Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Paran los choferes estatales?

Un carro estatal que no contribuya a la transportación de pasajeros ante la crítica situación que vivimos implica menos progreso y más agudización del problema

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

SON las siete de la mañana. En la «famosa» parada del edificio de 12 plantas del barrio capitalino de Alamar se percibe angustia, desesperación, incertidumbre… Pueden verse unas 30 personas, quizá un poco más. El ambiente es heterogéneo con su ciclo constante de frases como: «Esto está en candela», «¡La última personaaa!», «¿Detrás de quién va?», «Estoy rotando», «Llevo tres o cuatro horas aquí...» y muchas otras.

¿Y qué decir de los altos precios establecidos, arbitrariamente, por los taxis y vehículos particulares, ¡e incluso estatales!? La alternativa, con suerte, es enfrentar el hacinamiento, una vez abordado  algún ómnibus, y los robos dentro del vehículo, así como las indisciplinas sociales en las colas… Todo ello, y más, configuran no pocas veces el día a día de muchos cubanos en el transporte público.

Por lo que hemos indagado, no se trata de un fenómeno exclusivo de La Habana. Lo confirmaba el ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, en la Mesa Redonda del 23 de febrero último, cuando destacó las complejidades del sector en el país, principalmente por la baja disponibilidad de ómnibus debido a la carencia de moneda libremente convertible para adquirir sus piezas de repuesto, o componentes para el mantenimiento de estos, además de los problemas para garantizar el diésel y cumplir la demanda de viajes de los pasajeros.

Ante esa realidad, una de las decisiones tomadas por el Gobierno es el uso de otros vehículos estatales en apoyo a la transportación pública, una medida nada nueva, que el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, indicó organizar e implementar con sistematicidad en un mensaje difundido en su cuenta en Twitter.

Marrero subrayó que los jefes a todos los niveles deben garantizar el cumplimiento de esa disposición y violarla se considerará una indisciplina grave, pues, «como servidores públicos, nuestro mayor compromiso es con y para el pueblo», afirmó.

¿Se cumple en la práctica? ¿Cuál es la actitud de los choferes estatales, y qué labor hacen los inspectores ante el panorama que vivimos? Tras esas interrogantes estuvo Juventud Rebelde en recientes recorridos por varias paradas de la capital.

Un punto nulo…

Según Esteban, de 31 años, en la Villa Panamericana (Habana del Este), zona donde reside, es muy complejo conseguir transporte. La espera puede prolongarse hasta más de dos horas, porque las guaguas también están perdidas. «Este es un punto prácticamente nulo, si de transporte hablamos, al igual que los Tres Picos o el Camilo, pues todos los vehículos vienen llenos o no paran, a pesar de que tenemos inspectores».

En el parque El Curita (Centro Habana), Eduardo, un señor de 72 años, aseguró que «los inspectores resultan de gran ayuda, ya que ellos imponen autoridad, de cierta forma, y las colas se organizan más. Sin embargo, he estado en paradas donde nunca hay ninguno entre las diez y las 12 del día, y ahí ves cómo pasan los estatales vacíos y no paran».

María, de 56 años, se refirió a la conducta a veces inapropiada de algunos choferes estatales: «Que paren me parece una muy buena medida en estos tiempos. Muchas veces he llegado a mi destino gracias a su trabajo. Pero otros
adoptan comportamientos bastante negativos, hasta el punto de recoger en la parada y
exigir un pago luego, cuando te bajas, y no son muy diferentes de los taxistas o particulares, pues el precio es igual de elevado», manifestó.

En la parada de G y 25 hablamos con Odalis, de 42 años, quien reconoció la labor desempeñada por los inspectores y aludió a cómo a veces las personas no cooperan con ellos porque infringen el orden de las colas, además de la agresividad en el trato. «Verdaderamente es algo caótico para cumplir el encargo: el número de personas, el ambiente tenso..., nosotros tenemos que ayudar».

Una tarea encomiable

Ya lo han dicho los entrevistados: el desempeño de los inspectores es esencial para que los choferes estatales paren. Y no es un trabajo sencillo. Francisco Ramos, inspector ubicado en El Curita, expresa su satisfacción en cuanto a la actitud de los conductores estatales en esa área, su disposición y el trato hacia los pasajeros.

«Nuestro principal propósito es lograr un consenso entre choferes y la población, sobre la base del respeto y la comunicación. En mi caso, muy pocos conductores han incumplido, y me llevo muy bien con todos, y con el público, siempre jaraneo con ellos para que su espera sea más placentera», agregó.

María del Carmen Pestana, inspectora en la parada de Tulipán (Plaza de la Revolución), insiste en que su responsabilidad no es solo controlar que los vehículos paren, sino también velar por la adecuada organización de las colas y en el momento de abordar los ómnibus, para evitar conflictos, accidentes o conductas inapropiadas.

Argumenta su satisfacción al apreciar el cariño de las personas cuando reciben un buen trabajo, y exhorta a los conductores estatales a continuar cooperando para superar esta situación. «Un vehículo que no contribuya implica menos progreso, más agudización del problema».

Yadir Esteban Vizcaya, inspector ubicado en el Vedado, asegura que en el punto de G y 25 cada vez son menos los infractores de la medida establecida. Sin embargo, reconoce, algunos todavía se hacen los pillos, y su insensibilidad es tanta que se desvían o ignoran las llamadas de atención.

Por su parte, Lázaro Fernández, inspector en Alamar, confirmó que algunos conductores emplean sus vehículos estatales para efectuar viajes con costo, «botear», en los tramos donde no hay control. Al menos eso le han contado muchos pasajeros. Él, como el resto de sus compañeros, alerta sobre la complejidad de su labor y reclama mayor paciencia de los pasajeros, quienes muchas veces extrapolan sus conflictos personales al trato en la calle, al punto de llegar a ofenderlos sin necesidad.

Nadie debe olvidar que más allá de los uniformes, los inspectores son también personas con problemas y situaciones propias, y aun así están «dispuestos a contribuir con la población para resolver sus dificultades», como dijeron algunos de ellos.

Los choferes dicen…

Desde salvadores hasta insensibles, como ya sabemos, son calificados quienes van detrás de un timón. Ramón Rodríguez Peña, conductor en la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa), hace patente su disposición de apoyar a la población en estos tiempos.

«Sinceramente, no he tenido ningún inconveniente con el trato a la hora de parar y las personas se han comportado bien, respetan el vehículo… Una que otra vez tiran las puertas un poco fuerte, pero no todos los casos son iguales», aclaró.

Su colega Ramón García Pineda, también conductor de Etecsa, expone su total intención de contribuir con la medida, pero acota que algunos pasajeros tienen conductas negativas en el trayecto: «En más de una ocasión he tenido inconvenientes con personas que fuman o comen dentro del carro, o usan un lenguaje inapropiado en tonos bastante altos, acciones que resultan desagradables. Si te estoy brindando mi apoyo, como mínimo debe existir respeto», destacó.

Yosvany Provenza Romero, chofer de la lavandería 28 de Enero, de Alamar, expuso como uno de los mayores inconvenientes la actitud de personas que usan el servicio para avanzar solo una o dos paradas, tramo perfectamente ejecutable sin necesidad de disponer de un transporte, quitándoles el lugar a otros pasajeros con destinos mucho más lejanos.

Ya sabemos que la medida de control de vehículos estatales no va a solucionar la crisis actual, pero sí constituye una luz, y como dijo la estudiante universitaria Gabriela, hay al menos una solución, que pasa por la comprensión, la comunicación, la empatía entre pasajeros, conductores e inspectores, porque se trata de una problemática que nos afecta a todos.

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