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La entrega de Amary

Desde hace una década, una neonatóloga espirituana sortea los obstáculos de la política genocida de Estados Unidos contra Cuba

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Sancti Spíritus.— Las huellas de la madrugada escapan por encima del nasobuco. Permaneció de pie, junto a la incubadora, gran parte de sus horas, intentando descifrar los sollozos con el estetoscopio. Poco a poco, algunas señales premiaron el desvelo. Detrás del cristal amaneció, y Amary Yumar Díaz pudo al fin sonreír. Sintió otra vez en sus manos los fuertes latidos de la vida.

«Esta especialidad precisa de entrega y vocación, porque exige tiempo, sacrificios, esfuerzos y estudios —admite—. El recién nacido no habla. Por eso, si no tienes aguzado el ojo clínico, no lo entiendes».

Habla con pasión. Si suma los días desde que hace una década se viste de neonatóloga en el Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus, el cálculo arrojará que supera el tiempo que pasa en casa.

«Mi mamá dice que siempre quise ser médica —recuerda—. Ya en la carrera me di cuenta de que trabajaría en una terapia intensiva, pero pensé en la adulta. Mas, por otras causas, que hoy agradezco, mi esposo y un amigo me sugirieron que tenía que ser esta, la infantil».

Desde entonces, ha convertido el pulcro sitio hospitalario en su templo. Aprendió a dominar los miedos, los sustos y la adrenalina. Habla con cada llanto. Se aferra a la ciencia.

«El recién nacido es un paciente difícil —dice—. Todos los procederes en esta área son estresantes. De ahí que necesites de un equipo de trabajo. Basta con alertar y caemos alrededor de quien lo necesite».

Amary Yumar Díaz reconoce que esa comunión de humanidad y saberes ha sido la clave para que Sancti Spíritus se distinga como la provincia con la tasa más baja de mortalidad infantil el año pasado: 3,39 fallecidos por cada mil recién nacidos vivos menores de un año.

«Siempre digo que me hice especialista durante mi misión en Venezuela —admite—. Allí trabajé con graduados en reconocidas universidades de esa nación, pero no tienen la misma visión nuestra. Nosotros buscamos la parte más lógica y necesaria para hacer las cosas lo mejor posible. Es decir, el lado más científico y no económico. La medicina no puede ser efectiva mientras sea asumida como negocio».

Obstáculos

En las paredes de una pequeña habitación de la sala de Neonatología del hospital espirituano cuelgan fotos alegres. Son muchos los recién nacidos que han regresado en el regazo de sus familiares para agradecer.

«Carolina es una paciente especial —dice—. La acompañamos durante tres largos meses de mucho batallar».

Tantos años de forcejeo constante con la muerte, en medio de incubadoras, ventilador mecánico, monitores, gravedades…, no son suficientes para aliviar el dolor de esa historia.

«Carolina nació con una enfermedad muy extraña y poco común: púrpura fulminante, relacionada con el déficit de proteína C. Resultó complicado su diagnóstico. Para ello, necesitamos de la colaboración del Instituto de Hematología e Inmunología. Por gestión del Ministerio de Salud Pública se adquirió el concentrado de la proteína —lo único que la mejoraría— en la India porque en Estados Unidos se nos impide comprar cualquier producto. El costo de diez bulbitos fue de 19 000 dólares, y eso en medio de la COVID-19.

«A pesar de la lejanía y los obstáculos llegaron, pero ya Carolina estaba muy complicada. Falleció. Fue muy duro para todo nuestro equipo, porque necesitó lo que no pudimos ofrecer en tiempo, y eso sí duele».

Las palabras se le acomodan al balanceo del sillón. Rompe con el ritmo lento con el que inició el diálogo. Esta doctora espirituana experimenta todos los días cómo se levanta un país obsesionado por mitigar inevitables daños.

«Estamos en un área de las más sensibles, porque es una especialidad que precisa de tecnología y medios para lograr una mejor calidad de vida. En ambos aspectos estamos bien limitados. Que hoy una vieja incubadora de doble pared  funcione es, prácticamente, un milagro. Lo han conseguido las innovaciones de nuestros ingenieros. Igual sucede con nuestro ventilador mecánico de factura norteamericana. ¡No tiene piezas de repuesto! No podemos acceder a los modernos, al igual que a muchos medicamentos.

«Es difícil a la hora de reanimar y de alimentar. En el mundo se utilizan fortificadores de la leche materna y nosotros no podemos ni pensar en eso por sus altos precios. Siempre recuerdo a un amigo que vive en Ecuador y nos dice que, si bajo estas condiciones hacemos maravillas, de contar con todos los recursos fuéramos
invencibles. Nuestra fortaleza ha sido la profesionalidad, no limitarnos a consultar y buscar la solución donde sea necesario».

Algo similar cuenta Amary Yumar en el informe Derecho a vivir sin bloqueo, presentado por Oxfam, una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales, que realizan labores humanitarias en 90 países, entre ellos Cuba, y donde otras mujeres del país revelan impactos de una política injusta y desleal.

«Acepté estar en el grupo de cubanas porque hay que decirle al mundo, desde todos los escenarios, lo que significa el bloqueo, sobre todo para nosotras, grupo vulnerable que, además del plano profesional, sufre, pues constituye mayoría en el cuidado de nuestros menores de edad y adultos mayores».

Servicio de 24 horas

En la sala de Neonatología no hay mucho tiempo para acomodar los huesos. Tras un egreso, llegan dos ingresos. Cada caso es un duelo con la muerte.

«Enseñamos a los familiares allegados que ellos son parte del tratamiento. Les corresponde dar cariño, porque nosotros solo hacemos procederes invasivos. Es difícil decir que hay una gravedad. Pero cada parte se ofrece basado en la confianza por la experiencia. Dejamos claro las consecuencias. ¡Jamás engañamos!», refiere, y recuerda los días en que sus dos hijos fueron pacientes de ese servicio.

Pero si de romper rutinas se habla, la COVID-19 ha tomado la palabra frente a las dosis de sacrificio y muchas horas de agotamiento.

«Nos obligó a reorganizarnos para asistir en la zona roja. Y a cuidarnos mucho más que el resto, porque, de enfermar alguien, las consecuencias serían nefastas. Hemos tenido que atender a más de un paciente diagnosticado como positivo en estado crítico y con daños importantes descritos en la literatura, pero no frecuentes. Por eso, hasta la pandemia nos ha exigido aprender de sus complicaciones», cuenta y pone fin al diálogo.

Del otro lado de la línea telefónica, una madre llama para conocer de su bebé. Después de una intensa madrugada, ahora sonríe, como junto al alba, cuando el alma del área de Neonatología espirituana se sosiega cuando el latido del monitor se torna estable.

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