Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hortelano de ciudad

Un músico tunero convirtió el jardín delantero de su apartamento en un floreciente y multifacético vergel

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Cuando no está soplando su inseparable trombón dorado, hay que irlo a buscar entre las plantas de su huerto familiar. En sus predios siempre tiene alguna tarea pendiente: podar, regar, desyerbar, sembrar… Todo lo que hay allí —bastante, a pesar del espacio tan minúsculo— es, absoluta y sudorosamente, obra empírica suya. Jamás vi parcela más saludable ni horticultor más laborioso.

«Mi devoción por las plantas se la debo a mi tía Onelia, a quien quise como a una madre durante mi infancia —cuenta Ernesto Ochoa Hidalgo, un músico de 78 años de edad y más de 60 entre partituras—. Cultivaba yerbas medicinales y se las daba a la gente lo mismo para aliviar jaquecas que para sanar quemaduras. Ella me mandaba: “tráeme unas hojas de verbena”; o “búscame rompesaragüey”; o “córtame una ramita de yerba buena”. Yo iba y así aprendí a identificarlas».

Cuando tomó posesión de su apartamento hace 20 almanaques, una de sus primeras acciones fue echar un vistazo por sus alrededores. «Aquí se puede sembrar», dijo para sí, al ver el pequeño terrenito delantero, todavía virgen. Puso manos a la obra y en unos pocos meses comenzaron a germinar y a crecer allí begonias, orquídeas, claveles, nomeolvides, crotos, helechos, mariposas… Todo distribuido para que no se molestaran entre sí y se aprovechara el espacio. El jardín se convirtió en la admiración del vecindario.

La pared exterior de su apartamento es un muestrario de plantas ornamentales. Foto: Juan Morales Agüero

«Luego decidí sembrar algunos frutales —agrega—. La mata de mangos bizcochuelos fue una sensación cuando parió por primera vez. ¡Todos los vecinos los probaron! Frutabomba he cosechado unas cuantas. Pronto comeremos guayabas, y, algo más adelante chirimoya, guanábana y aguacate. Están aún chiquitas y demorarán en parir, pero darán frutos».

Lo aprendido a la vera de su tía no podía faltar, así que Ochoa plantó junto a la cerca perimetral de plantas ornamentales un herbario con orégano, yerba mora, tilo, sábila, quitadolor, apasote, jengibre, llantén, yerba buena… Sembró hasta una exótica matica de ruda, utilizada por los indígenas americanos para hacer hechizos de amor. En estos tiempos es buena para reducir el estrés y la ansiedad. ¡No hay un centímetro cuadrado desocupado!

«Algunos vecinos, y también los caminantes que pasan frente a la casa, me tocan a la puerta y me piden que les dé algunas de mis plantas, lo mismo para brebajes que para resembrarlas en sus patios —apunta—. Otros las arrancan desde la acera sin mi consentimiento. Y hasta los hay que prefieren robármelas cuando me descuido. Eso me hicieron con la mata de higos, que tenía unas pariciones tremendas. A alguien le gustó y me la llevó con raíz y todo», lamenta.

Un área utilitaria

Cuando el espacio no daba para más, Ochoa convenció a la vecina de al lado para que le cediera un pedazo de jardín. Ella accedió, y ahora en ese ángulo se yerguen varias matas de plátano macho («he cortado varios racimos», asegura), y también yuca («¡qué bien se ablanda!», dice). Hay, además, ñame y malanga. «No alcanzará para contratarle a Acopio, pero por lo menos sí para probarlas», dice, en broma.

«Ya he cortado varios racimos de plátanos». Foto: Juan Morales Agüero

El hortelano de nuevo tipo me certifica que el secreto para mantener robusto y vigoroso su vergel es la atención que él le presta. «No es que un día lo riegue y luego deje de hacerlo una semana —dice—. ¡Tiene que ser permanente! Las plantas son como los seres humanos, necesitan cuidados y mucho amor. Si el agua no les cae de arriba, se les garantiza acá abajo, pero no deben dejarse morir».

Entre la exuberancia vegetal en formato reducido, Ochoa se las arregló para trazar un angosto sendero con trozos de piso, mosaicos y baldosas. En el brevísimo trayecto el visitante va admirando el encaje de los helechos colgados de la pared, la elegante prestancia de las orquídeas y el verde esmeralda de las enredaderas. En medio de todo, un micro parquecito con un asiento. Su dueño suele sentarse ahí a ensayar con su trombón o para relajarse un poco.

«Disponer de un pedacito de tierra, por muy pequeño que sea, da la posibilidad de sembrar algo, lo mismo una planta ornamental que una alimenticia —afirma—. Las ornamentales alegran la vista con su hermosura, y las alimenticias complacen el estómago y alivian la billetera. Cualquier vianda sabe mejor cuando ha sido cosechada en casa».

Casi al marcharme de este jardín botánico en miniatura, de esta explosión de clorofila, una anciana se acerca por la acera. «Señor, buenos días, mire, me han dicho que usted sabe mucho de plantas medicinales. ¿Podría decirme si esta es la que le dicen quita dolor?». Y le tiende un manojo de yerbas. Ochoa lo examina con mirada experta, sonríe y le dice, respetuoso: «No, señora, no es quita dolor. Pero yo le resolveré su problema. Espéreme aquí un momento».

Y con la misma va hasta algún recoveco de su vergel, retira una planta del suelo, se la ofrece a la anciana y le dice: «Vaya, señora, esta sí es. Se la regalo».

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