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Había que estar claros de lo que estábamos haciendo

Ernesto González Campos «Palillo», uno de los asaltantes al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, narra vivencias sobre los preparativos del histórico acontecimiento, y ratifica la confianza que la generación fundadora de la Revolución tiene en los jóvenes de hoy

 

Autor:

Luis Hernández Serrano

«Quería ser médico cirujano, pero tuve que aprender a hacer zapatos, a los 13 años», dice Ernesto González Campos «Palillo», quien nació el 24 de octubre de 1931 en el barrio habanero de Calabazar, y en 1953, con solo 22 años, integró el grupo de asaltantes al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.

 «Ingresé a la célula del 26 que dirigía Pedro Trigo López, siendo un admirador del líder ortodoxo Eduardo Chibás y simpatizante del joven abogado Fidel Castro», refiere Ernesto, quien durante su niñez y juventud casi no pudo estudiar para cumplir sus sueños, pues la familia era humilde y resultaba imposible pagar la escuela.

Entró al Partido Ortodoxo luego de oír un discurso de Fidel en un parque del municipio. Nunca lo había visto personalmente y le impresionó mucho su modo de plantear las cosas. «Por ejemplo, ya Fidel hablaba de Reforma Agraria, de la defensa de los derechos de los trabajadores, de la opresión a que era sometido el pueblo; eso no estaba en el lenguaje de los partidos políticos de entonces». 

En su territorio Fidel y Abel Santamaría organizaron tres células clandestinas: una en Santiago de las Vegas, la segunda en Boyeros y la tercera en Calabazar.

Sobre el aporte del grupo a Fidel, evocó: «Antes de fundar la célula, nuestro jefe directo, Pedro Trigo, le informó, en 1951, cómo el presidente Carlos Prío ponía a trabajar en sus fincas a los soldados. Fidel denunció ese delito presidencial luego de comprobarlo y tomarle fotos».

Evoca Palillo, quien en octubre cumplirá 89 años, que cuando vio a Fidel por primera vez no pudo hablarle, pero sí lo hizo al visitar el Liceo Ortodoxo del barrio.

«Volví a verlo el 16 de agosto del 51, en el entierro de Eduardo Chibás, en el cementerio de Colón. Tampoco pude hablarle, pero conseguí su denuncia escrita de las inmoralidades de Prío, solo superada por las de Batista con su golpe de Estado del 52.

«Nuestro jefe de grupo supo por Fidel la necesidad de conseguir más de cien uniformes del ejército. Pedro Trigo le dijo que tal vez podría ayudarlos un soldado amigo: Florentino Fernández León.

«Nos entrenamos en diferentes acciones militares en Calabazar, Los Palos, Madruga, Güines, Güira de Melena, Artemisa, Guanajay, en la Universidad de la Habana y en Nueva Paz. ¡Qué ironía! ¡En Nueva Paz para una nueva guerra!».

En cada encuentro con la juventud, Palillo aprovecha para contarles sobre aquellos muchachos que tomaron el cielo por asalto en 1953.

Si Batista había entrado por la fuerza, creíamos que por la fuerza lo teníamos que sacar. Pero no como una fuerza cualquiera, sino con una fuerza revolucionaria, una fuerza de amor.

«Y da la casualidad que en esa época sí fui a estudiar a la Universidad, pero no a estudiar Medicina, ni deportes, ni ciencia, sino cómo se manejaba un arma, cómo se montaba una pistola.   

El 24 de julio fue el momento de partida, viernes por la mañana, en varios carros salimos 11 compañeros del grupo calabaceño rumbo a Boyeros. De allí al Vedado y del Vedado rumbo a Oriente.

«Yo tuve la suerte de irme en un carro con Fidel en busca de varios compañeros en Boyeros y el Vedado. Fidel nos dijo que la misión era lejos de la Habana. Yo fui en el carro que manejaba Jesús Montané». 

Rememora el entrevistado que en Matanzas, como Batista estaba allí para asistir a unas regatas en Varadero, pensó que la acción sería el ajusticiamiento del dictador, pero no era el plan. Hicieron una pausa en Colón. Un policía los paró. Montané era el único autorizado a hablar. Ese fue el primer contratiempo. El segundo fue cuando Yayo Guzmán, dijo sentirse mal y abandonó el carro donde iba, y el timón pasó a Oscar Quintela.

«De Julio Trigo puedo decirle que estaba enfermo de los pulmones, pero no quiso quedarse en el barrio. En Santiago escupió sangre varias veces. Lo atendió un médico en el hospital santiaguero. Con el tiempo Melba Hernández me contó que él se hizo de un arma y peleó valientemente hasta morir».

Aclara Ernesto que lo demás se conoce bien. El Moncada fue militarmente imperfecto, pero políticamente resultó ser «el motor pequeño que echó a andar el motor grande». Y de aquella gesta que cumple 67 años surgió el camino, el programa, La historia me absolverá, texto cumbre del joven abogado Fidel Castro.

El Moncada de hoy

En  cada  encuentro con la juventud, Palillo aprovecha para contarles sobre su historia y la de aquellos muchachos que tomaron el cielo por asalto en la madrugada del 26 de julio de 1953, porque para él «la vida eterna de la Patria depende de los jóvenes, por eso es muy importante su preparación político-ideológica y la fidelidad a las esencias de la Revolución.

«Las nuevas generaciones tienen la misión de mantener y aumentar los avances a favor del pueblo, con apego a las ideas y el ejemplo de Fidel. Quedamos vivos pocos de los participantes en las acciones del 26 de Julio, la expedición del yate Granma y la lucha en la Sierra Maestra, por eso el quehacer de ellos tiene cada vez más importancia. Los jóvenes jamás deberán dejarse engañar por maniobras ni cansarse, aunque seguramente la lucha será siempre muy dura en lo ideológico», refiere.

En sus intercambios ha comentado que antes del asalto la discreción fue indispensable, ni la familia sabía sobre la preparación de ellos con fusiles, y, cuando alguien le preguntaba a él dónde estaba tanto tiempo, decía que con una noviecita en Artemisa. «Había que estar bien claros de lo que estábamos haciendo, para evitar algún fallo que nos condujera al fracaso. Existían varias células pero todo estaba bien compartimentado.

«Nos trasladamos hasta Santiago con armas, uniformes, y no sorprendieron a nadie. Incluso, Melba y Haydée llegaron con sus maletas con fusiles, y lograron burlar hasta a los guardias en el camino», señaló.   

Al referirse a la trascendencia histórica de los acontecimientos del 26 de Julio, señala: «Habíamos ganado la batalla de las ideas, el pueblo de Cuba entendió con el Moncada lo que habíamos hecho, lo que luego se reafirmó con el alegato de Fidel».

Palillo asegura que es un hombre de suerte, sobrevivió en el Moncada, fue miliciano, participó en la limpia del Escambray, luchó en Playa Girón, y reafirma que mientras tenga un poco de aliento defenderá esta Patria.

 

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