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Con nasobuco para aprender y jugar

Durante la pandemia, los círculos infantiles nunca han cerrado sus puertas, pues muchas personas imprescindibles en su labor han requerido contar con un lugar protegido donde dejar a sus hijos

Autores:

Margarita Barrios
Osviel Castro Medel
Dorelys Canivell Canal

ALGUIEN, desde la distancia, pudiera creer que la educación en los círculos infantiles es hoy una tarea fácil. Pero no hay nada más lejos de la verdad. Imaginemos a un niño de un año queriéndose quitar constantemente el nasobuco, o a un pequeño que se «atormente» por el uso de ese medio protector y hasta le haga rechazo.

«Nuestras educadoras están haciendo un esfuerzo colosal, porque se trata de un cambio, de un elemento nuevo y en algunos casos de sobrepasar un obstáculo que puede atentar contra objetivos educativos; pero el principio es que los niños tengan la máxima protección», expresa Silvia Remón Lastre, jefa del departamento de Educación de la Primera Infancia en Granma.

Ella reconoce que algunos padres han expresado preocupación por la resistencia mostrada por los hijos cuando deben cubrirse la boca y la nariz como medida preventiva. «Hay comprensión general sobre lo contagiosa que es la enfermedad; de ahí que tales inquietudes sean buscando orientación para persuadir a los pequeños».

Claro, no todos los niños reaccionan igual. Roxana Guerra Hidalgo (dos años) y Rocío Guerra Hidalgo (tres), del círculo bayamés Pedro Pompa, son las primeras que exigen a Anaisis, su mamá, el nasobuco, y hasta se contentan cuando lo portan. «Las medidas que se han tomado son necesarias, seguramente cuando la situación epidemiológica cambie, iremos retornando a la normalidad», dice esta madre.

Con esas y otras complejidades tienen que lidiar en tiempos del nuevo coronavirus los profesionales dedicados a educar en la primera infancia. Los círculos infantiles son de las instituciones que nunca han cerrado sus puertas y prestan servicios, fundamentalmente, a las madres de sectores como Salud, Educación, Comercio, Agricultura, Administración Pública, así como de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior.

Al respecto, María de los Ángeles Gallo Sánchez, directora nacional de la Primera Infancia del Ministerio de Educación (Mined), explicó a Juventud Rebelde que «desde que comenzó la pandemia y algunas familias decidieron no enviar a sus hijos, pues tenían a alguien en casa, trabajaron 324 instituciones y asistió una matrícula de 2 640 infantes. Cuando se realizó la apertura de las provincias estas cifras aumentaron a 902 círculos (de La Habana 193) con una asistencia de 85 822 niños (de La Habana 2 191)».

En Granma funcionan 37 círculos infantiles, que acogen a más de 7 300 niños. Y en todas esas instituciones existen medidas restrictivas, como la de no permitir el paso de los padres a los salones, algo «chocante» al principio tanto para los chicos como para sus progenitores, pero que fue perfectamente comprendido en poco tiempo.

La instalación de pasos podálicos, la desinfección de las manos, la prohibición de crear concentraciones de infantes y  el distanciamiento físico, son otras de las normativas establecidas en estos centros. Por eso, la seguridad que se respira en los círculos infantiles de Granma no difiere de la que existen en Pinar del Río.

Según explicó Aracelis Romero Gordillo, jefa de Primera Infancia de la Dirección Provincial de Educación en Vueltabajo, cuando cada mañana llegan los niños al centro se hace una pesquisa y se llevan directo para el baño a lavarse las manos con agua y jabón.

«Además, los niños solo son atendidos por las “tías” de su salón. Los pequeños se han dividido en grupos y cada una de las educadoras atiende un número reducido. Son los mismos cada día. Ante alguna ausencia, debe estar prevista la persona que la sustituye. Absolutamente nadie, fuera del personal que allí trabaja, puede pasar al interior del centro».

Al referirse a la educación de los niños, la jefa del departamento de Educación de la Primera Infancia en Granma aseguró que sigue siendo fundamental, porque estas edades son decisivas para la vida. «El reto mayor para nuestras más de 1 200 educadoras radica en los niños menores de tres años, pues en esas edades están aprendiendo a expresarse».

Para los maestros granmenses de prescolar el desafío también es inmenso. Por ejemplo, como señala Odalis Urquía Santos, jefa del departamento de Educación de la Primera Infancia en Bayamo, uno de los propósitos fundamentales de la enseñanza es el análisis fónico, pero si los pequeños tienen la boca y la nariz cubiertas resulta demasiado difícil tal meta porque la pronunciación cambia.

Silvia y Odalis coinciden en un aspecto: hacer que los chiquitines mantengan el nasobuco es difícil, porque ellos tienen la propensión a quitárselo, a jugar con él, incluso hasta introducirse las manos en la boca, tendencia contra la que siempre se lucha en los círculos infantiles.

Por su parte, Madelaine González González, educadora del círculo infantil Semillitas del Alba, de Bayamo, considera que el camino se dificulta, pues como los pedagogos también deben usar nasobucos los niños no pueden fijarse en la articulación de las palabras y eso complica el aprendizaje.

«Igualmente, necesitamos ver cómo articulan, tanto en El mundo de los objetos, como en Lengua Materna. Hay que tener más paciencia, acudir a métodos más persuasivos e implementar ejercicios que puedan hacer en sus casas», recalca.

Sin duda la ya difícil labor de atender a los más pequeñines se convierte ahora en todo un reto, pero es preciso no bajar la guardia y prevenir ante todo un posible contagio. No se trata solo de las medidas que la institución está obligada a garantizar, sino del cumplimiento de las indicadas en todos los escenarios donde transcurre la vida de las personas.

 

Los círculos infantiles mantienen estrictas medidas de protección para los niños. Foto: Modesto Gutiérrez Cabo/ACN

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