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Volver a nacer en Cuba

Dos niños que tienen historias fascinantes y viven cerca entre sí, reiniciaron el 15 de noviembre sus respectivos caminos, que no han sido fáciles y conmueven a cualquiera

Autor:

Osviel Castro Medel

BUEY ARRIBA, Granma.— Hace unos días estuve frente a dos niños cuyas historias todavía me tienen flotando en una nube de asombros. Se nombran María Carla Ríos Verdecia y Yordenis Rosales Reyna, y viven a una voz de la Sierra Maestra, en la cabecera municipal de Buey Arriba.

Ella anda casi siempre con una sonrisa de ángel, aunque ha sido sometida a tres intervenciones quirúrgicas, pasó por más de 20 ingresos en hospitales, no tiene control de los esfínteres, está con una sonda vesical y permanece en una modestísima silla de ruedas, que, por cierto, merece ser sustituida cuanto antes con ayuda institucional. 

Es casi una experta en manualidades, dibuja con belleza, hace bromas con Viurmis (su mamá) y, como si fuera poco, baila en una coreografía que Yanela Tasé, su instructora de arte desde hace tres años, llamó hermosamente Volver a nacer.

En esa danza, con nombre tan simbólico para una nación, María vuela y hace de capullo, ninfa, mariposa… No importa si no puede pararse 20 segundos por el mielomeningocele (un tipo de espina bífida) con el que vino al mundo.

Se ha presentado junto a Yanela en actos de su escuela primaria, Argel Carvajal; también en la Casa de la Cultura y en otros escenarios en los que el público, con los ojos humedecidos, ha aplaudido y palpitado.

Pero quizás lo que más remueve el interior cuando se repasa su trayectoria de 12 años es que desde los seis ha recibido clases en su propia casa de distintas maestras, desde Virginia —que ya no está en este mundo— hasta Rubí, una mujer alta como montaña, quien se ha convertido en su tía eterna y no puede evitar las lágrimas rodando en las mejillas al saber que el próximo curso, cuando la pequeña salte al séptimo grado, ya no será su alumna.

Esa maestra verdadera hasta se la llevó a vivir con ella por un tiempo, junto a sus dos hijos Beatriz y Andy Samuel, y la abrazó en silencio, y vio cómo la niña era capaz de superar no solo los números o la gramática, sino también otras complejidades relacionadas con la estrechez económica familiar.

«Con cariño, de María Carla», me escribió ella en un dibujo en el que me pintaba frente a su humilde casa, construida mediante subsidio estatal en un lugar donde no hay que subir una agotadora pendiente como antes, y eso me estrujó las entrañas.

Yordenis, por su parte, tiene 13 primaveras y padece artogriposis múltiple congénita, una enfermedad que le ha inutilizado las manos, pero no ha frenado sus deseos de superarse y hacer.

Comenzó tomándose un biberón de leche ayudado por sus pies y hoy, gracias a la habilidad en sus extremidades inferiores, pica un pan, se cepilla los dientes, alimenta a sus palomas, se pone una gorra, escribe. Incluso, es un pintor en potencia.

No habló mucho cuando quise que me contara trozos de su novela real, pero sí me explicó que con la tutoría de Yelenis Medina, su instructora de arte, ya montó una exposición personal en Buey Arriba, en la que dibujó aves y paisajes, atardeceres y frutas, caminos y flores.

La familia hace malabares para conseguir el material y que él pueda continuar pintando a su manera y ejercitándose en el arte, que es una de las cosas que ocasionalmente le quita la timidez.

Supe, mirándolo a los ojos cristalinos, que ocho profesores de la Secundaria Básica Zenén Mariño, encabezados por su guía base, Yeleinys Acosta Suárez, van indistintamente a su casa cada día para que él dibuje la vida, no solo con pinceles.

«Entre clases he jugado bolas y empinado cometas con él. Nos hemos contado historias y chistes», me dijo orgullosa la joven profesora de séptimo grado.

Y su madre, Arisneisi, me relató emocionada que le construyeron una casa sencilla para que Yordenis, su hermana y los padres vivan más plenos y dignos, dos palabras que a veces se difuminan por el uso y el abuso.

Hace unos días conocí a dos criaturas que este 15 de noviembre volvieron a sus aulas —que son sus propias casas— y lo hicieron con la alegría desbordada y el uniforme más brillante.

Mirándolas, pensé en otras historias semejantes, que la profesión me ha llevado a contar con el alma en un hilo; en cuánto han tenido que luchar y sobreponerse, en las proezas de sus familias, en la luz de las personas que les atendieron en hospitales, en la paciencia de sus maestros-evangelios, en el amor que habita en esta Cuba imperfecta, que necesita ser cambiada, pero a nuestro modo. Medité en ese amor que, pese a todos los obstáculos e imperfecciones, hace que volvamos a nacer.

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