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¡Hasta Guanabo en tren!

El recorrido tiene lugar de martes a domingo, con salida de La Coubre a las 9:00 a.m. El regreso es a las 6:00 p.m. de la Estación de Guanabo

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Tomado de Granma

Como antesala de todo viaje, la espera se hizo notar en aquel parquecito de pocos bancos, a un costado de la capitalina terminal La Coubre. «Los boletines se compran antes de montar», dijo a voces una mujer muy delgada vestida de azul, que cuidaba la puerta. Entonces pensé que los que estábamos allí seríamos todos los pasajeros: dos policías, tres mujeres, cuatro niños, el hombre de la cámara y yo.

En aquel improvisado andén me enteré del horario real de salida, nueve de la mañana, y descubrí que para el pequeño Dylan también sería su primer viaje a la playa por las líneas del ferrocarril. Un grito de bocina nos alertó de la llegada del tren y el estrépito puso a todos de pie, como una orden.

Antes de arribar esa mole de metal, una de las mujeres se quejó de la poca promoción que se le daba a esta económica variante de transporte y repitió máximas, que ya son como refranes para los capitalinos, del tipo: «los boteros están apretando» o «a golpe de máquina no hay quién pueda ir a la playa»; de esa forma denunciaba los precios exorbitantes de los taxis, que van de La Habana a Guanabo. Según la conversación, la tarifa no baja de dos CUC durante el verano, incluso cuando se ha reforzado la ruta A40, cuyos ómnibus se encargan del traslado del mayor número de veraneantes con destino al balneario capitalino por excelencia. «Están pasando uno detrás del otro, pero qué va, mucha apretadera y hay que ir casi siempre de pie», se escuchó decir a una de las mujeres. Uno por uno el tren nos devoró a todos.

Los escasos viajeros nos ubicamos en el coche-motor, contiguo a la locomotora, luego de que uno de los policías hiciera un comentario sobre lo mucho que brincaban los últimos coches. El mismo agente del orden hizo referencia a algunas de las normas de conducta, que deben imperar en el interior del tren.

Se refirió sobre todo a la no ingestión de bebidas alcohólicas y a permanecer sentados durante la travesía. «Generalmente es en el viaje de regreso cuando la gente se pone más majadera», aclaró el uniformado, «ya vienen tomados de la playa y, como ves, siempre hay niños a bordo».

Una vista rápida a las condiciones de este antiquísimo medio de transporte, del que Cuba fue precursor en Iberoamérica por el ya lejano 1837, dejaban al descubierto la falta de confort: asientos incómodos y deteriorados, baños angostos y la herrumbre en las paredes de los coches. Pero a la gente no parecía importarle aquello o, al menos, no tuvo lugar un debate en torno a la falta de comodidad. Todos parecían satisfechos con tener asientos seguros y con haber pagado solamente el módico precio de un peso hasta su ansiada meta, la playa.

En cambio, criticaron la excesiva cantidad de vagones para tan pocas personas. Uno de los pasajeros, incluso, sacó cuentas estimadas respecto al combustible que consumiría cada viaje contra la posible recaudación por taquilla: «esto es un viaje subvencionado», concluyó.

El tren comenzó a despedirse del ajetreo de la capital y a develar paisajes rurales por sus amplias ventanillas. Primero, transitó incómodo por la periferia habanera, donde ganó en viajeros, luego de varias paradas cortas, de cinco minutos o menos; serpenteó libremente a campo traviesa, ensordeciendo todo con la fricción entre vagones y el ruido constante de la locomotora.

Precisamente, en las paradas intermedias los coches cobraron vida y los andenes empezaron a mostrar el movido espíritu veraniego a fuerza de sombrillas, pelotas y trajes de baño. Los niños –ahora muchos más– clavaban su vista en el exterior, imaginando historias fantásticas con los paisajes de afuera, que pasaban raudos, como fotos seriadas de un celuloide. Aunque el silencio no tuviera lugar por los cancaneos de la maquinaria, se experimentó una mudez total durante las casi dos horas de viaje. Ya próximos al mar, el aire comenzó a enrarecerse y el sol calentó sobremanera los gruesos techos metálicos. Un olor a hierro y a sal se impregnó de a poco en la ropa y en la piel de todos.

El destino final, ubicado en la estación de Guanabo, vio descender del tren a casi 60 personas, ahora con más aspecto de bañistas que de pasajeros. Incluso el conductor, Antonio López, bromeó con algunos pasajeros, y aseguró que tenía una trusa debajo del overol azul; luego les recordó mantener la cordura para «ahorrarse contratiempos en la vuelta». A viva voz se indicó el horario de regreso, en torno a las seis de la tarde, y la masa de hombres, niños y mujeres se fueron escurriendo lentamente por una de las calles que dan al mar. El recorrido tiene lugar de martes a domingo, con salida de La Coubre a las 9:00 a.m. y paradas obligatorias y facultativas; estas últimas se realizarán en el caso de que haya viajeros para subir o bajar del tren.

El regreso es a las 6:00 p.m. de la Estación de Guanabo. Las paradas obligatorias son Arenal, Cambute, y las paradas facultativas son Enlace Gas, Apeadero crucero de Guanabacoa, Apeadero Nalón, Apeadero Cementerio de los Judíos, Apeadero Bacuranao, y Apeadero Tarará-Barreras, entre otras.

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