras el paso del devastador tornado que azotó tres municipios de la capital cubana.

 

 

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