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El arte de aprender para enseñar

En medio de las complejas realidades que vivimos, siguen naciendo generaciones con vocación para el magisterio. En la escuela pedagógica Fulgencio Oroz se juntan experiencia y juventud para formar los claustros que necesita la capital

Autor:

Margarita Barrios

Ya tienen un camino escogido y se reconfortan con ese empeño: serán maestros, una de las profesiones más dignas y que más dedicación requiere. Eso lo saben, pero no temen, sobre todo porque el profesorado de la capitalina escuela pedagógica Fulgencio Oroz enseña a partir del ejemplo personal que los sueños se alcanzan con entrega y amor.

Dayana Mesa González se prepara como profesora de Secundaria Básica en la asignatura de Historia. «Me gusta enseñar lo que sé», afirma sonriente. «Todavía no he tenido período de práctica porque estoy en 2do. año. Sé que el encuentro con mis primeros alumnos será una experiencia difícil, pero estoy aprendiendo todas las herramientas de sicología y pedagogía que me dan mis profes para enfrentar mejor el aula».

Yorlen Mendoza Lagumercinde también será profesor en esa especialidad. Está en 4to. año y ya le tocó «chocar con la concreta», nos dice. «Mi práctica la hice en la secundaria básica de la cual provengo, y mi tutor fue un profesor que ya conocía. Él me ayudó mucho, me fue indicando, aconsejando, ayudando... Pero claro, siempre está el temor de la primera vez. Ese estar frente a un grupo de personas es intimidante, y como para muchas cosas en la vida, hay que coger valor y hacerlo como corresponde.

«Un profesor es un eterno estudiante: no puede ser que un alumno te supere, que te ponga en entredicho ante una noticia o un nuevo descubrimiento y tú, el maestro, “estés atrás”. Hay faltas conocidas, materiales que no están, obstáculos de todo tipo, y es preciso sacar ingenio para sortearlos y prepararse bien», subrayó.

A Djamel David Valdés Borbón le llegó Educación Especial. «La había puesto en la boleta, aunque siempre esperé algo más vinculado con la ciencia... Ahora no quiero cambiar de especialidad», asegura este jovencito, y sus ojos se iluminan recordando la práctica preprofesional en una escuela para alumnos con retardo en el desarrollo síquico o con problemas de conducta.

«Me enamoré de esos niños», afirma. «Ellos me decían profe porque a su distancia me ven como adulto. Compartían mucho conmigo, me preguntaban de mi vida, de mi escuela, de mis amigos. Están necesitados de amor y eso es lo que yo quiero brindarles», acotó.

Djamel comparte su preparación profesional con las tareas de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), de la cual es presidente en esta escuela. «Sobre todo, muchachos de 1er. año se nos acercan mucho para conocer de la organización, porque no es igual que la de los pioneros, de donde provienen.

«Aquí la FEEM está activa, es protagonista y nuestras opiniones se toman en cuenta por la dirección del centro. Además, organizamos  actividades propias que como jóvenes compartimos».

 

Djamel David Valdés, Dayana Mesa González y Yorlen Mendoza. Foto:Abel Rojas Barallobre

Derroche de experiencia

El claustro de la Fulgencio Oroz se destaca por su profesionalidad. Y es que se precisa experiencia para ser maestro de futuros maestros. Así lo ve Amado Founier Garrido, jubilado reincorporado justamente en este centro «porque sé la importancia de que estos jóvenes se formen bien, ya que luego tendrán que multiplicar sus conocimientos».

Se graduó de Lengua Inglesa en la escuela Máximo Gorki en 1975 y ha realizado diversas funciones en su vida laboral, pero esta de enseñar es la que más aprecia: «Llevo aquí cuatro años. Ahora estoy dando clases a estudiantes de 4to. año, preparándolos para su práctica integradora: una labor muy importante, porque son los futuros maestros de Inglés de las escuelas de la capital, donde tanto se les necesita».

—¿Qué cree que les falta a sus alumnos?

—Tengo algunos brillantes, muy buenos. Creo que en general falta vocación, y esa hay que lograrla en los años precedentes. Esta es una profesión que tiene que gustar.

La máster Orietta Hernández Alfonso divide sus horarios y saberes entre las unidades de Infantil y Secundaria Básica. En ambas su disciplina es la Geografía. Su desempeño requiere esfuerzo, dedicación, porque la meta es lograr que sus alumnos se preparen bien para que puedan ejercer el trabajo con calidad.

«Pasamos la mayor parte del día en la escuela, pero el maestro no tiene fin en cuanto a horas para prepararse. Aunque tengo 25 años de ejercer esta profesión, siempre estoy buscando nuevas alternativas, más acciones que motiven a los estudiantes para que la clase sea más creativa», destacó.

En igual sentido se expresa Odalys Hernández Estiven, quien imparte la asignatura de Cultura Política. Ella llegó desde Santiago de Cuba en el contingente que da clases en la capital, y asegura que ha aprendido mucho en esta escuela.

«Los alumnos no son iguales; unos necesitan más acompañamiento que otros, pero todos requieren ser escuchados. Esta es una asignatura difícil, no se pueden imponer criterios, hay que demostrar con hechos. Ellos son el futuro de la Revolución, porque son el hoy y tendrán en sus aulas el mañana», alerta.

Por las manos de la máster Mercedes Pluma Díaz pasan los que se dedicarán a la más sensible de las enseñanzas: la  Educación Especial. «Es una alta responsabilidad: tengo que enseñarles que los límites a esas personas los ponemos quienes somos supuestamente normales. Paciencia, amor, dedicación, sentimientos solidarios... Todo eso y mucho más requieren mis alumnos para cumplir con la profesión de amor para la cual se preparan», argumentó.

Más que una escuela

«Aquí debemos velar por que la escuela sea ejemplo, que nuestros profesores enseñen con su hacer personal. Solo así los futuros maestros verán en esta profesión un camino a recorrer sin retroceso», afirmó la máster Yolidannis Fernández Vega, directora de la Fulgencio Oroz, cuyos muros guardan la historia y la tradición pedagógica nacional.

«No es solo darles clases, es también formarlos como personas buenas, honestas, con valores positivos que luego puedan multiplicar en sus alumnos. Y darles herramientas para que puedan dar buenas clases, que conozcan los contenidos y adquieran una cultura general».

Tienen estudiantes de diversos puntos de la capital, y algunos deben hacer un gran esfuerzo para llegar en tiempo a clases. Motivarlos para que no abandonen los estudios forma parte del quehacer diario del centro.

«Hemos elevado la retención, y los resultados académicos son buenos, pero hay que seguir trabajando. La pandemia nos marcó a todos: fueron tiempos muy difíciles para sacar adelante cada curso. El apoyo del claustro y el esfuerzo de los estudiantes fueron fundamentales», puntualizó.

Entre clases, días de práctica y un amplio programa de actividades patrióticas, culturales y deportivas que complementan su formación como docentes, los futuros maestros de la capital apartan escollos y se vinculan con las escuelas a donde irán a dar clases terminados sus cuatro años de formación.

Luego les queda un amplio camino por recorrer. Podrán ir a la universidad y hacerse licenciados, y los más persistentes accederán al cuarto nivel de enseñanza o educación de posgrado. De un modo u otro, cumplirán con esa máxima de que un maestro es un eterno estudiante.

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